Crines y acero: Asturcones en la antigua Roma. Por José Havel (15/05/2009).

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Los caballos españoles siempre han estado considerados entre los mejores del mundo. Sobre todo el caballo andaluz (o caballo español), fruto del cruce entre el caballo ibérico y el Barb berberisco llegado a nuestra península con la invasión musulmana del siglo VII. Fuerte y hermoso, atlético y elegante, dócil e inteligente, es el caballo más solicitado en los espectáculos. De ahí que, como las espadas (de Toledo), la inmensa mayoría de los caballos que vemos en las películas de Hollywood sean reclutados en España.

Pero, mucho antes de su parentesco árabe, los caballos ibéricos ya eran célebres en la Antigüedad por su calidad indiscutible. Los escritores antiguos coinciden en señalar a los caballos hispánicos como el producto de exportación de la Península Ibérica que más fama alcanzó en toda la cuenca mediterránea, incluso más que el aceite, los minerales, las lanas, las conservas, los cereales o las bailarinas andaluzas. Al nombre de Hispania van asociados indisolublemente sus caballos. Tal es así que al hablar de nuestra península, lo primero que brota en los escritos de todos los autores es el renombre de sus caballos, de los que, al decir del geógrafo Estrabón, criaba una cantidad digna de mención. En la Meseta Central, como en el Norte o Andalucía, no sólo había calidad sino cantidad de caballos, no pocos de ellos en estado salvaje.

Y entre las mejores razas de caballos hispanos se citaba la de los asturcones, a la que aluden frecuentemente los escritores de época imperial romana. El ganado equino más celebrado se criaba en Asturias y Galicia: asturcones y tieldones, inferior el primero al segundo en alzada, si bien superior como escalador de montañas. Los escritores hablan de ellos frecuentemente como de cosa archisabida. Compartían con sus hermanos del Centro la velocidad en la carrera y la seguridad en la marcha, características ambas unidas a una buena presencia.

La primera mención de los équidos asturianos parece ser la de De ratione dicendi ad Herennium, un compendio de retórica publicado entre los años 86-82 a.C., a petición de C. Herennio por un amigo desconocido. El mismísimo poeta latino Virgilio habla de un tal «pulcherrimus Astur». Si bien Granio Liciniano cuenta que el monarca Antíoco IV Epífanes, en las fiestas de Antioquia del año 167 a.C. descritas por Polibio, montó un caballo asturcón, un hecho asimismo referido por Eranio Liciniano a partir del cual podemos deducir que los asturcones ya eran conocidos durante el período helenístico en el Oriente, y con ellos, los caballos españoles.

Plinio el Viejo, buen conocedor de Hispania por haber sido procurador de la provincia Tarraconense en época flavia, describe las características de los asturcones en los siguientes términos: «son de talla menor; no tienen una marcha como la normal; su paso es cómodo; se debe al movimiento simultáneo de los remos de un mismo lado. Los naturales enseñan a los caballos a andar en andadura». De los asturcones asimismo hablan el cónsul del año 68 Silio Itálico en su poema “Punica”, escrito en los años del gobierno de los emperadores Domiciano y Nerva, y el poeta hispano Marcial, quien describe al caballo astur como «pequeño de estatura, que galopa rápidamente al son del compás».

El Corpus Glossarum Latinarum llama al asturcón «equus ambulator», es decir, caballo trotador, coincidiendo con la afirmación de Plinio de su paso cómodo, lo cual da medida, una vez más, de la fama que tuvieron en toda Europa estos caballos por su paso portante, sin duda muy cotizados en el Imperio en virtud de su comodísimo andar, siendo su venta un negocio lucrativo. En sus cartas Séneca cita a los asturcones como un tema harto familiar a sus lectores y en el Satiricón de Petronio, obra redactada hacia el año 60 d.C., en época de Nerón, el personaje de Eumolpo habla de un asturcón macedónico («asturconem macedonicum») como uno de los mejores regalos que se pueden dar (y de tal mención se infiere que, desde comienzos del Imperio, los pequeños caballos de Asturias eran muy famosos en Roma, hasta el punto de que su nombre probablemente se hiciese extensivo a todo género de caballos trotadores). De hecho, por Suetonio sabemos que el caballo preferido por Nerón no era sino un asturcón, dado que poseer tal animal suponía signo de distinción en Roma, incluso para los emperadores. Y es que tener en la puerta de casa un asturcón, el caballo de paseo preferido por los romanos, llegó a significar ostentación de riqueza.

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