“Permitiríame, puestos a plagiar, decir que el significado surge de cada cosa, de manera que todo lo que aquí surge no es más que el imaginario por el que se explica un poco más todo lo escrito y por escribir. Es una obra que, como yo, como la vida, va a estar siempre en construcción. Por eso, nada de lo dicho fue sentido directamente con la inteligencia, sino concebido más allá del corazón, allí donde sangra la herida (“Canto a mí misma”, La Cama, 2008).
Canto a mí misma es un texto definitivo en la obra literaria de Ana Vanessa Gutiérrez. Al modo clásico podía ser interpretado como la exposición no ya intuida, sino ejercida, expuesta, una poética.
Sin embargo, el ejercicio calculado de los principios que rigen el modo de ser y estar con la escritura no se proponen al arbitrio de una mera exposición lógica al uso (sin recurrir ahora ni a Horacio ni a Virgilio ni al postmodernismo). Parece querer apuntar al principio mismo de la concepción de la escritura como manifestación del ser, y no sólo del ser poético, dicho de otro modo, el de las vivencias personales sean subjetivas o sociales.
El texto referido, pues, no es sino una síntesis, a nuestro juicio, de esa nada velada exposición de los principios conductores no tanto de La cama, como del resto de su obra. No en vano lo denomina Canto a mí misma y queda situado al final del libro, como una coda, como exigencia no meramente formal sino capaz de justificar, si fuera necesario, el desarrollo de la escritura que le precede y proyecta.
1) Los términos expuestos capaces de dar sentido al eje sobre el cual se establece el núcleo central quedan referidos al mundo imaginario y al campo o ámbito de la inteligencia. ¿Es posible hablar, sugerimos, de un dualismo que divide el orden de las vivencias o su tratamiento? Vanessa parece sugerir una dicotomía acaso no tan tajante como una lectura primera pudiera desvelar. Sin embargo, para alcanzar ese concepto de imaginario recurre a la experiencia del objeto poético o escritural a comunicar: sabe que una tal objeto perdería su sentido sino se la nombra, sin ser portadora de una grafía la cual da sentido, o lo que es lo mismo significación: “el significado surge de cada cosa” (pág. 76)y entonces la apelación al imaginario concede sentido a lo escrito. ¿Cuál es ese sentido que mantiene vivo su concepto? Apelemos a una definición sumaria: la imaginación es la capacidad para reproducir mediante imágenes visuales, percepciones sensitivas, mediante palabras o signos gráficos también, el objeto directo referido. Acaso convendría dejar claro que ese sentido está asumido por la capacidad de intelección volitiva para discernir el significado del objeto, múltiple por cuanto se trata de hacer significativos tanto hechos individuales como subjetivos o pasionales, en el territorio de los sentimientos o en el de las relaciones humanas. Esta es la cuestión.
2) Tal dualismo formal (permítanme la expresión) se establece al incluir el término inteligencia (Ibid.). Vanessa parece desear, para completar el bucle explicativo de su poética o canto, tal expresión: inteligencia. Tal empeño viene a salvar la cualidad del razonamiento, de la argumentación lógica, capacidades acaso enfrentadas al fluir del pensamiento cuando éste se sostiene sobre los sentidos y las pasiones, sobre el prejuicio y la ignorancia, sobre la prudencia. Toda la carga de las palabras creando el propio discurso capaz de cambiar el propio objeto queda subrayado en el imaginario, ya sea colectivo o individual; en última instancia, en el último rincón de la creación literaria o artística está presente esa conciencia lúcida entrevista en el grabado goyesco a principios del siglo XIX, “El sueño de la razón produce monstruos”.
Y sin embargo, palpita en Canto a mí misma la carnalidad de la palabra, no el pensamiento enfrentado a lo irracional, la nada al ser, por más que la frase final pueda sugerirlo: “Por eso nada de lo dicho fue sentido directamente con la inteligencia, sino concebido más allá del corazón, allí donde sangra la herida”. ¿Es que la palabra no es suficiente para comprender la angustia, lo irracional instalado en el ser, la ignorancia de nuestros actos, de nuestra herencia del sufrimiento, del horror tan bien descrito por Goya? Acaso sea posible, pues lo contrario nos hundiría en la superstición, en la opinión superficial de nuestros sentimientos, sentidos, razones e historia. Y Vanessa elige una vía fundada en la inteligencia, avanza una línea, un párrafo más allá. Nos habla de la mujer huérfana, de desahucio, de desgarro, de una mujer enfrentada a ella misma y al mundo en la conciencia de que la vida es construcción constante.
Concluyo ahora: en la poética de Canto a mí misma planea ese propósito de construir lo real, el objeto poético sobre la base de la escritura, de los signos gráficos (así sean ellos visuales), fijando sus límites y accediendo al plano de la argumentación, por más que en este arco tensionado hasta el agotamiento perviva esa lucha contra el significado objetivo de las palabras. Es lo que podemos denominar razón imaginaria. Ahora el dualismo se disuelve, la razón guía la estética de la escritura, la inteligencia de la actividad creadora. Y en el extremo de este artificial o retórico dualismo, espléndido recurso como hemos comprobado, nos viene desde la memoria el clásico dramaturgo y poeta inglés W.S. Gilbert (1836-1911) quien supo expresar bellamente su malestar de estar en el mundo de las “Bellas letras” con una afirmación tajante, lapidaria: “His foe was folly, his weapon wit”, es decir: “Su enemigo fue la locura; su arma el ingenio”.
La locura del desgarro entre el yo y el mundo: el ingenio capaz de alcanzar la lucidez de tal desgarro. Una apuesta. Vale.