El luchador (The Wrestler) se vió recompensado como mejor filme con el León de Oro de la 65ª Mostra de Venecia. Y recuérdese que el presidente del Jurado, Wim Wenders, precisó que si Mickey Rourke no había ganado el premio al mejor actor fue porque el reglamento del festival estipula que una película no puede ser recompensada dos veces.
Bastó con esperar. Rourke obtuvo el Globo de Oro, aunque no finalmente la recompensa suprema del Oscar, por ese mismo trabajo en el que interpreta a Randy Robinson, toda una estrella de la lucha libre profesional en lo años 80, pero que veinte años después se arrastra por cuadriláteros de ínfima categoría. Acabado y solo, viviendo en una caravana, lo único que le mantiene vivo es la emoción del espectáculo y el apoyo de los fans, hasta que sufre un infarto en medio de la competición que lo obliga a retirarse. A partir de entonces trabaja en un supermercado, procura enjugar sus penas –él que es incapaz de mantener una relación de pareja estable con nadie— en compañía de la stripper Cassidy (Marisa Tomei), también ya en la cuesta debajo de su vida, y tratará de reconciliarse con su hija Stephanie (Evan Rachel Wood), a la que en su día abandonó.
No hace falta ser un lince para percatarse de que la trayectoria del personaje protagonista guarda ciertas analogías con la del propio Mickey Rourke, un soñador que vive como una mierda (Rourke dixit) a la caza de una segunda oportunidad en la vida que, tras haber desperdiciado su carrera, no puede desaprovechar (como Mickey hizo con Platoon, Los intocables de Eliot Ness oRain Man). Hasta cierto punto uno está tentado de tomarse el filme de Darren Aronofsky (Pi. Fe en el caos, Réquiem por un sueño, La fuente de la vida) como un documental, género al que a veces, por cierto, se parece, a partir del diseño de Rourke como un territorio ficcional.
Y es que una aproximación documental se diría que arrojan esas tomas que a menudo recogen de espaldas al protagonista, o esa cámara en movimiento que aparenta robar imágenes duras y abruptas, todavía más jadeantes en razón del montaje nervioso que las ensambla. Pero está claro que El luchador (The Wrestler) adquiere toda su dimensión trágica en el contrabalanceo entre la brutalidad de los combates del protagonista y los reencuentros con su hija, su mayor y más doloroso desafío. Rudeza y vulnerabilidad, justo la mezcla que conviritiera a Rourke en un icono del Hollywood ochentero. Rabia y (auto)destrucción, también.
Cualquier parecido con la realidad no es pura casualidad. Quizá a esto le deba algo El luchador (The Wrestler) como el gran filme que es sobre el sacrificio y la redención. Si dura fue la caída, más duro fue el retorno, para Randy Robinson y para Mickey Rourke, luego de un descenso a los infiernos y una larga travesía por el desierto. Ningún productor creía en el proyecto, hasta que llegaron los franceses de Wild Bunch a financiarlo, mientras que Aronofsky se aseguraba de que el problemático actor principal estuviese bien preparado para trabajar, sin desmadres. Tanto riesgo y esfuerzo no fueron en vano en este formidable regreso de Rourke, con claras resonancias personales, donde el espectáculo del cine y de la vida está asegurado, inéditamente lejos del lirismo sofisticado al que nos tiene acostumbrados Darren Aronofsky.
EL LUCHADOR (THE WRESTLER). EE UU, 2008. Dirección: Darren Aronofsky. Guión: Robert Siegel. Fotografía: Maryse Alberti. Música: Clint Mansell. Montaje: Andrew Weisblum.Intérpretes: Mickey Rourke (Randy Robinson), Marisa Tomei (Cassidy), Evan Rachel Wood (Stephanie Robinson), Mark Margolis (Lenny), Todd Barry (Wayne), Ernest Miller ("El Ayatollah"), Judah Friedlander (Scott)… Duración: 105 minutos.