Poder de la lectura, poder de la escritura, por Mariano Arias. 29/06/2010

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Las posiciones establecidas desde hace unas décadas divergen en el tratamiento de leer-escribir y tienen, a mi juicio, como fin predeterminado el común denominador de propagar, difundir o apostar por la lectura. Es recurrente la consideración, desde distintos sectores, académicos o no, de apostar por un tratamiento nuevo en tanto que en la actual era cibernética a los términos clásicos habría que añadir los de cibertexto, hipertextualidad, libro electrónico, lenguaje digital, binario, etc.
Su valor, inexcusable puede decirse, no ha sido siempre el mismo, como tampoco lo han sido ni sus formas ni su importancia social e intelectual; tampoco los diferentes soportes de la escritura: arcilla, piedra, pergamino, papel, pantalla electrónica, etc.
Un primer borrador crítico, frente a otras posturas blandas, oblicuas o simplemente gremiales, podría definirse en estos términos:
 
 

1.- Las concepciones de la lectura

 
Desde luego, la lectura conlleva una carga tan intensa de complejidad técnica, ideológica y política que sólo sumergiéndose dialécticamente en su contenido podrá hallarse cierta verdad y claridad. Varias concepciones de la lectura (reductoras a uno o varios aspectos de la actividad del lector) circulan en nuestro inmediato presente como herederas naturales de siglos anteriores:
 
a.- La lectura considerada como entretenimiento u ocio (novelas rosa, románticas, historia-ficción, ciencia ficción, etc.) en una época en la que la actividad educativa y profesional promueve la especialización y el tiempo libre acoge propuestas de lectura «escapistas» de la realidad.
b.- La lectura como «cultura» integral o dirigida a sectores no especialistas promovidas por complejos editoriales en ediciones sin aparato crítico (políticos, filosóficos, artísticos, literarios, etc.)
c.- La lectura infantil y juvenil, promovida como iniciación a valores esenciales y bajo el supuesto de un acercamiento a (o inmersión en) la literatura desde edades tempranas (la polémica infantil-juvenil-adulto, etc.).
d.- La lectura como aprendizaje del saber pensar, como medio (en su caso fin) que permita el desarrollo del espíritu crítico en el ámbito social, natural, científico o filosófico, etc., como capacitación para la comprensión de ideas, de la dialéctica, de la retórica.
 
            Ni que decir tiene que estos grupos comprenden diversidad de variaciones según el arco social de referencia. La propuesta cuaternaria se propone como reductora para permitir un análisis global que dé luz a la complejidad sociológica e intelectual del lector-lectura-escritura.
 
 

2.- La lectura como comprensión del mundo

 
            Ahora el libro puede ser visto desde otra perspectiva, acaso tan compleja como la de la lectura, pues someramente libro (o rollo = Roma; tablilla de oro o plomo = Grecia), pergamino (Egipto, Palestina, etc.), tablilla de arcilla (Sumer, Imperio Acadio, etc.), libro electrónico, connota un extenso árbol en donde conviven diversas disciplinas, técnicas, creencias, etc., y sobre las cuales pesa no sólo una tradición (que se da por supuesta) sino un valor social, político, tecnológico y científico acumulado.
La lectura entonces debe ser vista como una actitud ante la vida individual y ciudadana, como un medio de comprensión de un objeto determinado y, a la vez, como la relación de diversos objetos entre sí, líneas que marcarían las interrelaciones que conforman el conocimiento humano y material: el suelo de la realidad. El hombre lector sería entonces aquel que mediante la técnica de la lectura alcanza tanto la comprensión de sí mismo como la propia identidad de lo que es en el desarrollo histórico. «Leer para ser», dijo con buen criterio Víctor García de la Concha en el informe La lectura en España (2002), siempre teniendo presente cuáles serán las características de ese ser, justamente para no caer en un idealismo o universalismo inconcreto. Pero al definir de este modo la lectura no se nos escapa que en el lector se debe presuponer un elemento intelectual (educativo, de aprendizaje, ya veremos) que implique no reducir la lectura a uno de los elementos apuntados anteriormente: ocio, cultura general, cientificidad o crítico y reflexivo filosófico, el que muy bien puede ser denominado «pensamiento abstracto».
           

            3.- La función pública de la lectura y de la escritura.

