En una entrevista promocional concerniente a esa nada desdeñable película de romanos que es La Legión del Águila (Kevin Macdonald, 2010), Jamie Bell, el actor que presta voz y apariencia física —vía captura digital de su cuerpo— a Tintín, decía que Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio (Steven Spielberg, 2011) se ha nutrido del gran sentido de la acción y de la aventura que hay en los álbumes, así como de sus muchos enigmas y misterios. Y que eso se ha hecho en motion capture, una técnica ya vista en Avatar (James Cameron, 2009), gracias a la cual ha podido controlarse la estética del entorno y permanecer fieles a los dibujos de Hergé, los cuales —subrayaba Bell— han hecho a Tintín tan genial, con sus imágenes cinemáticas, sus colores y su época. Jamie Bell, a quien siempre recordaremos por Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000), concluía que por eso mismo la gente estaría muy ilusionada con la película, pues han guardado fidelidad a la esencia de Tintín, y que el mismo Hergé había dicho que si alguien quería adaptar Tintín al cine, ése debería ser Steven Spielberg.
En efecto, Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio demuestra un buen conocimiento de los álbumes de Hergé a través de los elementos de los decorados, ciertos gags y los lances del guión (contrariamente a lo que deja presagiar su título, el largometraje no es una adaptación sin más del álbum homónimo de Hergé, sino la combinación de componentes de tres álbumes, El cangrejo de las pinzas de oro, El secreto del Unicornio y algunos fragmentos El tesoro de Rackham el Rojo, más 25 minutos de peripecias inéditas). Ahora bien, ello no implica que esta transposición en tres dimensiones respete la esencia del universo de Tintín, definitoriamente bidimensional conforme al estilo de la escueta “línea clara” belga que lo plasmó creando estilo.
Medio siglo después del filme en acción real El misterio del toisón de oro, 40 años tras el largo de animación El lago de los tiburones, 36 desde la aparición del último álbum (Tintín y los Pícaros), y 20 tras la emisión de aquella segunda serie de dibujos animados cuya música permanece en todas nuestras cabezas, este Tintín de Steven Spielberg (y Peter Jackson, quien ahora rueda El templo del sol) viene a ser una entrega más de las aventuras de Indiana Jones. Por medio de la inflación de una serie de presuntos aspectos comunes con la saga de Indy —a saber, el espíritu de la aventura, el exotismo, el humor—, Tintín se ha visto americanizado. Como los tres mosqueteros y tantos otros hitos del patrimonio cultural de la vieja Europa, Tintín se ha transformado en una estrella más de superproducción hollywoodiense (véanse la parcial destrucción en dominó de la ciudad norteafricana de Bagghar, o la pelea de grúas portuarias a lo Transformers), quedando difuminada esa idiosincrásica pátina europea suya que lo hace tan auténtico y lo imbuye de encanto.
Cierto es que el relieve de las 3D y el vértigo, a veces histeria, de la versión spielbergiana comulgan más bien poco con la estética y narrativa definitorias del sobrio universo bidimensional de Tintín. Así y todo, es de justicia reconocerle el valor cinemático añadido que la animación digital aporta, pues permite virtuosismos imposibles de filmar en live action. Dignos del mayor elogio son los raccords de montaje, deslumbrantes transiciones a tono con el genial sentido del montaje de Spielberg: la cámara empequeñece un bote de remos a fin de mostrárnoslo a merced de la inmensidad del océano y asimismo para dar paso a la siguiente secuencia, convirtiendo la embarcación en una miniatura sobre el coloso marino a su vez transformado en charco urbano que alguien pisa; una mano que deviene duna de arena; el desierto que se metamorfosea en mar tempestuoso… Aliando atmósfera y ritmo, misterio y dinamismo, serie negra y relato de aventuras, se nos embarca, con la cámara como atlética protagonista de una función formalmente vibrante, en un viaje non-stop durante cuyo transcurso visitamos inhóspitas estancias góticas, nos lanzamos al abordaje de un navío en plena tempestad o, por citar un tercer ejemplo, se nos abandona en las dunas del Sáhara bajo un sol abrasador. Y cada de uno de esos entornos está trabajado al detalle, hasta alcanzar una sensación de autenticidad hiperreal; un trabajo de fotografía que apabulla, de pura brillantez.
LAS AVENTURAS DE TINTÍN: EL SECRETO DEL UNICORNIO (The adventures of Tintin: The secret of the Unicorn). EE. UU., 2011. Dirección: Steven Spielberg. Producción: Peter Jackson, Kathleen Kennedy y Steven Spielberg. Guion: Steven Moffat, Edgar Wright y Joe Cornish, a partir de los cómics de Hergé. Fotografía: Janus Kaminzki. Música: John Williams. Montaje: Michael Kahn. Dirección artística: Andrew Jones y Jeff Wisniewski. Intérpretes: Jamie Bell (Tintín), Daniel Craig (Sakharine), Andy Serkis (capitán Haddock), Simon Pegg (Hernández), Nick Frost (Fernández), Tony Curran (Teniente Delcourt), Toby Jones (Silk), Mackenzie Crook (Tom)… Duración: 107 minutos.
[Versión ampliada del texto publicado en El Comercio y La Voz de Avilés — 28.10.2011]