Por David Fueyo
En las XXIV jornadas literarias de Pravia expuse la ponencia “Inteligencia artificial (IA) como herramienta para escritores: Software y aplicaciones que facilitan la escritura”. Fueron muchas las personas que me pidieron la información que transmití a los asistentes al acto sobre mis estudios sobre IA en aquellos aspectos que atañen a la literatura desde una perspectiva histórica y didáctica, explicando qué es la IA, dando unas pinceladas sobre su origen, una breve explicación de su funcionamiento y sus aplicaciones e implicaciones en el oficio de escribir.
A mediados del siglo XX, Turing lanzó este interrogante al mundo: ¿pueden las máquinas pensar tal y como lo hacemos los humanos? Desde entonces la humanidad no ha dejado de buscar respuestas a esta cuestión profundamente filosófica, pero también técnica.
Así, en varias etapas de su desarrollo, la IA pasó de ser un sencillo código con unas pocas líneas basadas en el “if-else” o lo que es lo mismo, en un “si pasa esto, tiene como consecuencia esto otro”, a constituirse como un ente supuestamente inteligente al que, de alguna forma ya obedecemos. Las cinco o seis líneas de código pasaron a convertirse en complejos sistemas capaces de aprender y adaptarse gracias a redes neuronales y a la enorme cantidad de datos que hoy se generan en cada segundo de nuestras vidas (un bosque de millones de especies de árboles con millones de ramas que crecen a cada instante en cada uno de ellos). La IA está creciendo de forma exponencial en cada nuevo modelo que aparece. La escritura, la imagen y la música están cambiando. Es necesario para quienes nos dedicamos a alguna de estas disciplinas el conocer de cerca estos cambios no solo a nivel técnico, sino también filosófico y jurídico, ya que, en este caso, el problema nos atañe.
Para los escritores la inteligencia artificial representa una revolución en la creación literaria ya que una de sus mayores aplicaciones es la de la generación de textos que, introduciéndole el promp o instrucción precisa, pueda llegar a escribir con coherencia y cierto valor literario. ¿Es una competencia?, la respuesta es sí. La IA escribe tal y como habla un papagayo: imita. Se alimenta de literatura ya publicada y la devuelve juntando bloques de aquí y de allá.
Imaginemos por un momento a una máquina que genera ideas en cuestión de segundos, que ayuda a construir escenarios, a esbozar personajes, a encontrar las palabras adecuadas para cada escena o a crear diálogos dinámicos entre sus protagonistas: esa herramienta ya existe. Es cierto que crea contenido, pero reciclando otro con el que ha sido alimentado. Por ahora la originalidad y creatividad de la respuesta depende de lo afinados que sean nuestros prompts, por lo que el escritor que quiera usar la IA como una especie de musa digital debe aprender a que estos sean óptimos.
Debemos detenernos un momento para analizar lo que es un GPT. Estas siglas son las de un “Generative Pre-Trained Transformer”, o lo que es lo mismo, un modelo trabajado previamente bien por la empresa desarrolladora, bien por un usuario para que genere respuestas acordes a lo que el destinatario necesite. García Tuñón lo explica en su libro IA desde cero poniendo el símil con un perro. Puedes adiestrarle para que vaya a por la pelota, salte o se eche, pero solo un entrenamiento específico y refinado puede hacerle perro policía o salvavidas. Algo así sucede con la IA.
Pero la inteligencia artificial no se limita a la creación de contenido, también se convierte en correctora, con aplicaciones como “Lorcaeditor” o bien puede ayudarnos a elaborar planos de nuestra próxima novela con conectores de flujo como hace la aplicación Twine. El propio ChatGPT puede ayudar a un escritor a puntuar correctamente un diálogo o a ponerle nombres a sus personajes. Todo depende de la calidad del prompt que le introduzcamos.
Estamos ante un giro copernicano en el oficio de escribir. La autenticidad, por ejemplo, se torna un tema fundamental. Aunque la IA puede generar contenido de forma rápida, en innumerables veces este no es de calidad o, directamente, es un plagio ante el que los auténticos autores de los textos pueden verse perjudicados.
Cobran especial interés ahí las asociaciones que velan por nuestros derechos, que tienen ante sí, como representantes de los escritores y escritoras, un enorme reto dada la capacidad de la IA de enmarañar las creaciones de uno u otro autor, de enmascarar los bloques de texto de los que se nutre o de engañar, directamente, cambiando referencias, estructuras y citas para dar la sensación de que está creando algo original. La IA, por ahora, no deja de hacer refritos, unos mejores que otros, pero, recordemos, ni un ordenador ni una IA son capaces de pensar, mientras que los escritores sí lo hacemos; aun así a todo lo que se escribe sobre este tema le sucede un poco como a los periódicos en papel, quizás cuando lean este artículo ya solo sirva para “envolver pescado”, es decir, quizás ya esté todo esto superado, dada la velocidad a la que avanza esta tecnología; eso sí, en el momento en el que la IA exija tener un cuerpo, aunque sea robótico, tendríamos que preocuparnos un poco más.
Vamos a centrarnos en un punto esencial: el de los derechos de autor. Al referirnos a ellos, llegamos a una cuestión compleja porque la IA se nutre de millones de datos públicos. Según OpenAI, la empresa creadora de Chat GPT, “en la actualidad, los derechos de autor abarcan casi todas las formas de expresión humana, lo que hace indispensable el uso de materiales protegidos por derechos de autor para el entrenamiento de los principales modelos de inteligencia artificial modernos”; es decir, la IA copia material protegido. ¿Dónde queda, entonces, el límite de lo original? ¿A quién pertenece el contenido generado? Estas preguntas invitan a la reflexión sobre dónde están nuestros derechos como escritores y hacia dónde se dirige nuestra profesión como creadores, ya que según la misma empresa, lo generado por la IA puede utilizarse sin derechos reservados; es decir, utilizan material protegido, lo disfrazan y lo ceden como material sin derechos tras modificarlo o directamente transgredirlo.
En el panorama literario, la IA es como ese nuevo talento deslumbrante que todos observan, pero que a veces despierta temores, sobre todo porque podría transformar el mercado de la escritura en un terreno de competencia implacable o, quizás, que la obra se reconozca con un precio de cero. Al facilitar la creación rápida de contenidos, es posible que surjan grandes volúmenes de texto en poco tiempo que se generarán en segundos frente a los años de trabajo, lecturas y estudio que se le presupone a todo escritor o escritora. Da que pensar.
La IA ofrece al escritor la promesa de una labor más ágil y productiva, pero esta tecnología debe ser vista como lo que es: una herramienta, no el corazón de la creación literaria. Quizás el mayor reto de la IA es que nos obliga a recordar el valor de lo humano en la creación. Se da aquí una paradoja: ¿es coherente utilizar a quién puede que sea nuestro mayor enemigo? En un tiempo en el que la tecnología se convierte en nuestra mano derecha, sigue siendo imprescindible que el corazón del proceso creativo permanezca bajo control humano. El corazón, ese “animal extraño”, que según Blaise Pascal tiene razones que la razón no entiende, todavía no puede replicarse, por ahora, en una máquina.
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NOTA: He publicado una versión mucho más sencilla y abreviada en mi podcast “Ideas en 7 minutos”