La enfermedad y la muerte ocupan un lugar importante dentro de las preocupaciones temáticas de Nick Cassavetes. En Johnny Q (2002), un padre perpetraba un secuestro hospitalario a fin de obtener el transplante de corazón necesario para la supervivencia de su hijo, en principio inviable por la ausencia de cobertura social suficiente. En El diario de Noah (2004), una enferma de Alzheimer escuchaba cada día la lectura de su pasado escrito en un cuaderno.
Nada extraña, pues, que Nick Cassavetes se interesase por La decisión más difícil, el best-séller de Jodi Picoult, novela coral de la que, revelando las decisiones cuestionables de una familia entera alrededor de una niña aquejada de leucemia, el realizador extrae La decisión de Anne, un filme melodramático y convencional en exceso.
Aunque al final explotada sin demasiado acierto, la premisa de partida es de sumo interés. Para salvar a una hija desahuciada médicamente, una pareja decide concebir otra compatible en términos genéticos, algo que ésta última acabará reprochando a sus padres, a quienes demanda judicialmente, tras once años de vida sumidos en pruebas hospitalarias, apelando a su emancipación clínica y su integridad de salud.
Las cuestiones presentes en el guión no son, por tanto, pocas ni baladíes, relativas como son en número a problemas de ética, confianza, solidaridad, egoísmo… Traducirlas a la pantalla no era tarea fácil. Tales dilemas morales y emocionales requerían de un pudor y una sutileza ausentes en la puesta en escena de Cassavetes, empeñada en cargar las tintas. El filme médico y la película judicial, dos de las modalidades más tradicionales del repertorio hollywoodiense, combinan todos los trucos de sus catálogos respectivos en aras de una lacrimosidad de receta. Sólo Cameron Díaz apunta algunas notas felizmente incongruentes dentro de este universo empalagoso de buenos sentimientos, encarnando a una madre que, de puro preocupada por la salud de su hija mayor, deviene en monstruo por momentos.