Desde Bocamar de Juan García Campal

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Desde Bocamar
Juan García Campal

Con gratitud, mi enajenación

Interés mostraron amigos, conocidos y desconocidos, ante mi silencio, inusual, por tres lunes, en estas páginas.
Unos, bromeando con el “desde Bocamar”, me preguntaron si estaba remando en galeras rumbo a apoyar al presidente Rodríguez Zapatero en su política antiterrorista; otros, que si iba pícaro por calles y plazas en busca de alguna picardía; los más, sólo pedían un porqué. Los tranquilicé a todos. A los unos, con que no es preciso tal bogar, que cuenta el presidente Rodríguez Zapatero con, amén del mío, el respaldo de la mayoría del parlamento español, cosa no menuda; a los otros, con que la única picardía que me va de todas las posibles es el “camisón corto, con tirantes, hecho generalmente de tela transparente” y, por supuesto, para uso ajeno y por breve tiempo. A los más, los del por qué, con la única verdad: que al aumentar el número de colaboradores en este diario y ser preciso repartir el espacio, qué menos que, como con la caridad hacen otros, comenzar socializando el que disfruta este menda que bascula sus ideas a la izquierda, hacia el socialismo, o más, que me reconocí comunista hormonal y cordial. Y siendo así, a qué socializar, no será mejor auto-expropiarme, enajenarme, del espacio que usufructo.
¿Cómo alguien de este mundo del siglo XXI puede pensar que me privan de expresar mi opinión libremente? ¿Es que alguien cree que aquí se considera que “la opinión propia, si es libre y expresa, puede ahuyentar a una clientela o enojar al patrón”, como decía don Manuel Azaña? Jamás creí arriesgarme escribiendo y firmando lo que pienso. Ejercí un derecho. Y si di la cara, pues nada, también don Manuel Azaña dijo “solo no arriesgan nada los que, mejor orientados, empeñan su talento, grande o chico, en las batallas del arribismo, donde no se pierde más que la vergüenza”.
Siete años -en dos períodos (1997-1999 y 2001 hasta hoy)- he estado con ustedes casi cada semana, contándoles mi percepción de la realidad, mis esperanzas de futuro, mis ilusiones, mis rabias y hasta mis contradicciones. Lo hice de la única manera que sé, libremente, con libre mente. No fue nada heroico, jamás recibí de nadie indicación alguna con respecto a nada. Tampoco la hubiese consentido, que así me enseñaron: encadenado, lo mínimo, libre, al máximo.
Nada quede más que mi gratitud: a los directores de este periódico (Oscar Campillo, José Luis Prusen y José Luis Estrada) que me dieron la oportunidad de hacer pública mi libre opinión; a Carmen y Esther, de redacción, por su paciencia con mis retrasos y, cómo no, a ustedes que me sobrellevaron con su crítica, con su silencio o con su reconocimiento. Si a alguien ofendí, mis disculpas; si algo no respeté, es que hay cosas que no tengo por respetables. Y ahora, a releer “La evitable ascensión de Arturo Ui”, o la de sus neo-heterónimos.
Séanse leales, serán más felices.

http://juancampal.blogspot.com/

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