Underground: El Sorayazo. Por Manolo D. Abad (20/05/2009).

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Algunas cosas no cambiarán nunca en este país. Una de ellas es Eurovisión. Sí, ese concurso hortera y trasnochado, al que cantara despectivamente –ya hace hasta demasiados años— Ilegales en aquel espléndido "Yo soy quien espía los juegos de los niños". Cuarenta y un años en barbecho son demasiados hasta para una emisión tan pasada de moda cuyo único atractivo consiste en las votaciones. La novedad de este año consistía en recular respecto a lo otorgado en el anterior: si en 2008 se había apostado todo al voto popular que dio con Chikilicuatre, un producto programado desde otra cadena de televisión para reventar esas elecciones populares; en éste, la elección, o el porcentaje mayor de la misma, recayó en un grupo de expertos que elegirían entre una previa realizada también por consulta popular. El resultado de dicha decisión fue el mismo, un producto programado, aunque en esta ocasión el producto programado procediese de eso que algunos instalados en un pasado demasiado lejano ya y ajeno a la realidad de 2009, denominan "industria". Y el ridículo ha sido aún mayor. Para los pretendidos expertos, encabezados por el anodino José Luis Uribarri, que deberían hacer un mutis por el foro definitivo y dejarnos con sus trasnochados modelos de "canción eurovisiva" y, por supuesto, para lo poco que queda de la industria musical multinacional y sus ramificaciones en programas tan lamentables e intragables como "Operación Triunfo".

Y a Soraya, pues nada, que siempre puede volver a reemprender su carrera como azafata de vuelo. O anunciar, como Rosa, complementos alimenticios. Ese es el rumbo a la fama. O, como decía un amigo, el rumbo a la nada.

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