 
            La cuestión, pues, de la selección tiene graves principios y sospechosas consecuencias tanto políticas como intelectuales, incluso educativas. Brevemente: si como parece evidente desde las distintas disposiciones ministeriales, oficiales y educativas el fomento de la lectura y la política editorial tiende a procurar principalmente la lectura del género narrativo, de la «cultura literaria» en demérito de otras lecturas, la cuestión del lector queda reducida a competencias intelectivas disminuidas. Entonces el apartado d) queda como elemento subordinado y la tesis emotiva «los libros como guardianes del conocimiento» invalidada. Y ello pese a que las encuestas señalen al grupo de narrativa como el primero en elección de los lectores. Justamente este hecho debería marcar el cambio o la corrección de los planes de lectura.
            De ahí que la apuesta por un cambio profundo y quirúrgico en los hábitos de lectura se nos antoje como una exigencia inexcusable. Y aquí, a nuestro juicio, quedan implicados todos los géneros narrativos y ensay
ísticos, poéticos o doctrinales. A la vez, consecuentemente quedan involucrados los términos y principios en los que se mueven las directrices políticas de las administraciones públicas (Ministerio de Educación, de Cultura, consejerías, ayuntamientos, etc.) más proclives a interpretar las exigencias del razonamiento abstracto como propias de unas élites que como principios básicos de nuestra democracia representativa (¿Es necesario recordar el nivel de recursos en investigación de España?). Es aquí justamente donde reside la piedra de toque de todo pensamiento que se precie: la función social de la lectura y el soporte económico y editorial español mantienen la democracia sin la categoría de la igualdad, dividiendo la sociedad en quienes reciben una lectura básica, de opinión y por tanto incapaz de emitir juicios de valor argumentados, y unas élites conformadas según su adscripción política o intelectual, pero inmersos en un status distinto. Y esto, incluso teniendo presente la apertura de nuevos modos de experiencia cultural como es el amplio espectro de las prestaciones técnicas de internet.
 
 

4.- La lectura como capacidad de autonomía del individuo

 
             Sólo desde la postura que propugna la lectura no sólo como ocio o juego (apartado a) sino como necesidad, puede alcanzarse el fin del saber y la concepción del hombre como progreso. Es decir, conseguir la virtud moral, la capacidad de enjuiciar conductas y valores, construir argumentos y alejarse de opiniones falsas o blandas. Y ello unido directamente al derecho del ciudadano a conocer los mecanismos que dirigen su vida social, su ciudad; y al derecho como persona (al margen de su concepción existencial pesimista, religiosa o no) a poseer las claves de su sentido como ser en un mundo y en una ciudad.
            Y ello máxime cuando esa necesidad de la que hablamos no viene dada desde la cuna ni impuesta por una divinidad metafísica, ni nacida aleatoria o caprichosamente, sino desde la concepción del ciudadano que se manifieste socialmente. Esta es la cuestión: La necesidad de la lectura y la escritura debe ser impuesta, como garante de la autonomía del individuo, como deber del sistema educativo y de defensa crítica frente a la corrupción del poder.
 
 

5.- La lectura y la escritura como garante del razonamiento.

 
Las razones que nos llevan a denunciar esta cuestión son muchas, la historia de la escritura y de la lectura ofrecen eminentes razonamientos. Quedémonos con unas precisiones: la lectura (la escritura) ha roto la secuencia mítica de tradición oral instaurando la posibilidad del razonamiento crítico, la dialéctica en el discurso en cualquiera de sus géneros (narrativa, ensayo, poesía, tratado, etc.). Pero este es sólo un paso, un avance, sin el cual es imposible que el hombre comprenda el entorno al que nos referimos desde los primeros registros escriturales hasta el alfabeto fenicio y griego o latino; y desde el alfabeto hasta el lenguaje digital que nace como complemento del alfabético.
Así pues, aprender a pensar desde la escritura y desde la lectura es una de las virtudes que sólo se alcanza si la lectura y la escritura son motivadas y propugnadas en un marco distinto al que se puede propugnar desde la democracia actual. No sólo desde un sector del conocimiento se alcanza ese saber crítico, se rompe el infantilismo procurado por el sistema y por sectores de la institución literaria, mundano, cotidiano, garante de una «opinión», de una ignorancia sumaria más allá del conocimiento profesional de cada individuo; sólo desde el propósito de integrar en el abanico del conocimiento la lectura de ensayo, la fina línea que lleva al pensamiento abstracto, a la reflexión sobre las causas (epistémico denominó Platón a este tipo de conocimiento) puede el individuo, en su caso ese ente llamado sociedad, alcanzar la capacidad de pensar sobre las categorías y las ideas del mundo.
 
 

6.- Corolario: el lector crítico y las élites.

 
De todo lo anteriormente dicho apuntaré una posible deducción, no apreciada en ciertos ámbitos literarios, filosóficos y científicos. Nos referimos al hecho práctico y pragmático que aprecia la disyunción del conocimiento en dos partes (sumariamente hablando): la implantación, históricamente refrendada de una minoría «informada», con capacidad de análisis (controvertidos o no, por supuesto) y una mayoría adscrita o sugerida por los apartados a) y b) que rompe la dirección de la lectura y de la escritura en España y en parte de Occidente. Aunque sea sólo una minoría, cabe preguntarse: ¿tienen presencia influyente las élites divergentes en la España democrática? ¿Cabe hablar de influencia-poder de los poderes económicos, ideológicos para inducir a este tipo de análisis y construir el sistema educativo vigente?
No es banal, creemos, que la retorcida realidad conduzca al círculo vicioso, aunque no paradójico, de propugnar un ciudadano crítico cuando aún no se tienen las herramientas para construirlo. Y lo que nos parece más serio, y nos tememos, es que tal individuo no puede asumir el compromiso de gestar una sociedad igualitaria.
 
Mariano Arias es escritor y Doctor en Filosofía

 

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