DE FUTUROS DESTRUIDOS Y ESPERANZAS CONDENADAS: UN VISTAZO A FAHRENHEIT 451, 1984, UN MUNDO FELIZ Y SOY LEYENDA

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Pablo Menéndez Fernández

LOS CUATRO LIBROS

Los cuatro libros de los que vamos a hablar hoy están muy alejados de las entrañables fantasías de H.G.Wells o Julio Verne. Ray Fradbury, George Orwell, Aldous Huxley y Richard Matheson beben todos de la misma fuente irracional, romántica, y crítica; pero tienen otra cosa en común: nos enseñan que la mejor ciencia ficción no habla del futuro, sino de nuestros problemas inmediatos y presentes.

RAY BRADBURY

Ray Bradbury quiso ser siempre un niño que corretea por los densos y verdes mares de la América profunda, intuyendo con su espirítu infantil que detrás de tamaña belleza anidada una oscuridad profunda y densa.

Bradbury era como un motor a reacción impulsado por El Milagro y El Prodigio, y en sus mejores momentos conseguía que sus cuentos siguieran el ritmo de su alocado y sentimental corazón. En sus peores momentos, construía relatos con diez capas de azúcar pero sin sustancia; sin embargo cuentos como El cohete, El sonido del trueno, La última noche del mundo o La sirena nos hacen disculpar en seguida los pecados de Bradbury.

Bradbury escribió muchos cuentos, pero pocas novelas. De hecho, solo escribió dos novelas verdaderamente memorables: La feria de las tinieblas (léanla si quieren experimentar de nuevo ese miedo que solo se puede tener con doce años) y Fahrenheit 451.

El protagonista de Fahrenheit 451 se llama Guy Montag y es un bombero muy particular. No apaga incendios: los provoca. En el mundo de Montag, los libros son considerados un peligro para los ciudadanos y, en consecuencia, son quemados sin compasión.

Tres son, a mi juicio, los elementos que hacen de Fahrenheit 451 una novela memorable. Y no estoy hablando de banalidades como la prosa, el estilo, la estructura o los personajes.

Estoy hablando, en primer lugar, de un final arrebatador (poético y terrible a la vez) construido con imágenes que persiguen por siempre al lector.

Estoy hablando, también, de cierta ambivalencia que reside en el núcleo del libro. Seria demencial decir que Bradbury aprueba la censura y el control estatal; pero no sería tan demencial decir que Bradbury es lo suficientemente inteligente como para saber que el conocimiento conlleva sus riesgos, y que estos no se pueden tomar a la ligera. Como pone en boca de Beatty (el culto superior de Montag en el cuerpo de bomberos): “Lo importante que recuerdes, Montag, es que tú, yo y los demás somos los Guardianes de la Felicidad. Nos enfrentamos con la pequeña marea de quienes desean que todos se sientan desdichados con teorías y pensamientos contradictorios. Hay que aguantar firme y no permitir que un torrente de funesta melancolía y de funesta filosofía ahoguen nuestro mundo”.

Esto, por supuesto, podría completarse con estas palabras de Mork, el lobo totalitario de La historia interminable (otro libro que dialoga con los peculiares riesgos de la fantasía): “Las personas sin esperanza son fáciles de dominar. Y quien tiene el dominio…tiene el poder”.

Y estoy hablando, por último, de que Fahrenheit 451 es la menos futurista de las novelas futuristas. En su libro Bradbury nos habla, en realidad, del insidioso veneno del matrimonio y de las inquietantes formas de la infidelidad. Quizás Beatty no este revelándose contra un gobierno, sino contra una forma de vida en la que todo su ser se verá irremediablemente aplastado por la rutina y las convenciones.

Lean el libro (y el catalizador encuentro con la joven Clarisse al comienzo del mismo) desde esta óptica y descubrirán que Bradbury, el niño eterno que corretea por los campos, guardaba dentro de sí considerables dosis de la misma oscuridad que percibía en las praderas de América.

NO LE SORPRENDERÁ A NADIE

No le sorprenderá a nadie, dado el título del libro, que Un mundo feliz presente una distopia simpática; simpática, pero no menos terrible. El socialismo con rostro humano con el que hasta cierto punto podría identificarse el sistema social de la novela de Aldous Huxley es terrible porque ha conseguido (mediante un peculiar cóctel de entretenimiento, drogas, publicidad y genética) que el ser humano ame su servidumbre.

No sé si Huxley era un gran aficionado al ajedrez; pero lo que sí sé es que su escritura se parece al ajedrez. Ambos juegos se basan en la estrategia y el sacrifico. Para Huxley, lo único que de verdad importa son los personajes, y la estrategia con la que esa suerte de peones se mueven por el tablero. La estrategia, en literatura, se llama estructura. La estructura implica sacrificio, y a veces en la literatura y en la vida hay perder de vez en cuando para ganar cien veces.

La literatura de Huxley se basa, como el ajedrez, en una lógica y una razón profundamente enraizadas en la emoción, pero desde luego no está conducida por esta última. Como bien sabía Huxley, una literatura conducida por la emoción solo es palabrería vacía o, peor aún, publicidad al servicio de un estado supuestamente utópico.

DE ENTRE TODOS LOS AUTORES

De entre todos los autores citados en este artículo, George Orwell es el único que tuvo experiencia directa con la represión estatal. En sus libros Los días de Birmania y Homenaje a Cataluña, Orwell relata de primera mano sus experiencias con la policía colonial inglesa (primero) y con la policía política comunista en la Guerra Civil Española (después). Quizás por eso 1984 sea la distopia más terrible, seca y dura jamás creada. En la literatura de Orwell no hay espacio para tonterías ni concesiones luminosas al sentimentalismo. Solo hay sitio para el Gran Hermano.

De algún modo, nuestra cínica sociedad postmoderna ha conseguido convertir la distopia orwelliana en un retruécano referencial. La única manera en la que los gobiernos han conseguido instaurar la neo-lengua, la vigilancia omnipresente y la unidad de pensamiento características de 1984, es diciendo “efectivamente, sois marionetas en nuestras manos; pero por lo menos os dejamos ver los hilos”. Y nosotros convertimos el terror en un chiste…que más que chiste en una arcada de vómito.

Orwell, seguro, se sentiría fascinado con este giro de guion.

DE ENTRE TODOS LOS LIBROS

De entre todos los libros comentados en este artículo es el menos conocido el que quizás refleje con más exactitud nuestros dolores contemporáneos.

En Soy leyenda, una epidemia de origen desconocido y consecuencias devastadoras ha asolado el mundo. Robert Neville es el último humano sobre la tierra. Consume sus días encerrado en casa, sumido en la depresión, el vino, la música clásica y los libros.

Los mejores libros de Richard Matheson (entre ellos El increíble hombre menguante y Soy Leyenda) versan sobre la imposible necesidad de esquivar el cambio en un mundo siempre cambiante. “El hombre que no deja de encoger” o “el hombre que está solo” son metáforas (tan perfectas en su construcción y su aparente sencillez como un diamante) del eterno dilema humano: como dejar de echar de menos una normalidad que ya nunca regresará.

No desvelaré el final de Soy Leyenda. Dejaré que descubran por su cuenta (me remito de nuevo a Bradbury) un final arrebatador, construido con imágenes que perseguirán por siempre al lector. Quizás así descubran que ese final está mucho más cerca de nuestra realidad de lo que pensamos; y quizás así entiendan cual es el verdadero espirítu de la ciencia ficción.

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