Con este título, es inevitable acordarse de la durísima película La soledad del corredor de fondo, clásico de los 60 en el que un joven confinado en un reformatorio por robar en una panadería, asciende y consigue favores dentro de la prisión gracias a hacerse un hueco en las competiciones de larga distancia. Ambos protagonistas (un presidiario en la antigua, un comercial de seguros en la que nos ocupa) utilizan el correr para escapar de sí mismos y de los pensamientos que les atormentan, usados en ambos films como inteligentes medios de recrear flashbacks para que el espectador mejor entienda la historia.
Pero si en el largometraje de Tony Richardson el corredor, al final, se para, y con ello pierde los favores pero gana en valor moral, fuerza mental y autoestima, en la película de Gerardo Herrero el final es desesperanzador. El protagonista pierde a los ojos del espectador, a pesar de ganar a los suyos propios.
Quizás lo más difícil de la película haya sido estar protagonizada por unos personajes antipáticos. Los tres (el corredor, su mujer, y el ser que aparece como amenaza) no pueden despertar la empatía porque sus motivaciones son viles, mezquinas. López (Leonardo Sbaraglia) tiene un cargo importante en algo tan banal como es una empresa de seguros, y asistimos a una lucha exterior (despedir o no a compañeros del trabajo), interior (sus recuerdos de cómo llegó a ocupar ese puesto) y circundante (él contra Miguel Ángel Solá, la amenaza aliada). López y su mujer, una psicóloga, gozan de un estatus económico privilegiado, pero que les supone un temor constante a perderlo y un cansancio acumulado que les impide disfrutar. En este estado de frustración y de estrés aparece un personaje que puede ayudarles a ascender o a caer, pero pagando un precio muy elevado. Esa especie de padrino, interpretado austeramente por Miguel Ángel Solá, es lo menos logrado de toda la película, puesto que la coherencia de su existencia y aparición nunca queda bien explicada, aunque nos intenten hacer colar al final que quizás se trate de algo mental.
Pero eso son detalles. La película se creó más con un deseo de mostrar una teoría (la aquiesciencia del trabajador frente a sus jefes; la culpabilidad global de los problemas laborales; la falta de valor en la actualidad) que de ser un calco de la realidad. A medida que avanza el metraje asistimos a una deshumanización no sólo de los protagonistas, sino de todo el film en sí: los colores cada vez más desvaídos; la música más aséptica. Es Gerardo Herrero un director preocupado por la problemática del trabajo en la actualidad, del afán de capitalismo y del culto al dinero. Así, El corredor nocturno casa perfectamente con el resto de su filmografía y no sólo se deja ver, sino que a uno le llega su mensaje, aunque sea tan desalentador como el final.