En Cracovia, con Slawomir Mroczek, uno de sus escritores. Por Angel Garcia Prieto (24/08/2009).

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Cracovia, capital de la región de la Pequeña Polonia, está situada a unos trescientos kilómetros al sur de Varsovia y a solo cien de la frontera con Eslovaquia. Es la segunda población de Polonia, con más de setecientos mil habitantes, y ejerce gran influencia económica y social en todo el sur de la nación, área muy poblada en aquellas tierras por la riqueza minera, industrial y agrícola. Es para algunos una de las ciudades más bonitas de Europa y es una ciudad histórica, antigua capital de Polonia, cuna de la primera y más prestigiosa universidad del país, que fundó Casimiro el Grande, rey de la Dinastía Jaguellónica, en el s. XVI. Pero es sobre todo, con su colina de Wawel, el símbolo y centro del espíritu polaco, materializado en torno esa ciudadela que encierra su catedral gótica – donde están enterrados los primeros reyes y santos polacos -y el castillo palacio renacentista que vio desarrollar el poder y la organización de aquel estado. 

Stare Miasto, Wawel y Kazimierz 

El centro de la Ciudad Antigua lo constituye la Plaza del Mercado, un cuadrado de doscientos metros de lado que se urbanizó en el s. XIII y continúa repleto de vida ciudadana en torno al precioso edificio renacentista del Mercado de Paños. En su interior hay una galería comercial de época, con toda suerte de artículos artísticos y artesanales, entre los que destacan las joyas de ámbar, la preciosa resina fósil del cauce del Vístula, río que atraviesa de norte a sur toda Polonia. El tranquilo bullicio de la gran plaza lo articulan los pintores, los bailarines y músicos, los vendedores de los más diversos artículos, mezclados con turistas y paisanos que se sientan en las terrazas de los cafés o en los puestos de comida tradicional, que ofrecen asados y llenan el ambiente del olor característico de las especias. Y como ocurre en otros puntos neurálgicos de la vida ciudadana, los vendedores de obwarzanek – rosquillas de pan salado con semillas de amapola – ofrecen desde sus carritos de mano un pequeño, sabroso y baratísimo bocado para reponer fuerzas. 

Otras referencias monumentales son la Torre del Ayuntamiento, la capilla de San Adalberto y la también gótica y barroca majestuosa basílica de Santa María con dos altísimas torres, desde una de las cuales cada hora, un personaje de carne y hueso recuerda con un toque de corneta aquel día en que otra alerta similar sirvió a los ciudadanos para huir de un saqueo medieval de los tártaros. Otro detalle a destacar, enfrente, es la estatua del admirado poeta romántico, cantor del nacionalismo, Adam Mickiewicz, elevada sobre un pedestal hacia el cielo polaco.  

En su entorno de calles hay numerosos palacios, de los que cabe destacar el Collegium Maius, con un bonito patio gótico reconstruido, sede primitiva de la Universidad Jaguellónica; el museo Czartoryski, que la noble y riquísima familia del rey sin trono de Polonia, en París, reunió en el s. XVIII en colecciones de escultura, mobiliario, artesanía y cuadros, entre los que destaca la “Dama con armiño”, de Leonardo da Vinci; a su lado está la puerta de San Florián y la Barbacana, una de las principales y antiguas entradas de la muralla ciudadana. La calle por la que se accede – Ulica Florianska –, como las de su entorno, tiene también mucha vida, tiendas, restaurante y cafés. Llama la atención el café cantante Jama Michalika, en el número doce de la calle, por su ambiente de entresiglos XIX-XX y su decoración art nouveau.  

Wawel es una colina fortificada desde la antigüedad, junto al río Vístula, que pasa limpio y sereno por el centro de la ciudad entre orillas ajardinadas. Desde la época dorada de Polonia, Wawel ha sido el bastión de los sentimientos de una nación tantas veces invadida y dominada, con su Castillo Real de esplendidez renacentista. Tiene un patio de grandes dimensiones y columnatas que sobrecogen por su elegancia y en su interior se pueden contemplar salones, pinturas, muebles, esculturas y objetos de notable valor. La vecina Catedral gótica es el otro edificio que acoge los símbolos polacos históricos, al guardar las capillas funerarias de San Estanislao y de los Reyes Jaguellones Casimiro el Grande, Segismundo el Viejo y Segismundo Augusto, así como la cripta de enterramientos de los monarcas de la Dinastía Vasa, acompañada de poetas y héroes nacionales. Una campana gigantesca de once toneladas, que solo toca en grandes momentos de la ciudad o del país, y varias capillas renacentistas llaman también la atención de los visitantes. 

