Entrevista a Pepe Monteserín, Por Javier Lasheras. 15/03/2010

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"Llámame impostor"

 
Hacía tiempo que tenía ganas de hincarle el colmillo a este maravilloso impostor de risa estentórea, miope de largo mirar y tímido casi patológico. Conversar con él es un gusto para la inteligencia bien humorada, para abandonarse al libertinaje de las palabras y hacer con ellas una masa preñada de amor, literatura y vida.
Autor de más de una veintena de obras de diversos géneros pero ante todo novelista, Pepe Monteserín (Pravia, Asturias, 1952) ha sido distinguido con premios prestigiosos y sin embargo su nivel de exigencia no le permite alocarse con ellos ni un solo segundo. Se le nota en cuanto te recibe, te abre las puertas del corazón de su cabeza de par en par y te encuentras de frente con un cubo de Rubik iconoclasta, inconformista y vividor, imposible de resolver. En las circunvoluciones de su cerebro se insertan cientos de manos que escriben a un ritmo endiablado y, lo que es mejor, con un estilo precioso y preciso, sí, del que muchos hemos dicho que nos recuerda a no sabemos muy bien quién porque la verdad es que ha conseguido no parecerse a nadie, ni siquiera a los que él mismo dice leer y admirar. He buceado, he investigado y sé que nadie le ha regalado nada a este praviano, uno de los mejores escritores actuales que desde Asturias ha obtenido el reconocimiento de los lectores y de la crítica en España. Admito mi derrota y mi querer hacia Se detuvo el mundo (Algaida, 2004), pero no iré en contra de la opinión de los reseñistas españoles que han admirado y alabado la valentía y la solidez literaria de obras como La conferencia, Matómelo Dumas o La lavandera (todas ellas en Lengua de Trapo, 2006, 2007).
Pero, además, Pepe Monteserín ha hecho como otros tantos buenos novelistas (Martin Amis da buena cuenta de ello en Experiencia) y al tiempo que ha perfeccionado su literatura también lo ha hecho con su dentadura. Así que un servidor que iba cual lobo feroz a catarle ha resultado catado. Qué puedo yo decirles, tiene una mordedura portentosa pero tan bellamente letal que pasados los efectos retorna uno a la vida aún más vivo. Déjense morder. Quien lo probó siempre acaba pidiendo otra.
 

En su columna La mar de Oviedo, usted suele comentar las películas que ve. ¿Ha acertado muchas o pocas casillas en la quiniela de los Goya y de los Oscar?

Suelo acertar más que los del jurado de España y de América. Por ejemplo, acerté que la mejor película del año fue con mucha diferencia La cinta blanca, y nadie acertó, aunque El secreto de sus ojos era guapa.
 
Escribo y vivo mejor gracias al cine.
 
 

¿Cree que ha incidido de alguna forma el lenguaje cinematográfico en el quehacer de su obra narrativa?

Sí, ha influido mucho, en lo que escribo y en mi vida. Escribo y vivo mejor gracias al cine.
 

¿De todos sus relatos o novelas cuál elegiría para hacer un guión adaptado al cine? 

Se detuvo el mundo, Matómelo Dumas y La lavandera. La primera se rodaría en Oviedo, las otras necesariamente en París y en México, respectivamente. Eso es bueno para que colaboren más gobiernos.
 
Soy barroco, barroco en el mejor sentido,
es decir, seguidor de Quevedo.
 
 Lleva unos quince años alejado de su profesión como arquitecto técnico. ¿Ha logrado hacer de la literatura su nueva profesión o es un pasatiempo que le lleva todo el tiempo del mundo?
He logrado hacer de la literatura una obsesión; acabaré odiándola, mandándola a tomar vientos, y ese día descansaré.  

Me parece estupendo que traiga la obsesión a esta entrevista. Una de las mías, con su literatura, es conocer la génesis privada de su obra La conferencia. ¿Me cuenta o nos echamos a dormir un rato?

