Bogart, de Stefan Kanfer. Por José Havel (01/06/2011).

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Stefan Kanfer

Bogart

Lumen, Barcelona, 2011          

 
409 páginas. 22,90 €


 
A finales del siglo XXI las películas de Hollywood se volvieron mastodónticas, en toda toda una panoplia de sonido envolvente, imágenes HD, efectos especiales digitales y pantallas colosales. En cambio, las estrellas se empequeñecieron, en comparación. Argumenta Stefan Kanfer, ex crítico cinematográfico de Time conocido por sus biografías sobre Lucille Ball y Marlon Brando, que «ese hecho no tiene nada que ver con el talento», sino con la calidad, con la clase de filmes que se están realizando, con el público cada vez más joven y menos exigente que los consume, con los estudios que los producen y, también, con los actores que los interpretan. «Los actores de hoy están bien formados, conocen su oficio, son entusiastas y están manipulados por enérgicos publicistas. De lo que carecen es de singularidad». Apunta el escritor neoyorquino que los imitadores no se fijan en Tobey Maguire, Brad Pitt, Leonardo DiCaprio, Christian Bale… «Es un hecho que contrasta marcadamente con los actores del pasado», con gente como Cary Grant, James Stewart, Gary Cooper, James Cagney, Edward G. Robinson o Humphrey Bogart.
 
Icono de Nueva York y del Hollywood clásico, “Bogie” —protagonista de El último refugio (1941) El halcón maltés (1941), Casablanca (1942), El sueño eterno (1946), El tesoro de Sierra Madre (1948), Cayo Largo (1948) y En un lugar solitario (1950), entre otros títulos— es «el actor más imitado de todos los tiempos», con sus maneras y aspecto a la vez peligrosos y amables. Más de medio siglo después de su muerte, no ha habido aún actor que logre escalar hasta las cumbres por él conquistadas, en virtud de lo cual el Instituto del Cine Americano lo proclamó la mayor leyenda masculina de la historia del cine. «Sus excepcionales características —integridad, estoicismo y un carisma sexual acompañado de una gélida indiferencia hacia las mujeres— no pasan de moda cuando él está en pantalla, y no han dejado de estarlo».
 
En su atractivo Bogart Stefan Kanfer busca, desde la privilegiada juventud de ostentoso confort burgués del actor hasta su muerte en 1957 a causa de un cáncer de esófago, la clave que explique la pervivencia del más duro de los duros del cine hasta la actualidad. Sólo Charles Chaplin y Fred Astaire pueden presumir, como él, de una vida —Humphrey nació en 1899— y de una fama póstuma que comprenden tres siglos. Kanfer concluye que «el principal motivo es que no habrá, no podrá haber, otro Humphrey Bogart en las pantallas de cada multisalas».
 

La gran Katharine Hepburn, su compañera de reparto en La Reina de África (1951), dijo de él que era alguien divertido, un actor generoso, un hombre extraordinariamente bueno, aunque travieso. Bigger than life, genio y figura. La mayoría del equipo de rodaje del citado filme de John Huston cayó enfermo durante el rodaje. La disentería y la malaria eran compañeras cotidianas. La ya de por sí enjuta Hepburn adelgazó casi diez kilos, vomitando como vomitaba entre toma y toma. Los únicos que se libraron fueron Huston y Bogart, que sólo bebían cerveza y whisky. Incluso se limpiaban con éste los dientes, lo cual les valió un forzoso cambio de dentadura.

 
Humphrey Bogart estaba orgulloso de su profesión, de lo que había alcanzado dentro de ella, de su capacidad para tomar una parte de la vida estadounidense y su tiempo e incorporarla en sus películas. Se enfrentó a los poderosos, apoyó a los compañeros caídos en desgracia (Fatty Arbuckle, Peter Lorre, Joan Bennett, Gene Tierney), ayudó discretamente a los desamparados, siempre amable con los más débiles. Cortés y franco, ajeno a las medias tintas y la falsedad, persona de palabra —rara avis en Hollywood, pues—, «no es de extrañar que sus interpretaciones y su vida reflejaran tan claramente una sensación de desengaño», con ese don natural suyo para imbuir a los personajes duros de una expresión irónica.
 
“Bogie” dio, da y dará esa impresión de integridad a un tiempo resignada e imperforable, casi caballeresca, que siempre cala en el público de inmediato. Un interés vigorosamente renovado a partir de la melancólica comedia Sueños de un seductor (Herbert Ross, 1972), protagonizada por Woody Allen. Desde entonces la presencia de Bogart es poco menos que ubicua dentro de la cultura popular. Cinco décadas y media tras su fallecimiento, no lo hemos olvidado, seguimos necesitados de su autenticidad. 

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