Nuevo libro de José Marcelino García

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Lauren García

 Si algo permanecerá en la herencia despiadada de las horas o en el “descanso del fin” como atina a decir Ramón Gómez de la Serna, es este cántico de sereno entusiasmo con un brote romántico que hace José Marcelino García en “Domingos por el rastro de Gijón”, alma perdida y hallada de su ciudad con la encomiable esperanza de encontrar un trozo de vida, un pedazo del recuerdo. Existencias pretéritas en anclajes futuros, el rescate del que habla Íñigo Noriega en el prólogo,herir la soledad, recuperar el tiempo, todo el que merece un libro o los fierros que sustentaron como buenamente pudieron la urbe. También la ropa que viste al recuerdo, en esa eterna búsqueda que José Marcelino llama “sótano de la vida”.

Las páginas del libro evocan la ternura como activo principal de los protagonistas, así como los santos miran al cielo “desde vuestra postura derrotada”. Todo ello con el conocimiento de la vida en forma de inexpugnable pasaporte, salpicado igual que un farol marino, en palabras de nuestro escritor  “poner en hora al corazón”.

 Los objetos cobran autonomía vital en la obra, renacen, reviven, portan carga de carne humana. Desde el Gijón que amanece prematuramente un periódico nos habla de un tiempo pasado, de la palabra que no quiere amanecer, la estampa de una rosa sobre el mármol. En “Domingos por el rastro de Gijón” está, también, ese grito pronunciado por la supervivencia, héroes de la lucha por la vida entre el polvillo de los años, José Marcelino subraya que “el mundo huye” y se evoca desde el sol placentero de Gijón en verano o desde la nevada postal navideña, también la piedad que otorga ser testigo de una foto.  Entre los chascarrillos y regateos del rastro se conversa con el idioma universal de la literatura y el novelista asiente que hay están “nuestros libros clásicos para leerlos bajo la lámpara del corazón”, el teclear de una máquina de escribir, la verdad que dicta el calendario, tan clara y oscura como la mirada de la anciana que parece conocerte. Al atardecer cuando concluye el rastro parece que el día fallece, el brillo gastado de la melancolía. En el epílogo señala estupendamente Luis Fernández Roces: “descubrimiento para la historia más verdadera de Gijón”.

 Amparado por las acuarelas de Cuervo Viña, el toque mordaz de Mingote y la fotografía de José Manuel Rodríguez, la literatura de José Marcelino García surca con ventura las aguas del Piles. Y les puedo asegurar que es todo un hallazgo.

 

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