Kazimierz, antes una ciudad al pie de Wawel, es ahora el barrio judío de Cracovia – que al comenzar la Segunda Guerra Mundial tenía censados más de setenta mil hebreos – y tiene un aire especial, por los detalles de idiosincrasia de la cultura judía en las sinagogas, las pequeñas tiendas de época, los talleres de artesanos, los negocios anticuarios y los numerosos edificios aún no arreglados que exhiben las huellas de la guerra. Allí se rodó la famosa película de Steven Spielberg La lista de Schindler y efectivamente es fácil imaginar que de un momento a otro va a aparecer, por una oscura y grisácea encrucijada, el típico camión de las SS con sus motoristas de escolta. Destaca la, también renacentista, Sinagoga Antigua y la plaza vecina, con mucho ambiente, especialmente en los atardeceres cuando en los restaurantes se puede oír la música estremecedora jasídica.  

Mrozek, escritor que vive en Cracovia 

Slawomir Mrozek, nacido en 1930 en Borzecin, una población cercana a Cracovia, hijo de un empleado de correos, que estudió arquitectura, orientalismo e historia del arte, aunque dedicó apenas unos meses a las dos carreras iniciales y en la tercera se matricul&oac
ute; para eludir el alistamiento militar. Tras trabajar en el periodismo y el dibujo satírico, en 1957 comienza a darse a conocer en las letras polacas como dramaturgo y autor de narrativa. Desde que en 1953 consiguiera el estreno de El policía, sus obras teatrales le han llevado al reconocimiento y el éxito en su país y fuera de él, es especial con la titulada Tango. Durante una primera época no se llevó mal con el régimen comunista polaco, pero en 1963, tras
la Primavera de Praga, su obra se prohíbe en Polonia y él se exilia primero en Italia, luego en París y México. Tras la caída del Telón de Acero, regresa a su patria y se establece en Cracovia, donde vive con su esposa – mexicana y también autora, aunque de libros de cocina, pues es empresaria de hostelería. El famoso crítico alemán Marcel Reich-Ranicki ha dicho de Mroczek que “es un humorista, lo que quiere decir que habla con una seriedad total. Es satírico, lo que significa que ridiculiza el mundo para mejorarlo. Es surrealista, es decir, se interesa por la verdad, pero para hacerla comprensible la transfigura en algo extraño a partir de la realidad más radical. Es un hombre absurdo, que significa que evidencia los contrasentidos para estimular la razón”.
 

Su obra comenzó a dar los primeros pasos en España de mano de Quim Monzó, que conoció algunos relatos del autor polaco publicados en el semanario The European y se interesó para que su narrativa se publicase aquí. Se pueden destacar: 

La vida difícil(Ed. Sirmio, 1995 y Ed. El Acantilado, 2002), una asombrosa, divertida e inteligente colección de treinta y siete irónicos cuentos, en los que el sarcasmo, la parodia, la ironía y el humor se conjugan con oportuna tranquilidad en una heterogénea muestra de breves relatos de trasgresión, caricatura y fábula. De esta manera plantea la irracionalidad de determinadas costumbres, las limitaciones de la vida o simplemente las contradicciones inherentes a nuestra existencia. Algunos cuentos parodian el adoctrinamiento comunista que sufrió Polonia después de la II Guerra Mundial, otros se refieren a las siempre fascinantes y problemáticas relaciones amorosas entre hombres y mujeres, en alguno se critica la vanguardista experimentación genética, hay una serie de ellos basados en tradicionales relatos como los de "Caperucita Roja" y "La Bella Durmiente". El fondo del mensaje de Mrozek queda magistralmente relatado en el primero de los cuentos, “La revolución”, donde dice: “es necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución”. Luego continua comprobando que la revolución tampoco es suficiente, para terminar retornando al principio y recordar, en los momentos del aburrimiento de lo cotidiano, sus tiempos de revolucionario. Mrozek consigue reírse de todo, es capaz de darle un aire fresco a muchos serios problemas de nuestra interioridad y analiza con elegante socarronería muchos usos sociales establecidos.  

El árbol (Ed. Quaderns Crema, 1998) es otra colección de 42 relatos muy breves – la mayoría no pasan de dos páginas – y como los anteriores son cuentos críticos, irónicos, en ocasiones francamente divertidos y cómicos.

Juego de azar (Ed. El Acantilado, 2001), es también otra serie muy brillante y divertida, en la misma línea de las anteriores. En cambio El verano perfecto (Ed. El Acantilado, 2004), que es una novela de muy escasa trama, no consigue la intensidad y el poder sugestivo que tienen los cuentos cortos.

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