Nomadland de Chloé Zhao.
Por Guillermo Rico
En 1939, John Steinbeck publicó Las uvas de la ira en la que nos describió, en forma de denuncia y con cierto afán didáctico, las consecuencias de la Gran Depresión y la manera en la que los agricultores se vieron obligados a emigrar a California en busca de una vida mejor. Al año siguiente (1940), John Ford convirtió ese texto en una de las mejores películas de la historia del cine. El impacto social fue de tal calibre que tanto Steinbeck como Ford fueron investigados por el Congreso de la era McCarthy por presuntas inclinaciones procomunistas. Fuera como fuera, libro o película, el poso que dejó la familia Joad fue pasando de generaciones a generaciones, llegando hasta nuestros días, como símbolo de lucha e indignación ante las injusticias sociales.
En el año 2017, Jessica Bruder publicó Nomadland, un retrato humano y honesto sobre las tripas de la economía estadounidense, tras embarcarse, durante tres años, en un viaje de costa a costa de Estados Unidos y desde México a la frontera de Canadá, junto a un grupo de personas, todas ellas de edades avanzadas, que habían perdido todo por culpa de la crisis del 2008 y se vieron obligadas a retomar el viaje de sus antepasados con el mismo objetivo que ellos.
El paralelismo es tan claro como la propia historia. Una vuelta cíclica a las penurias y consecuencias de un capitalismo que todos nosotros hemos abrazado como si formara parte de nuestra propia sangre sin importar las consecuencias.
Tal vez por esta razón, y a diferencia de John Ford, Chloé Zhao, directora de Nomadland, se haya alejado del libro (con el mismo título) en el que basa su película y haya trasladado la reflexión social a un lugar íntimo en el que la crítica o la culpa no parecen tener sitio directo. Para algunos (entre los que me encuentro) el gran acierto y para otros, por las mismas razones, todo lo contrario. Lejos de vocear ante las tropelías de los potentados, la directora china nos propone sentarnos y escuchar a sus personajes mientras recorremos, junto a ellos, el oeste estadounidense. Para ello se apoya en la soberbia fotografía de Joshua James Richards sobre el piano de Ludovico Einaudi y, consciente de la importancia de la verdad, nos rodea solamente de dos actores profesionales: una estupenda Frances McDormand y el siempre convincente David Strathairn. El resto de los personajes, protagonistas también del libro, son tan reales como su propia vida.
Es cierto que bien se podría acusar a Chloé Zhao de idealizar la necesidad causada por una colectividad feroz, pero también es verdad que, hoy en día, dar pie a una lectura política podría no solo deformar, sino también anublar cada uno de los paisajes y notas que nos acompañan en el viaje. Estoy seguro de que, si se acercan a Nomadland, no les costara mucho imaginarse esa otra película en su cabeza. Y sí, sería tan soporífera como irrisoria. Es decir, algo muy parecido a la política.
No es fácil en los tiempos que corren encontrarse con una cinta que mire a los ojos del espectador y opte por sortear piedras y otros obstáculos. Tal vez sea esa la razón por la que Zhao nos haya regalado 110 minutos en los que sin olvidar nunca a Steinbeck también nos haya recordado en todo momento a Kerouac. Los premios y aplausos serán en el futuro una anécdota, algunos recordaremos Nomadland como ejemplo de que a veces ser inteligente es algo tan fácil como susurrarnos y dejarnos pensar por nosotros mismos.