Reseña de Fantasmas, de Chuck Palahniuk. Por Ernesto Colsa. 10.07.2009

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Chuck Palahniuk, Fantasmas. Mondadori, 2006.

 

A Chuck Palahniuk se le ve el plumero. Utiliza como reclamo un efectismo más que evidente, pero si obviamos los fuegos de artificio es innegable que el poso de inquietud que impregna su literatura no puede dejar de conmovernos. A pesar de que Palahniuk es un superventas en los Estados Unidos, se ha convertido en arquetipo de la cultura independiente, si utilizamos este adjetivo con la acepción no reconocida por la Academia y en la que ustedes están pensando.

Sus novelas son trasladadas al cine más tarde o más temprano (la reciente Asfixia, El club de la lucha) y suelen funcionar. Pero Fantasmas –la novela- decepciona no tanto por encontrarnos de nuevo con la misma fórmula sino porque utiliza el formato novelado como subterfugio para pergeñar una mera colección de relatos, a los que, eso sí, les une ese característico hilo conductor que impregna toda su obra, infestada de seres anómalos –aunque ¿qué personaje literario no lo es?-, extravagancias médicas y una sordidez que apabulla. La excusa: un grupo de personajes estrafalarios se recluye en la mansión de un misterioso mecenas para evocar la legendaria reunión de Byron, los Shelley y Polidori y dedicarse a escribir en completo aislamiento durante tres meses con un único fin: la notoriedad. Pero pronto desisten de alcanzar su objetivo por métodos exclusivamente literarios y se valen de técnicas más acordes con esta era post situacionista, recurriendo al asesinato, la mutilación y el canibalismo para concitar la atención de los medios cuando finalicen su retiro.

Como digo, el argumento resulta un tanto forzado por cuanto uno no termina de interiorizar la motivación de los personajes a comportarse en ocasiones de manera tan gratuita. El principal atractivo de la novela reside, sin embargo, en esos esporádicos destellos que jalonan la narración principal, constituidos por los cuentos que se intercalan a modo de flashbacks sobre los antecedentes de cada protagonista, y de los que será difícil olvidarse. Así, cómo no sentirse turbado por Tripas, o el horror que sobreviene en el fondo de una piscina, Al ritmo de los Perros, o de cómo la ternura puede tornar en ignominia, La caja de pesadillas, la sublimación de la inquietud más pura, o con Cráteres hirvientes, cuyo relato no desmerece el título… Son en total veintitrés pequeños hallazgos.

No debe olvidarse que a Palaniuk le debemos en su novela Asfixia la más lúcida definición de la pornografía que uno haya leído jamás. Acérquense a él. Algo les retraerá al principio, pero acabarán subyugados. 

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