En 2008 el realizador sueco Tomas Alfredson firmó Déjame entrar (Let the Right One In), adaptación cinematográfica de la novela homónima del también autor sueco John Ajvide Lindqvist, quien asimismo escribió el guión. Contaba la historia de Oskar (Kare Hedebrant), un niño solitario de 12 años que ve cambiar su vida con la llegada de la misteriosa Eli (Lina Leandersson), la nueva vecinita que sólo sale por las noches, una llegada que coincide con una cadena de asesinatos macabros en el vecindario. El éxito de crítica obtenido por esta primera versión cinematográfica hizo que sus derechos fuesen comprados inmediatamente por estudios americanos, los cuales posibilitaron la existencia de un remake a cargo de Matt Reeves (Monstruoso), solamente dos años después del estreno del filme escandinavo original.
Se trata de Déjame entrar (Let Me In), largometraje angloamericano producido por la Hammer, el primero de la compañía británica desde 1979, que sale airoso de un desafío nada sencillo —caminar sobre los pasos de una obra preexistente muy notable—, sobremanera cuando se olvida de imitar al referente y da rienda suelta a su personalidad propia.
La pareja protagonista primigenia se troca en Owen (Kodi Smit-McPhee) y Abby (Chloë Grace Moretz), trasladándose ahora la acción al Nuevo México de principios de los 80. Allí donde Tomas Alfredson incidía sobre las relaciones afectivas entre los personajes, Reeves amplía el punto de mira. Pese a retomar éste en ocasiones secuencias completas del filme de aquél, su puesta en escena libera una atmósfera sui generis, hecha de la depresión que aflige a los EE UU de la era Reagan y de las contradicciones de la psique norteamericana. Pueden apreciarse algunos matices interesantes de realización en la bestialidad de la joven vampiro, impregnada de una imaginería vampírica gore. La película gana así en dinamismo lo que pierde en misterio con respecto al original, con una intriga también más marcada, lo que sin duda permitirá a esta bonita historia acoger a más espectadores en su seno.