Cuento, cuento: la cosa venía de eso, de dormir; en la tertulia literaria de La Felguera, hace un lustro o así, cuando abordamos A la recherche…, de Proust, Eugenio Torrecilla nos dijo que era una obra que empezaba así: «Longtemps, je me suis couché de bonne heure», «Mucho tiempo he estado acostándome temprano». Es decir, que empezaba hablando de dormir. Y mencionó otro principio célebre, el de Kafka y La metamorfosis, con un primer renglón en el que Gregorio Samsa, al levantarse, se ve convertid
o en un escarabajo. No olvidemos que La Regenta también empieza con
«La heroica ciudad dormía la siesta». Así decidí yo continuar mi investigación a través de unos diez mil libros; deduje que uno o dos de cada diez empiezan por una frase relacionada con la dormidera dichosa, hice mis deducciones y escribí el ensayo. Luego, me pareció que podía añadirle una historia de amor, en paralelo, y la entreveré.
 
Soy minoritario porque los lectores prestan poca atención
 
 

Continuando con las obsesiones, la elección de los narradores en sus novelas -la madre de Evaristo Galois en Matómelo Dumas o Soledad, en La lavandera, por poner dos ejemplos- no es algo que deje indiferente al lector. Creo que alberga una pericia notable para incomodar o tal vez inquietar, no sé bien (estoy seguro de que su amigo Félix Blanco usaría el verbo perturbar). En todo caso, supongo que se trata de una alta apuesta y de una invitación para lectores ávidos y atentos… 

Sin duda, escribo para lectores atentos, por eso soy minoritario, porque los lectores prestan poca atención, por decirlo finamente. Mi novela Caballos de cartón la narra un paralítico, que se arrastra por las cuatrocientas páginas. Me gusta que narre un omnisciente discapaz, alguien que se parezca a mí.  
 

Abundando en obsesiones, ¿sigue empeñado en aprender a escribir en cada folio o ahora lo que busca es un argumento?

Ahora me empeño en narrar de la manera más airosa posible, pero soy barroco, barroco en el mejor sentido, es decir, seguidor de Quevedo. Me interesa la forma por encima de todo. Insisto en cultivar eso que me critican, porque ése soy yo. No tengo nada que decir, pero me gustaría decirlo bien.
 
He logrado hacer de la literatura una obsesión;
acabaré odiándola 
  

Sólo le manifestaré un elogio en esta entrevista. Reconozco en usted a un escritor entusiasta y de pasiones alegres. Dicho en el mejor sentido, para unos y para otros, no me parece usted muy caro con esos creadores que manifiestan una familiaridad natural con la ofensa ni con la tristeza… Creo que es usted un escritor de batallas por la vida. Está bien, ¿me dice algo o prefiere que le plantee la siguiente pregunta?

Comprendo lo que usted insinúa, y no voy a hablar aquí de letraheridos, a los que no soporto, ni de los que sufren antes de tiempo y, lo que es peor, lo cuentan también a destiempo, o sea, mal. Pero los que más me aburren son los escritores de estilo aburrido, al margen de que su prosa sea un infierno. Para contar cosas terribles no hacen falta palabras terribles; Camus sabe de eso: tengo El extranjero en mi alacena top ten. Es magnífica La cinta blanca, vuelvo al cine, en este sentido, llena de elipsis y escenas a medias. Terror latente.  
 

Según he podido documentarme, usted se documenta antes de iniciar su trabajo. También he sabido que recorrió París, a solas -¡a quién se le ocurre!-, visitó México una y otra vez -¡qué locura tan exquisita! y se paseó por Dublín bien cogidito de la mano de Joyce. [En este momento, Monteserín se levanta y al cabo de un par de minutos llega sonriente y orgullosísimo mostrándome en la mano una foto que se hizo en Dublín] ¿Me pregunto si tal vez algún proyecto le llevará a Kabul, Caracas, Bagdad, La Habana o a la mismísima Wall Street?

Me documento incluso después de terminar mi trabajo. En concreto, fui a París a recorrer por primera vez los escenarios de mi novela, con Matómelo Dumas editado, emocionado con mis inventos, no siempre fieles a la realidad. Viajé al Polo Norte y a la Antártida, pero digamos que el proyecto que desarrollé se enfrió. También viajé a 1936, durante ocho años; hace menos de un mes, con mi última novela terminada, recorrí Belchite, las piedras y ruinas…, me escurrí entre las grietas de las casas de Calatayud y, por supuesto, abracé a la Dolores, en cuyo museo hallé el baúl de la Piquer. Tengo ganas de contar, muchísimas ganas de contar, pero no sé qué.
 

