Los niños de la Guerra Civil española en Dinamarca. Por Josefina Ceballos Herrero (02/12/2010).

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Los niños de la Guerra Civil española en Dinamarca

Una parte desconocida del exilio republicano

Por Josefina Ceballos Herrero 

 

Desde pequeña sentí curiosidad por las cosas que mi madre contaba sobre su estancia en Dinamarca durante la guerra civil y la emoción y el cariño con que ella recordaba al pueblo danés. Hace cinco años me decidí a conocer un poco más sobre su historia. Escribí a la embajada danesa para saber si ellos podían proporcionarme algún tipo de información y me remitieron al “Museo del Obrero”, uno de los más importantes de Copenhague, donde se conserva gran parte de la historia de este grupo social desde los inicios de la revolución industrial. Envié un e-mail al museo solicitando información y me contestó la Sra. Dorte Hansen, agregada cultural del museo, que muy amablemente se ofreció a ayudarme, iniciándose así nuestra correspondencia. Entre la documentación que me envió se encontraba una lista de 122 niños y niñas en la que se encontraban el nombre de mi madre y mis tíos como parte del grupo que en 1937 había sido acogido en aquel país. Tras un año de correspondencia con la Sra. Dorte, que para entonces ya estaba muy implicada en mis investigaciones, mi madre y yo decidimos viajar a Dinamarca. El hecho de ir acompañada con un protagonista directo de aquellos hechos me facilitó mucho las cosas. A nuestro regreso tuve la oportunidad de publicar un artículo en el periódico El Comercio de Asturias  y fue así como contacté con varios de los supervivientes de aquella historia, que me ayudaron con sus recuerdos a esclarecer esta parte de la historia del exilio republicano. Comencé entonces a reconstruir la historia de estos niños desde su salida de Santander hasta su regreso a casa.

 

En agosto del 37, cuando la guerra civil española estaba en pleno auge, se creó “El Consejo Nacional para la infancia evacuada” con la intención de poner a salvo a los más pequeños; más tarde se creó “El Comité Internacional de Coordinación”, porque los niños estaban siendo repartidos por diferentes países. Estos organismos dependían del Ministerio de Instrucción Pública y los niños de entre 5 y 15 años podían ser inscritos en las oficinas de “Asistencia Social”, que se hallaban en la calle Hernán Cortés, nº9,entresuelo, antes llamada calle General Espartero, para enviar a los niños temporalmente a Francia.

El día 1 de Agosto de 1937, salió de la estación de Bilbao, situada en la Plaza de las Cachabas, un tren cargado de niños con el emblema de la cruz roja en el techo de cada vagón. Este convoy iba en dirección a Gijón (Asturias).  Desde Santander salieron niños vascos que se encontraban refugiados allí y, sobre todo, cántabros, que se unieron a un numeroso grupo de niños asturianos en el puerto del Musel en Gijón. Allí les esperaba un barco carbonero francés, llamado Ploubalanec, que los llevaría a Burdeos. Salieron de Gijón al atardecer, escoltados por dos barcos ingleses. Todos recuerdan el miedo que pasaron porque los buques nacionales el  “Almirante” y el “Cervera” les persiguieron en su salida; incluso recuerdan el sonido de las bombas que estos lanzaron a modo de amenaza. Llegaron al puerto de Pauillac, cerca de Burdeos, a media mañana del día 2. Después de darles algo de comer los llevaron en tren hasta Saint-Cloud, en Val d’Or, cerca de París, donde fueron alojados en una antigua fábrica de coches acondicionada para la ocasión, junto con miles de personas, entre niños y adultos. Allí fueron alimentados y vacunados. Tras mes y medio de estancia en Francia los niños fueron distribuidos a otros países. Al despertar la mañana del 21 de septiembre, cada niño tenía un cartel a los pies de la cama con el destino que les daban: Rusia o Dinamarca. Así se seleccionó el grupo de 122 niños entre vascos, cántabros y asturianos.

Durante nuestra visita a Dinamarca pude comprobar la implicación que el pueblo danés había tenido desde el inicio de la guerra civil en España. La opinión pública danesa conocía la terrible situación que se estaba viviendo en España gracias a la labor de la “Fundación Matteoti“, una de las primeras organizaciones creada en París para ayudar a los niños españoles, y más tarde se creó un comité en Dinamarca, “The Danish Nationalwide Collection for the help for distressed spanish women and children”, que se encargó de colectar y gestionar las ayudas enviando tanto ropa como comida para las mujeres y niños refugiados en las colonias españolas situadas en Cataluña.

