Conocerás al hombre de tus sueños, de Woody Allen. Por J. de Oxendain (10/09/2010).

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Los destinos de varios personajes se cruzan: Alfie (Anthony Hopkins) abandona a su mujer Helena (Gemma Jones), quien sólo se fía de una adivina extravagante —un vidente resulta a fin de cuentas más barato que un psicoanalista—, tras cuarenta años de matrimonio y rehace su vida con la joven Charmaine (Lucy Punch); mientras, Sally (Naomi Watts), la hija de la ex pareja, casada infelizmente con el novelista Roy (Josh Brolin), se enamora de Greg (Antonio Banderas), el atractivo galerista para el que trabaja, al tiempo que su marido se cuelga de Dia (Freida Pinto), la vecina misteriosa de enfrente. Todos esos destinos, más algún otro, se entreveran en Londres, ciudad a la que Woody Allen regresa después del retorno a Manhattan saludablemente cínico y maliciosamente jubiloso que fuera Si la cosa funciona (Whatever Works, 2009), para rubricar su última obra Conocerás al hombre de tus sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010), comedia dramática de la que en absoluto sale malparado.

Mediante el trabajo con planos-secuencia de mecánica elaborada y precisa, el realizador neoyorquino engarza escenas cotidianas tristes haciéndoles germinar como probables alegrías futuras. Allen concede flexibilidad al campo de acción de sus actores, extrayendo de ellos lo mejor se sí mismos, lo cual redunda positivamente en un relato bien narrado, donde Allen ratifica una vez más su condición de dialoguista sin par a través de sus proverbiales conversaciones de sordos, fulgores verbales y retratos emocionales donde la palabra es monarca consorte de la imagen. Un verbo habilidoso pronunciado con ritmo grácil como ingrediente de un cóctel con melodioso sabor a amores perdidos, a fantasmas que cazar y a ese flujo inexorable que es la vida. Conocerás al hombre de tus sueños es, en su tono ligero, una película muy agradable de ver, bien es cierto que lejos del calado de otras obras allenianas, bien es verdad que sin aportar gran cosa de nuevo a su universo, aunque no siempre la originalidad supone un valor en sí mismo, según demuestra este déjà vu rodado con mano segura.

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