Permítame la curiosidad. Ya sé que ha manifestado su adoración por Quevedo, pero si no me equivoco demasiado casi todas sus obras están plagadas de poesía, un verso por aquí, un serventesio por allá, dos poemas más allá y un sin fin de referencias a poetas. ¿Es usted sastre lírico o poet
a en ciernes?

Soy un desastre lírico.
 

Tengo la impresión de que en sus novelas hay una querencia en los personajes al recuerdo. No sé, da la sensación de que sus protagonistas necesitan del retorno para explicarse, para comprenderse. En fin, hágame el favor de explicarse.

No, no, hágame usted el favor de continuar con su explicación. ¡Ahora me entiendo!

 

A propósito de retornos, recuerdos y otras infancias. Hace unos años a usted le concedieron el Premio de la Crítica de Literatura Infantil y Juvenil de Asturias por un libro para adultos.

Sí. Y perdí más de diez. Prefiero competir con cien mil escritores, con manuscritos en igualdad de anonimato, que con un par de asturianos ante un jurado asturiano, con las cartas boca arriba.
 
¿Una desmesura escribir 150 palabras diarias?
A mí me parecería minimalista y de vagos.
 
Uf, los premios. Gran tema. ¿Piensa que los premios deberían tener un certificado de calidad o algún otro control que asegurase la pulcritud del procedimiento, la cualidad de los lectores y la integridad de los miembros del jurado o mejor quedarse con el prístino pero eficaz modelo Planeta?
 
Ayer estuve en Madrid, con el nuevo editor de Lengua de Trapo, que ya no es Pote Huerta, y me habló del disgusto que se llevaron todos cuando los miembros del jurado insistieron una y otra vez en que la mejor novela, entre unas 500 recibidas, era la mía, un escritor de la casa. Les disgustaba porque no querían que aquello pareciera un pucherazo, porque nunca cayeron en esa tentación del autobombo. Así que, por honrados y a disgusto, me premiaron. Y yo, a disgusto, renuncié a un premio muchísimo más gordo, económicamente, para aceptar el que suponía iba a darme más prestigio. ¡Qué paradojas!    

¿En qué se parece una reunión de escritores, editores, distribuidores y libreros con Gran Hermano? 

¿En qué?
 
Me parece una completa desmesura que escriba todos los días en el periódico. ¿La mar de Oviedo no será una Mar de fondo narrada por un memorioso que vio cómo la ciudad se hundía bajo las aguas de algún tsunami arquitectónico?
 
¿Una desmesura escribir 150 palabras diarias? A mí me parecería minimalista y de vagos. Menos mal que lo compenso escribiendo muchas más cosas. Trabajo 25 horas diarias y en mi artículo empleo una, a lo sumo. Y en tocarme las pelotas ni un minuto.
 
soy un idealista con los pies
firmemente plantados en el aire
 
Perdone la curiosidad. Usted entrevistó a Manuel Fraga, ¿le pareció gallego en el mejor o en el peor sentido del término?
 
Me pareció un hombre público, entregado al bien general, un político en el mejor sentido de la palabra: inteligente, honrado, trabajador y con sus ideas claras. No me quedé, en cambio, con buena impresión suya, porque le importan poco los amigos (me consta), poco los individuos, sólo le interesa el bien común. Un buen político, ya digo. Y salió adelante sin mis votos. Ah, y volviendo a la pregunta rosadieziana, no, no me pareció gallego nunca, siempre que lo vi en la escalera, ahora renqueante, sé si sube o baja.
 
¿Y de la actual situación política, social y económica en España tiene alguna opinión que desee compartir con los lectores? ¿Sabe si sube o baja?
 
A un amigo mío, hace días, se le declaró un cáncer con mal pronóstico; me dijo: «Ya tengo un problema; no tengo que inventarme otro».
 
Por lo contestado ya sabemos que aprecia o admira a Quevedo, Proust, Kafka, Camus, incluso también a Zapatero, aunque sólo sea por el discurso leído con motivo del Desayuno Nacional de Oración. ¿Podría decirnos a qué escritores lleva en el zurrón indeleble de su recuerdo y por qué?
 
¡No, por favor! No admiro a Zapatero. Me pareció magnífico el discurso que leyó; felicitaría a la persona que se lo escribió, y a Zapatero por elegirlo. En mi anaquel top-ten, poetas aparte, tengo a Proust (En busca del tiempo perdido), porque me quitó el complejo de hablar de mí; Cervantes (Quijote), porque soy un idealista con los pies firmemente plantados en el aire; Camus (El extranjero, otros dicen El extraño, yo lo titulo “El indiferente”), porque me deja patidifuso Mersault, y porque “de todos modos, uno siempre es un poco culpable” (de toute façon, on est toujours un peu fautif); Lampedusa (El Gatopardo), Dostoievsky (Los hermanos Karamazov), Sándor Marai (El último encuentro), Lajos Zilahy (Los Dukay), George Eliot (Middlemarch), Kafka (La metamorfosis), Henry James (Retrato de una dama), …/… Mújica Láinez (Bomarzo), Marguerite Yourcenar (Memorias de Adriano); Tolstoi (Ana Karenina), Flaubert (Madame Bobary)… Ya sé que son más de diez. Dejé de pormenorizar porque me eternizaría, pero, en suma, todos ellos me afectaron, como si me hubieran hecho nacer antes de 1952. Me hicieron eterno hacia atrás.
 
Como lector, cuando lee una novela, ¿está complementándola o termina de escribirla?
 
Opino sobre sus páginas, subrayo, tacho, a veces rompo y si me aburre la abandono. Naturalmente, cuando leo, también pongo mi granito de arena, mi experiencia, si lo merece.
 
¿Con qué escritores españoles vivos le gustaría compartir la merienda?
 
Desde luego, con Quevedo muerto no me gustaría merendar. Compartiría mesa con cualquier amigo, escritor o no. Que una perso
na sea escritor no me atrae lo más mínimo a la hora de tomar un vino. No obstante, me gustaría conocer a Javier Tomeo; dice Pote que algunos de sus libros le recuerdan a mí.
 
Cuando escribe parece usted un cazador de precisiones. ¿Qué le procura más satisfacción, un sustantivo, un verbo, un adjetivo, una metáfora quizás o tal vez prefiere el reto de describir una peineta…?
Una metáfora, sin duda, que exprese oportunamente una idea de fondo.
 
 
Me gustaría escribir una novela que sobrecoja per se,
sin contar nada, como hace la música.
 
«Su cuerpo dejará, no su cuidado; / Serán ceniza, mas tendrá sentido; / Polvo serán, mas polvo enamorado.» ¿Su amor es constante más allá de la muerte?
 
A veces creo que sí, y también que viene de más atrás del polvo. Otras veces no creo más allá, más acá ni entre medias.
 
Desde su plenitud de narrador, ¿cuáles son los sueños, los fantasmas y las realidades con que trata a diario en su despacho?
 
El amor, precisamente, y su relación con el arte. Me gustaría escribir una novela que sobrecoja per se, sin contar nada, como hace la música. Elevar la novela al nivel de la sinfonía. También pretendo contar una historia sencilla, que conmueva, que deje turulato al lector y rendido, que lo saque de quicio a mi antojo. El fantasma que busco es femenino: la sencillez, pero la sencillez preñada de sentido, sólida. Reconozco que mis florituras vienen a encubrir mi incapacidad, mi poquitez mental. Llámame impostor.
 
En su libro La mano entera (KRK, 2002) hace que su hijo Andrés conteste a su abuelita Luisa que «Cuando sea mayor tendré a mi alcance expresiones más correctas, más aliñadas». Y apostilla,… «pero ahora déjame: sólo soy un niño». Y a usted ¿le parece bien que le deje ya a solas con sus obsesiones o seguimos con este plano secuencia de la vida?
 
Quedo en sus manos: donde vaya «La soga» (en hablando de plano secuencias), vaya el calderón (en hablando de música).

 

 

 

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