» Los buques nacionales “Almirante” y “Cervera”
les persiguieron en su salida

En Julio de 1937, el encargado de negocios español en Dinamarca había pedido al Comité de ayuda danés que se hiciera cargo de alguna colonia de niños en su propio territorio, ya que la situación en Francia era insostenible. En respuesta a esta petición se creó el “Comité para la residencia de los niños españoles en Dinamarca”, y el Ministro de justicia dio su visto bueno para albergar de forma temporal un pequeño grupo de niños españoles. Uno de los personajes implicados en este comité fue el socialdemócrata Hans Hedtoft-Hansen, miembro del Parlamento y lider de la fundación Matteoti. El Comité se encargó de recoger fondos para el mantenimiento de los niños. La colecta de estos fondos comenzó de forma tradicional, pidiendo contribuciones a todo el pueblo danés. Por 50 coronas al mes podían apadrinar uno o varios niños. Esta opción fue muy bien acogida entre particulares, centros de trabajo, compañías y asociaciones de distinta índole. Las contribuciones de juguetes y ropa eran bien recibidas también. La campaña iniciada por el Comité tuvo un gran apoyo popular, incluso el Rey de Dinamarca y empresas como la Compañía cervecera Calsberg apadrinaron niños españoles.

Mi madre y yo tuvimos la oportunidad de comprobar que todos los periódicos de la época dedicaban una o varias columnas diarias a los distintos incidentes de la vida de los niños. Frases como “estos valientes pequeños refugiados” o “con sus grandes ojos marrones”, algo exótico en aquel país Nórdico, eran comunes en la prensa diaria.

Los niños, acompañados de algunos maestros y maestras españoles, fueron enviados en tren hasta Dunkerque. Allí fueron embarcados en el A.P. Bernsdorff hasta Esbjerg y, finalmente, Copenhague. El día 22 de septiembre llegó un primer grupo 14 niñas y 56 niños; el día 29 del mismo mes llegó el segundo y último grupo, con 52 niños más. Todos coinciden en que el recibimiento fue muy cariñoso. Al llegar al puerto les regalaron una banderita danesa y una bolsa de golosinas. A su paso por todas las estaciones desde Esbjerg, a través de la isla de Fionia, hasta Copenhague la gente salía a recibirlos en todas las estaciones. Los niños fueron alojados en un colegio situado en Ordrup, una zona residencial a las afueras de la capital. El día 20 de Octubre un grupo de 30 niños, los más mayores, fueron enviados a un colegio de verano en la playa de Hasmark, en Odense. Esta colonia era mantenida por sindicatos locales y un buen número de comerciantes que les proporcionaban distintos materiales. La vida de los más pequeños en Ordrup estaba muy bien organizada. Los niños tenían clases, impartidas por profesores españoles, gimnasia, talleres, excursiones, visitas, y todos participaban en la limpieza y organización de la colonia. Tenían además un equipo de fútbol que llegó a ser muy famoso en las competiciones organizadas por los colegios de los alrededores.

Entre las cosas que más les impresionaron de aquel país algunos recuerdan las escaleras eléctricas que aún no existían en España; otros, el poder contar con agua corriente, o la cantidad de comida que les servían hasta saciarse.

También pudimos visitar el colegio San Andrés, en Ordrup, donde habían estado alojados, pero fue imposible para mi madre reconocer el edificio, ya que había sido parcialmente destruido durante la Segunda Guerra Mundial.

Visitamos la Biblioteca más grande de Dinamarca, situada en un pueblo cercano a Copenhague, donde pudimos consultar, incluso fotocopiar, unos libros donde se registraban los nombres de los niños, su procedencia, su edad y sus respectivos padrinos. Cada niño tenía entre 4 ó 5 que podían ser empresas, asociaciones o particulares, que se encargaban de las distintas necesidades, e incluso los llevaban a sus casas en los periodos vacacionales. Asimismo pudimos consultar un libro donde quedaron registrados los análisis médicos que les realizaron a su llegada, con datos como la altura, el peso, el estado de su dentadura, etc.

