¿Sigue siendo la literatura un arma de resistencia?

0
96

 Por David Fueyo

Fue Heráclito el primero en decir aquello de que “todo cambia”. La literatura también ha cambiado el lenguaje, las formas, la extensión, la intensidad o el fondo, pero puede que hoy en día se encuentre en un momento clave: el de su adaptación total al tiempo de la IA y del “internet de las cosas” que barniza por completo a la realidad de nuestra sociedad diversa, compleja y líquida.

Las redes sociales nos proporcionan cada día una interesante lección que el escritor ha de analizar y aprovechar a su favor: la potencia del criterio estético frente a la profundidad de lo escrito en nuestro contexto occidental es evidente en el día a día, pero a la vez contradictoria y polarizadora. Gusta lo bello, pero también lo raro. Si no se puede ser el mejor, luchemos por ser lo peor. Tal y como acariciamos a un perro bonito y despreciamos a un insecto, la estética guía las modas y estas arrastran a su vez a los gustos. Vemos chicas paseando a su perrito con ciento docemil views, hay un francés loco que se dedica a tirarse en el metro y a pegar voces en los bares y tiene también millares de me gusta. Un dependiente borde insulta y sube los precios a su antojo en una crepería de Andorra y las redes lo adoran. Paren el mundo, que me apeo, o no, ya que la literatura de cada momento ha de ser permeable a la realidad. Aún así, ¿qué hacer cuando la realidad no es lo sublime?

Fondo versus forma. Culteranismo contra cultismo. Nada nuevo.Históricamente, la estética en literatura ha sido un tema central de la filosofía. Mientras que Aristóteles se enfocaba en la mímesis (imitación de la realidad) y la catarsis en la tragedia, Kant abordaba la experiencia de lo sublime y la apreciación desinteresada, aspectos que también influyen en cómo percibimos la literatura en términos estéticos.

La literatura ha desempeñado históricamente un papel dual: por un lado ha sido un vehículo para expresar belleza y originalidad a través de estos criterios estéticos; por otro, ha sido una poderosa herramienta de resistencia a lo impuesto y de cambio social. La pregunta de si la literatura sigue siendo un arma de resistencia, o si simplemente responde a criterios estéticos vinculados a lo que la sociedad demanda como lectura, nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la literatura en la sociedad contemporánea, compleja e inabarcable.

Pienso en Cristo versus Arizona, un monólogo experimental de Cela con más de doscientas páginas que el gran público aborrecido por el gran público e idolatrado por críticos, culturetas y snobs, o Las Pirañas de Sánchez Ostiz, una obra magna que le acarreó muchos problemas en la ciudad en la que se inspiraba la acción y un continuo penar por el desierto editorial que parece ver la luz con su reedición en este dos mil veinticinco, veremos si con merecido éxito o no. Estos son dos ejemplos de obras arriesgadas, una en forma y otra en fondo que no son armas de resistencia, sino de vanguardia expeditiva con el riesgo que ello conlleva. Dudo si alguna vez pueden ser más valoradas de lo que hoy en día lo son, dada la educación literaria que estamos dando a los futuros lectores, para los que las adaptaciones de los clásicos ya parecen ser demasiado complejas y aburridas.

Seamos realistas: hoy en día muchas obras literarias se producen teniendo en cuenta las preferencias del público o los intereses comerciales. El amor al arte no existe ni debe existir cuando hablamos de profesiones. Ser escritor es tener una profesión más o menos denostada. Piensen en su nuera o yerno el día que les conocen. “Soy escritor” les dicen. ¿Se alegrarían?…

En realidad siempre habrá quien escriba o al menos quien piense la literatura que ha de ser acorde a su tiempo. Habrá libros. Libros de montón de centro comercial, libros facilones con una inspectora de pueblo que vive en la gran ciudad y de repente un asesino en su pueblo y tienbe que volver a enfrentarse a él y a sus fantasmas de juventud. Capítulos rápidos y al pie. Artificios y deus ex machina por doquiér. Tampoco es nada nuevo; un editor raramente arriesga su capital en propuestas inviables económicamente hablando o destinadas al fracaso por no adaptarse a los gustos lectores. La inspiración no es una musa que chasca el azar, sino una editorial que extiende un cheque.

Además, con la llegada de las plataformas digitales y redes sociales, los algoritmos que sugieren lecturas en función de lo que la gente ya ha consumido parecen contribuir a la creación de estas “burbujas literarias”, donde el lector tiende a encontrar libros que se ajustan a sus preferencias previas. Esto puede limitar la exposición a obras más disruptivas, que serían necesarias para ejercer una verdadera resistencia. Las tertulias literarias, que tantas nuevas y diferentes visiones nos dieron a quienes tuvimos la suerte de poder asistir a ellas, parecen ser reductos cerrados de bibliófilos y eruditos del libro, los menos frente a gamers, tiktokers o instagramers.

Sin embargo no podemos hablar en términos absolutos. Autores y autoras actuales como Nuria Labari, Cho Nam-joo Chimamanda Ngozi Adichie han creado obras literarias bellamente escritas que también son poderosas herramientas para abordar el racismo, el colonialismo y la desigualdad de género. Podríamos referenciar aquí de varias de esas pequeñas editoriales dedicadas a difundir ideas políticas, sociales o filosóficas fuera de lo habitual; pero en este artículo prefiero dedicarme a hablar del mass media; es decir, a lo que nos podemos encontrar en el escaparate frontal de la cadena de librerías en la que todos estamos pensando ahora mismo, donde lo normal es que las novedades y el escaparate sean impuestos desde la sede central y donde, entiéndaseme la expresión, los libreros venden libros por su valor “facial”, no por su valor intrínseco.

Quizás la respuesta más adecuada a la pregunta de este artículo sea la siguiente: la literatura es una herramienta que, como sucede con la llave inglesa o con el martillo mecánico, hay que aprender a utilizar en nuestro beneficio. Sin una educación literaria puede que leamos, pero no buscaremos lo sublime o, al menos, lo que nosotros podamos considerar como lo sublime, lo útil, lo esperado.

¿Cuál es el papel del escritor o escritora en todo este marasmo de contradicciones, de verdades relativas y de excepciones mayoritarias? Escribir y hacerlo con convicción teniendo en cuenta de que la verdadera esencia de ser escritor radica en el poder de transformar y de tocar vidas a través de las palabras.

La pregunta para reflexionar es la siguiente: ¿está nuestro tiempo dejando un legado para la reflexión de las generaciones venideras o quizás es esa aparente falta de profundidad frente a lo instagrameable la que representa la resistencia de nuestra época?

El tiempo lo dirá.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí