Reseña de Mejores días, de José Luis Morante. Por Herme G. Donis (13/07/2009).

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José Luis Morante, Mejores días, De la luna libros, Mérida, 2009.

 

No sólo palabras

El poeta, crítico y ensayista José Luis Morante (El Bohodón, Ávila, 1956), autor de numerosos libros que van desde la poesía (Rotonda con estatuas, Enemigo leal, Población activa, Causas y efectos, Un país lejano, Largo recorrido o La Noche en blanco) hasta la entrevista (Palabras adentro), compendios de artículos breves y ensayos críticos (Protagonistas y secundarios) o el género diarístico (Reencuentros), se aventura ahora a ofrecernos Mejores días, un brillante y singular libro de aforismos.

Desde Hipócrates, Diógenes, Sócrates (padres del aforismo occidental) o Lao-Tsé y Chang-Tsé (adalides estos últimos de los orientales), hasta los actuales creadores de este género, mucho se ha hablado de la palabra con la que se designa a  este tipo de  breves pensamientos: aforismos.

A estos “componentes mínimos de la materia” -como dice Carlos Marzal en su libro Electrones-, se les ha dado en denominar de muchas y diversas maneras: paradojas, conmutaciones, sentencias, proverbios, adagios, axiomas, incluso refranes… No todas ellas se ajustan, ni mucho menos, a lo que en realidad tendría que ser un aforismo, pero en este totum revolutum en el que se engloba esta disciplina parece que caben todas las definiciones.

Sin añadir ahora más leña al fuego, me limitaré a poner como ejemplo lo que piensan de este concepto tan controvertido dos autores de la talla de Cristóbal Serra y Umberto Eco. El primero apunta: “…Confundido el aforismo, frecuentemente, con la máxima, no es extraño que aparezcan rotulados como aforismos centones de máximas adocenadas y perogrullescas. La confusión alcanza a los diccionarios que, conscientemente, definen el aforismo como “sentencia breve y doctrinal que se propone como máxima”. De aceptar tan confusa definición, la diferencia entre máxima y aforismo apenas sería discernible. Y esa vieja forma de decir, misteriosa y poética, quedaría reducida a consejo moral, a norma utilitaria para andar por casa”. (Efigies, Notas para un Prefacio, 2002). Por otro lado, Umberto Eco nos dice en un artículo publicado en “El País” en el año 2002, lo siguiente: “…El término griego, aparte de “ofrenda” y “oblación”, con el tiempo ha dado en significar “definición”, “dicho” o “sentencia concisa”. Así son los aforismos de Hipócrates. Según [el diccionario] Zingarelli, por tanto, el aforismo es una “breve máxima que expresa una norma de vida o una sentencia filosófica.”

Sin olvidar la definición del Zingarelli recogida por Eco, pero más cercanos quizá al modelo del aforismo discursivo y ensayístico de Lichtenberg, José Luis Morante, en Mejores días, va desgranando una serie de pensamientos que con una carga de gran intensidad moral (que no moralina) nos ponen en contacto con sus experiencias vitales más íntimas que nos hablan de las vertientes de su vida: la familia, la amistad, la muerte, el miedo, la soledad,  la labor docente, el arte de escribir, la extrañeza propia del ser humano que se mira en el espejo del tiempo… Pensamientos que recogen no sólo la brevedad sentenciosa propia del aforismo, sino que, no pocas veces, y sin caer en el riesgo del trasvase de géneros, se encuentran cercanos al micro relato o al apunte diarístico.

Atento observador de la naturaleza de las cosas, Morante nos brinda en Mejores días un amplio abanico de pequeñas joyas dignas de ser bien tenidas en cuenta. Autor inteligente, lúcido y sensible nos sorprende tan pronto con la  nostalgia y la tristeza, como con la brillante ironía que, no pocas veces, utiliza como fino estilete. Todo ello sabiamente controlado para recordarnos siempre que él es, ante todo, un poeta  que no puede prescindir de poner el acento lírico en cualquier reflexión que nos revela.

Buena muestra de lo que digo se encuentra reflejada en esta breve selección  de aforismos que les ofrezco sacados de entre los quinientos que componen este nuevo e imprescindible libro del poeta José Luis Morante. Juzguen si no ustedes mismos:

“Cada trayecto se refugia en la lectura minuciosa de un viejo periódico. Disimula su capacidad de observación. Conoce la fisonomía de todos los fantasmas que viajan en los vagones vacíos” (Pág. 11).

“No quiere que nadie se dé cuenta de sus peticiones de auxilio” (Pág. 12).

“El corazón celoso hace recuentos de futuras pérdidas” (Pág. 14).

“Con fidelidad de amigo, manifiesta un contrastado interés por mi devenir literario. Aprende de memoria y me recita todos los juicios negativos que se publican sobre mí.”(Pág. 16).

“Se ha llenado la noche de oscuros minotauros. Pero no soy Teseo.” (Pág. 20).

“Aforismo; un zumbido de avispas.” (Pág. 21).

“Alguien que no soy yo sale a buscarte.” (Pág. 23).

“Neorromanticismo de fin de semana. Irene lama desde un país lejano y su voz tiene armonías de primavera nórdica.” (Pág. 27).

“Después de todo, seguir.” (Pág. 34).

“Si te miras la sombra, ya no estás solo.” (Pág. 43).

“Superada la etapa de la educación autoritaria, la enseñanza actual es más democrática:

 se puede denunciar a los profesores por cualquier motivo.” (Pág. 45).

“Transparente, juiciosa, equitativa, discreta. El cinismo perfecto.” (Pág. 52).

“El prudente adopta precauciones al hablar de la muerte.” (Pág. 55).

“En la covacha una cerilla es la luz de mediodía.” (Pág. 62).

“Sólo son palabras.” (Pág. 63).

Poesía que de estado líquido pasa a estado sólido para hablarnos de la ardua reflexión del hombre sobre la esencia de la que está hecho el ser humano y del cotidiano misterio de las cosas que le rodean.

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