Entre el profesorado español desplazado a Dinamarca para encargarse de la enseñanza de los niños estaban Filomena Ruiz Rebollo, Cionin Ruiz Rebollo y Luis Cubel; más tarde se incorporaron Alexandre Solana Ferrer y su mujer.

El director era Zabala, un personaje argentino que había sido campeón de maratón. Todos le recuerdan como una persona dura y cruel que les golpeaba y castigaba a menudo y sin motivo. A los pocos meses de su estancia en el campamento fue descubierto cuando intentaba, aprovechando un viaje del equipo de futbol, pasar a los niños a territorio alemán para entregárselos al gobierno de Hitler, que pretendía dárselos a Franco, y fue expulsado. Su puesto fue ocupado por D. Jesús Revaque Garea, hasta entonces exiliado en Francia. D. Jesús Revaque era un maestro de Valladolid afincado en Santander. Había sido director del colegio Menedez Pelayo, y además de que muchos de los críos ya habían sido alumnos suyos en Santander, enseguida supo ganarse el cariño de todos los niños y adultos de la colonia. El resto de la plantilla lo formaban 8 personas danesas, entre ellas Krag-Müller,&nb
sp;un veterano jugador de fútbol internacional que se encargaba de las clases de gimnasia y deportes.

A finales del mes de mayo los niños son reunidos de nuevo en el colegio de Vejstrup, cerca de Svendborg, en plena naturaleza y muy cerca de la playa. Por un lado, el colegio de Hasmark tenía que iniciar su función habitual como campamento de verano para niños daneses y, por otro, el colegio San Andrés de Ordrup había incrementado mucho el alquiler. En este nuevo colegio se concentraron 96 niños. Los periódicos mencionan que algunos de los niños habían sido devueltos a Francia al poco tiempo de llegar, que otros habían sido reclamados por sus padres al lograr salir de España, que dos regresaron para unirse con sus hermanos en un campamento francés y tres fueron adoptados por familias francesas, mientras que una de las niñas, Dionisia Contreras Larena, de 9 años y natural de Portugalete, había muerto. Todos los protagonistas con los que he podido hablar recuerdan este episodio como algo muy triste, aunque ninguno recuerda como ocurrió, ni cuál fue la causa de su fallecimiento. En este nuevo campamento los niños continuaron con sus clases y actividades, además de ir a la playa, organizar excursiones y reuniones en las que recitaban poesías, cantaban, representaban pequeñas piezas o bailaban bailes tradicionales de su tierra para entretener a sus visitantes. La vida de los niños trascurría apacible y feliz, ajenos a los problemas que su presencia estaba provocando en el gobierno danés.

El gobierno de Franco en Burgos mostró un gran interés en la repatriación de los niños, pero dado que no existían relaciones diplomáticas entre los gobiernos danés y franquista, el embajador alemán, Alfred Tweede, actuó como mediador, solicitando una lista completa de los niños, que le fue denegada por el ministro de asunto exteriores danés.

En Abril de 1938, la presencia de los niños españoles se convirtió en un tema candente dentro del Parlamento danés. El Sr. Purshel, un parlamentario simpatizante con el régimen fascista, defendía en la postura alemana de entregar los niños al gobierno de Franco y reconocer así la legitimidad de éste, según habían hecho ya Inglaterra y Francia. Por su parte, el Sr. Larsen, comunista, y el Sr. Hancroft, socialista, defendían la estancia de los niños. En Agosto, el comité se reunió con el delegado de la España Republicana en Dinamarca para decidir el futuro de los niños y acordaron finalmente enviarlos a Francia, entre otras razones porque la situación política en Dinamarca era muy delicada, así como por problemas financieros, ya que resultaba más barato mantener la colonia en Francia, además de ser más fácil la repatriación desde allí.

El 24 de septiembre los niños abandonaron su colonia en Vejstrup. Todos recuerdan que fue un día muy triste. Le entregaron a cada uno una maleta con sus iniciales llena de ropa, regalos y un pequeño libro que contenía fotos y detalles de su vida en Dinamarca, además de una carta de despedida escrita por el comité, donde les expresaban su tristeza y su deseo de un feliz regreso a casa. El trayecto a Francia fue el mismo que habían realizado un año antes. Fueron albergados en el castillo de Bessy cerca de París. Esta nueva colonia se mantenía con fondos daneses, gestionada por “la Comisión Internacional para los niños españoles evacuados”, cuyo lider era el Sr. Solana Ferrer y el supervisor danés, el Sr. Henrik Seedorff, de la embajada de Dinamarca en París.

