A Inglourious Basterds le bastan unos pocos planos para clavar al espectador en su butaca desde los primeros minutos hasta la los títulos de crédito finales. Ya en la secuencia inicial del interrogatorio llevado a cabo en una granja perdida en medio de la campiña francesa –primero encuesta formularia, auténtica tortura psicológica después—, Quentin Tarantino se sitúa en las cumbres de su cine para no descender de ellas en ningún momento del metraje. En esta película, como buena pieza tarantiniana que es, se habla mucho y bien, pero sin verborrea huera: siempre está ocurriendo algo bajo las palabras, las situaciones multiplican sus niveles de sentido, conforme van desarrollándose las conversaciones. Todo el filme se inscribe dentro de una lógica de espectáculo en escalada con efecto dominó, esencialmente fundamentada sobre magnéticos combates verbales (hasta el campo/contracampo más banal está preñado de interés y trufado de intriga), explotando del todo en esa secuencia final de la gala cinematográfica, a la vez hermosa, apocalíptica y farsesca.
Esto último, la ironía burlesca, siempre dentro de la tensión insoportable –tampoco nos confundamos— de un conflicto bélico, tiene que ver con la circunscripción del relato a un pequeño argumento de serie B: hacia el final de la II Guerra Mundial, como avanzadilla de las fuerzas aliadas desembarcadas en Normandía, una milicia de judíos americanos siembra el horror entre sus adversarios nazis de la Francia ocupada, a través de masacres y mutilaciones humillantes (corte del cuero cabelludo al modo apache, tatuaje de cruces gamadas faciales a cuchillo).
Desde su inteligente delirio, Inglourious Basterds se erige en una ucronía aplicada en el dibujo de una Historia paralela que se sacude todo principio de realidad histórica, instaurando un universo no menos fantasmático que el orwelliano rostro gigante que, entre llamas, brama en la traca final del Cinéma Le Gamaar. Lo mejor de este canto al cine con forma de reescritura burlesca de la Historia (la ficción tiene el poder de cambiar el decurso histórico) es que Tarantino sigue fiel a sí mismo, pero dando un salto de calidad a través del cambio dentro de la continuidad. Con Inglourious Basterds Quentin firma su obra maestra, alcanza definitivamente la madurez creativa.
MALDITOS BASTARDOS (Inglourious Basterds). EE UU, 2009. Dirección y guión: Quentin Tarantino. Intérpretes: Brad Pitt, Mélanie Laurent, Christoph Waltz, Daniel Brühl, Diane Kruger… Duración: 155 minutos.