Profesor Lazhar, de Philippe Falardeau: Au revoir, les enfants

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El cine de la civilizada Quebec abunda en filmes sobre infancias infelices y el sufrimiento de la niñez, consciente de que no todos los seres humanos son dichosos de niños. Ese tipo de obras son tan características de dicha provincia canadiense que casi constituyen un género cinematográfico autónomo, a tenor de títulos como Mi tío Antoine (Claude Jutra, 1971), Les Bons Débarras (Francis Mankiewicz, 1979), Léolo (Jean-Claude Lauzon, 1992), Aurore (Luc Dionne, 2005), C.R.A.Z.Y. (Jean-Marc Vallée, 2005) o C’est pas moi, je le jure! (2008). El director de esta última, Philippe Falardeau, también autor de la prestigiosa Congorama (2006), regresa a las pantallas españolas con Profesor Lazhar (Monsieur Lazhar, 2011), nominada en la pasada 84ª edición de los Oscar al mejor largometraje de habla no inglesa.

A partir de la pieza teatral de Evelyne de la Chenelière (Bashir Lazhar, 2002), donde el protagonista estaba solo sobre el escenario, Falardeau escribe y dirige la historia de Bachir Lazhar (Mohamed Fellag, escritor, actor y humorista argelino, famoso por sus espectáculos en solitario), un inmigrante de mediana edad que, huido del terrorismo extremista de Argelia, llega a Montreal en busca de asilo político. Allí trabajará como maestro de francés en una escuela de primaria traumatizada por el suicidio de su predecesora, quien decidió ahorcarse dentro del aula con un foulard azul durante un recreo. El dolor de sus alumnos de 11-12 años y el suyo propio fluyen vecinos dentro de un catártico proceso de empatía, más allá de las normas “políticamente correctas” y de ciertos secretos personales. La clase es un lugar, un sitio de amistad, de trabajo, de cortesía, donde está la vida… proclama el bueno de Bachir.

Voluntariamente, Profesor Lazhar es simple puesta en escena, al margen de cualquier pirotecnia en la realización, con la cámara de invitada queda y silenciosa. La técnica se solapa —a veces parece evaporarse del todo— dejando más espacio a actores y personajes. Esta sobria opción no siempre funciona bien. Cuando la narración revolotea en torno a figuras o situaciones desprovistas del interés necesario, la propuesta pierde entonces fuelle y se pone en evidencia, quedándose corta su poética de la alusión y la sugerencia.

Philippe Falardeau expone, en filigrana, una meditación acerca del choque de culturas diferentes mientras navega a dos aguas, las del duelo de la muerte y el exilio y las del canto a la profesión docente. Su película resulta tanto una fábula social moderna como un relato de realismo cotidiano, quizá porque no decide con claridad si ser una obra de aprendizaje para chavales o una obra comprometida para adultos sofisticados. Posibles confusiones identitarias a un lado, el filme gana con el corazón parte de lo que pierde con la cabeza, gracias al carismático monsieur Lazhar, emotivo puente entre el distanciado mundo de los mayores y el universo sin distancias de los niños.

 

 
[Versión extendida de la aparecida en El Comercio y La Voz de Avilés – 18. 05.2012]

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