Allí se intentó en todo lo posible que los niños continuaran con su vida diaria, clases, talleres, deportes, etc.

Varios niños, sobre todo los mayores, fueron enviados a otros campos, otros se reunieron con sus padres, y la colonia acogió a otros pequeños necesitados.

Un gran número de niños abandonaron el campamento el 30 de Abril de 1939, entre ellos mi madre y sus dos hermanos. Un año más tarde, el día 1 de Abril de 1940, la ayuda danesa fue definitivamente interrumpida por el estallido de la 2ª Guerra Mundial. Muchos de los niños que quedaban fueron trasladados a otros campamentos en Francia o Bélgica, de acuerdo con el desarrollo de la Guerra Mundial; otros regresaron a casa por su propia cuenta. Algunos fueron retenidos en la frontera con España y obligados a trabajar para el ejército francés, limpiando camiones, establos o realizando tareas de diversa índole. Allí permanecieron varios meses viviendo en unas condiciones miserables, pasando hambre y frío, hasta que fueron embarcados en un tren hacia España.

Algunos me contaban que al entrar por la frontera había grandes montones de dinero republicano y los soldados les animaban a cogerlo, entre risas, porque ya no tenía ningún valor. Cuando llegaron a sus respectivas ciudades se les llevó a orfanatos; en el caso de Santander, fueron entregados en La Gota de Leche. Al ir sus padres o familiares a recogerlos les obligaban a firmar un documento en el que culpaban al gobierno de la República como único responsable de la evacuación de los niños en contra de su voluntad. Mi abuela se negó a firmar dicho papel y eso le produjo algunos problemas, aunque finalmente logró reunir de nuevo a toda la familia. Los niños cuyos familiares habían desaparecido o se encontraban en prisión se quedaban a vivir en el orfanato.

Hace dos años me surgió la oportunidad de realizar un documental con el realizador asturiano Iñaki Ibisate sobre esta historia y tuve la suerte de poder de contar con muchos de sus protagonistas, gente encantadora que me dio la oportunidad de conocer de primera mano experiencias muy diversas, recuerdos de una historia dura y cruel, pero todos coinciden en una cosa: el agradecimiento y cariño que, después de 70 años, aún sienten por el pueblo danés. Tras varias averiguaciones descubrí que existía una filmación del año 1937, con imágenes de unos niños refugiados en suelo danés. Escribí a varias bibliotecas y videotecas hasta que la localicé en el Danish Film Institute de Copenhague, donde se ofrecieron a enviármela muy amablemente.   

» Después de 70 años aquellos niños aún sienten
agradecimiento y cariño por el pueblo danés 

Cuando recibí la película no sabía muy bien qué era lo que me iba a encontrar. Fue uno de los momentos más emocionantes que he vivido en toda esta andadura cuando pude ver a mi madre, una preciosa niña de 8 añitos, con cara de asustada, esperando en una estación para subirse a un tren hacia un destino desconocido. En otras imágenes aparece asistiendo a clase con D. Jesús Revaque, haciendo gimnasia, juegos y distintas actividades.

El día 13 de Septiembre de 2008 conseguí reunir a muchos de estos niños de la guerra en torno al monumento llamado “Elogio del Horizonte”, erigido en Gijón, a pocos metros del puerto del Musel, de donde habían partido hacía tantos años. Fue una jornada inolvidable para mí, llena de emociones y cariño, produciéndose encuentros realmente conmovedores. Frases como “es mi segunda patria”, “cariño, todo el que quisieras”, “nos trataron como a reyes” o “me emociono cuando hablan de Dinamarca” fueron comunes en aquel encuentro y nos dan una idea del afecto con que estos “niños” recuerdan aquel país 70 años más tarde. El título que pusimos a este documental es Elogio al Horizonte (Iñaki Ibisate, 2008), porque, como alguien dijo una vez, “La verdadera patria del ser humano quizás se encuentre en el horizonte”. Espero que nunca nos encontremos en una situación semejante, que nunca cerremos los ojos ante la realidad de personas que hoy están pasando por ella.

 

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