Doméstica, de Julio Rodríguez. Por Rubén Rodríguez (27/05/2011).

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Siempre que se inicia la lectura de un libro, tiene algo de encuentro y búsqueda de un mundo paralelo o nuevo que pueda profundizar nuestras reflexiones vitales o dar claves de nuestras obsesiones más cercanas. Doméstica, título sugerente, que da nombre al segundo libro del escritor Julio Rodríguez, no hace sino constatar a una de las emergentes voces poéticas aparecidas en estos últimos años en Asturias. El tratamiento que hace de los temas poéticos no tiene una originalidad notable, pero ese no es su punto fuerte, sino saber combinar con cierta maestría escuelas poéticas y dar su toque personal a un conflicto personal como fue su cambio de domicilio ovetense hacia una ciudad a menos de treinta kilómetros, llamada Gijón. Mudar a otro lugar significa también cambiar metafóricamente en muchos aspectos de la vida, sacar nuestras ilusiones y miedos para exorcizarlos de un plumazo. Doméstica contiene poemas breves e intensos, otros torrenciales y descriptivos de la realidad que rodea al poeta, pero todos ellos desde la ternura reflexiva y la sencillez transgresora como banderas estilísticas.
Para quien desconozca anteriores obras del autor diremos que este libro bebe de autores como Walt Whitman, Raymond Carver, Billy Collins, etc. Poesía norteamericana que reivindica lo cotidiano, lo coloquial y narrativo como formas expresivas de una realidad mágica y real que nos circunda. También la poesía social hispanoamericana es otro punto cardinal estético y ético que se debe tener en cuenta. Aparecen así nombres ilustres como Blas de Otero, Gabriel Celaya, Pablo Neruda, César Vallejo… donde el lenguaje directo y reivindicativo, humano y conmovedor ante el mundo es un material poético incuestionable. Paul Eluard, poeta francés neorromántico y social, entronca de manera clara con la poesía de Julio Rodríguez, sin olvidarnos de Oliverio Girondo, poeta del lenguaje barroco, puro sarcasmo, humor e ironía inteligentes que desprenden sus versos a raudales, condimentos necesarios, palpables en la poesía de Doméstica. Dadas ciertas claves ahora comprenderemos mejor al poeta y sus obsesiones vitales.
El libro se divide en cuatro bloques temáticos. El primero, bajo el título redondo de: “Luminosa”, reúne aquí la poesía amorosa, siendo una de las constantes temáticas el amor que todo lo puede, el ensimismamiento hacia la persona amada, la construcción gracias al otro de un mundo mágico y necesario para sobrevivir al día a día («y tendidos al sol de su rodillas, / quietos como en los cables / de los postes eléctricos. / Pájaros en el cerdo de tus muslos, / posados en tu vientre como copos / de nieve en un tejado. / Pájaros que construyen / sus pequeños nidos de tierra / en los brotes azules de tus brazos. / Pájaros que aletean firmemente, como las aspas de un ventilador, / dejándose las plumas en tu espalda. / Pájaros, sólo pájaros / que, como yo, tampoco / conocen la salida de tu cuerpo / ni tienen otro sitio adónde ir»). 
El segundo capítulo lleva por título “Todo este viejo asunto”. A camino entre la parodia y el homenaje a poetas clásicos como Catulo, Propercio, Horacio, Safo, Virgilio…, el autor reflexiona sobre el paso del tiempo, el amor-desamor, la muerte, la pérdida de la juventud y la llegada de la madurez- Son éstos temas clásicos y manidos, pero que Julio Rodríguez con cierta maestría consigue dar un toque personal e irónico, fusionar reflexiones antiguas con enseñanzas modernas, de la vida urbana actual, que hacen de este capítulo lo más original del poemario con respecto a estéticas o líneas temáticas ya desarrolladas en libros anteriores. Ejemplo de lo dicho es su poema: “Séneca puesto al día”. Un canto a romper la monotonía diaria y el hastío vital que nos mata a todos los humanos, y que dice así: «¿Por qué vivir en gravedad constante? / ¿Por qué hacer caso siempre a los semáforos, / a los números primos, al extracto bancario? / ¿No sería mejor arrancarle de golpe / los pulmones al tedio? ¿Por qué tanta tragedia? / ¿Por qué tanto silencio? Es agradable hacer / de cuando en cuando alguna tontería».

El tercer capítulo bajo el título un tanto misterioso de “ARN” (fórmula química) se encuentra la reflexión sobre el paso del tiempo y el oficio del escritor, las dudas que nos asaltan a los hombres a la hora de tomar un camino y sus consecuencias, unos asuntos ya tratados en libros precedentes. Muestra de lo dicho es su poema “Las primeras filas”, un alegato poético en contra de la oscuridad estética de la poesía. («Terminó la lectura y unos jóvenes / de la primera fila / aspirantes a viejos o a poetas / —no es relevante el dato— / vinieron, cómo no, a recriminarme: / “Su poesía es muy clara”, / se quejaron. “Es demasiado fácil / de entender. Su poesía carece de misterio”. / “Muchas gracias”, les dije (y fui sincero). / “La idea es que se vuelva transparente”»).

Doméstica,título del libro y cuarto capítulo, nos retrata la mudanza del autor, un cambio de casa, sí, pero también un cambio vital, una evolución radical en todos los planos de la vida: literario, afectivo, la ausencia de seres queridos que ya no están, recuerdos de infancia que vuelven… La casa como símbolo de un cuerpo humano, de un ser humano que se desnuda hasta sus últimas consecuencias, en definitiva; en este caso el cuerpo del escritor Julio Rodríguez, pero que, debido al tono de confidencia, al lenguaje sencillo y directo, se nos presenta como una poesía del yo que se transmuta al instante en una poesía del nosotros.

Doméstica confirma lo que ya muchos sabíamos: el encuentro de una voz propia, personal y poderosa. Un libro recomendable para acercarse de manera directa a eso de la poesía sin complejos; sencillos y celestes son sus versos, versos que, en los apagones y tormentas vitales que todos alguna vez hemos experimentado, se convierten en refugio perpetuo o luz del día a día ante la realidad que nos contempla atroz y descarnada. Ante esto, Julio Rodríguez nos da las armas perfectas para iluminar de forma tenue nuestras vidas, y conseguir así sobrevolar con cierto éxito el tedio y todas nuestras amarguras imperfectas. («Era mi casa, mi casa de toda la vida, / la que aparece todavía en mi DNI / (González Besada, 4, 11B, Oviedo). La casa en la que, a veces, / llovía de un costado / mientras, del otro, el sol se entretenía / sacándonos la lengua. / La casa de los mil poetas terribles / y las cien toneladas de infancia. / La casa con baldosas que eran teclas / de piano, y radiadores / como abrazo, y ventanas / de madera donde el viento soplaba /
en los carrillos hinchados de Chet Baker…
).

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