Si bien habíamos situado a Gaudí erróneamente como un arquitecto del Modernismo, tal vez “por una simple comodidad cronológica” (ver artículo: El estilo Gaudí. ¿Qué estilo? 1ª Parte) (Literarias, 13 de julio de 2020), constantemente el genial arquitecto reusense tenía palabras de censura hacia el arte de la Europa del Norte, «aquella que los modernistas admiraban, y [por el contrario] de elogio enamorado hacia el arte meridional, sobre todo de los griegos [solía decir que el espíritu artístico de la Sagrada Familia era helénico], que era exactamente lo que los novecentistas predicaban» (Isidro Puig Boada, El pensamiento de Gaudí). En cambio, Gaudí era más criticado por los novecentistas, pues su arte tiene todas las características aparentes del Modernismo.
Quizá por ello, el arquitecto y director de la Cátedra Gaudí, Juan José Lahuerta en su obra Antoni Gaudí, Fuego y Cenizas (2016), insiste en que «Gaudí representa a la perfección el papel de arquitecto moderno, modernista. Por un lado, arriba, imponiendo su gusto lleno de excesos en cosas que atañen directamente a la vida –a la vida privada de sus clientes, sobre todo, pero también a la vida pública de la ciudad- lleva al límite el modo de actuar del artista bohemio, gran burgués del fin de siglo…». En el año 1894, por ejemplo, Josep Puiggarí escribía, refiriéndose al arquitecto Gaudí y su mecenas Güell, «”que un artista, un hombre verdaderamente digno de ese gran nombre, debe poseer algo esencialmente sui generis, gracias a lo cual es él y no otro”, y antes, en 1890, Frederic Rahola había recalcado que el principal motivo del éxito del palacio era el modo en que Eusebi Güell había “dejado moverse al artista, con entera libertad, teniendo plena confianza en su talento, sin preocuparse de la excomuniones del vulgo”».
Sobre esto último, Lahuerta coincide con otro notable entusiasta seguidor de su obra, el ilustre arquitecto César Martinell i Brunet (1888-1973), cuando en uno de sus tres artículos publicados en el semanario Destino bajo el título de El legado de Gaudí (1953) dice: «…en el Palacio Güell es donde aparece por primera vez la potente personalidad de Gaudí, ostensible en su fachada por los dos arcos parabólicos de sus portales que luego caracterizarán las obras del arquitecto».
Según Martinell, este es el momento en que Antoni Gaudí, por intuición, por sentido innato de la mecánica, decide romper con la tradición de unas formas constructivas que no resuelven el problema mecánico (con dos clases de arcos, el de medio punto y el ojival); pues dichos arcos no se sostienen mecánicamente (las catedrales góticas necesitan de contrafuertes, arbotantes y botareles); y entonces, con gran valentía, antes de que especialistas en cálculos de mecánica como el ingeniero belga Jules Arthur Vierendeel diera en su obra la “forma parabólica” como la más racional, la aplica Gaudí en el Palau Güell.
Martinell se reafirma en esta idea y deja constancia en su libro Gaudinismo (1954), al añadir: «La primera obra que inicia de manera decidida la trascendencia arquitectónica de la obra de Gaudí es el palacio Güell, que en 1885 le encargará este prócer barcelonés; cuando tenía 33 años de edad. Las líneas generales, sin ser góticas, respiran el medievalismo de la época, y por la gran cantidad de proyectos que ejecutó para el estudio de la fachada, nada revelan su “ingenio”, hasta que aparecen los arcos parabólicos de sus dos portales y los de la galería y gran salón». Ciertamente, Gaudí, en esta obra, despliega un derroche de ingenio y originalidad (tan anhelado por los artistas, como premio de su afán en la honrada búsqueda de la perfección) y, sin embargo, él nunca se propuso ser original. César Martinell nos recuerda que «con frecuencia sus creaciones fueron soluciones que aparecían por primera vez en arquitectura […] Gaudí fue original porque nadie ha hecho lo que él hizo…».
Esto demuestra, si fuera necesario probarlo, la independencia estética de Gaudí (que no admite etiquetas, pues su arte es fruto de su propio criterio) y reafirma con esta actitud, que reprueba ostensiblemente tanto el Vanguardismo –el Cubismo y el Racionalismo-, como el Modernismo; y a menudo pretendió desmarcarse de los dos; cuando fue elogiado (el arte gaudiniano) y reivindicado con entusiasmo por los surrealistas y los racionalistas. Aunque ahora cueste creerlo, hubo un tiempo en que las obras de Gaudí no gustaban a los barceloneses; una sociedad burguesa, conservadora y tradicional, incapaz de asumir la renovación estética que suponía el Modernismo. Precisamente, Salvador Dalí (el mayor representante del movimiento surrealista, fundado en Paris por un pequeño grupo de escritores y artistas, llegó a afirmar: “la diferencia entre yo y los surrealistas es que yo soy el surrealismo”), sería uno de los primeros en redescubrir la obra del ya prócer arquitecto catalán. En palabras del excéntrico y visionario pintor de Figueras: «Creo haber sido el primero, en 1929, en considerar sin asomo de humor, la arquitectura delirante del Modern Style modernismo, en inglés como el fenómeno más original y extraordinario de la historia del arte».
Y no contento con su compromiso incondicional, en el año 1933 Dalí dio a conocer a Gaudí a los surrealistas en un artículo publicado en la revista Minotaure (Sobre la belleza aterradora y comestible de la arquitectura Modern Style), en el que coincide con el genial tracista sobre el ideal de una arquitectura creadora «que proporcione máquinas para soñar y que potencie el funcionamiento de los deseos». Dalí designa a Gaudí de protosurrealista y resalta una conversación con el arquitecto Le Corbusier en su ensayo, donde declara que: «el último gran genio de la arquitectura se llama Gaudí, cuyo nombre significa “alegre” […] Elevar torres de carne viva y huesos vivos al cielo vivo por excelencia de nuestro Mediterráneo, eso fue la arquitectura de Gaudí, inventor del gótico mediterráneo destinado a resplandecer al sol antiguo de Grecia». También el padre del surrealismo, André Breton, estaba convencido del surrealismo de Gaudí: «Goya era surrealista, como Dante o Ucello, o Lautremont, o Gaudí».
José Mª Fdez. CHIMENO
Doctor en Historia (Historiador de Arquitectura) y Escritor
Artículo publicado en LA NUEVA CRÓNICA DE LEÓN
Fig. 4 Salvador Dalí i Domènech (1878) Fig. 3 Gaudinismo de César Martinell (1954)
Fig. 2 Antoni Gaudí i Cornet (1888) Fig. 1 Palau Güell (Barcelona) (1885-1888)