Los peligros del flirt: Dos más dos, de Diego Kaplan. Por José Havel. 03/05/2013.

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Los peligros del flirt

Dos más dos, de Diego Kaplan

Por José Havel

 

El conservador Diego (Adrián Suar) reprocha a su mujer Emilia (Julieta Díaz) que le plantee avivar su relación acostándose con sus dos mejores amigos, el matrimonio formado por Richard (Juan Minujín) y Betina (Carla Peterson), más liberados y… swingers, desinhibidos practicantes del intercambio de parejas, auténtico secreto —dicen ellos— de su vigorosa década de felicidad conyugal. Lo que realmente molesta a Diego no es tanto que su esposa pueda ser la ocasional amante de otro, como que la proposición denote el tedio de Emilia dentro de la rutina matrimonial. Además, esas transitorias aventuras blancas corren el riesgo de colorearse. Por muy consentidas y libres de censura que estén, implican jugar con fuego: se deja de pensar en el compromiso de la relación vigente para dar rienda suelta a la atracción sexual hacia una tercera persona. Y siempre suele desearse lo que no se tiene, aunque en apariencia se tenga todo.

Diego y Richard, los protagonistas masculinos de la argentina Dos más dos, han triunfado en la vida. Cirujanos cardiovasculares prestigiosos, socios en una clínica chic de Puerto Madero, tienen su buen dinero y están bien casados con dos guapas mujeres. Uno, con la meteoróloga de Solonoticias TV; el otro, con la dueña de una sofisticada boutique. Perfectos burgueses henchidos de ego. Pero ambos necesitan más aún. Qué fatalidad. El mal del siglo XXI. Así que deben ingeniárselas para introducir circunstancias moderadamente extraordinarias en sus vidas domesticadas por el éxito social. Un marco de ficción éste en el que suele desenvolverse a sus anchas Adrián Suar, cuando sus personajes —finalmente hombres comunes y corrientes— dejan de hacer pie, atribulados, dentro de una coyuntura que les sobrepasa, en divertida parodia de sí mismos.

La película de Diego Kaplan, la más vista de su país en 2012, con cerca de un millón de entradas vendidas, es una comedia romántica por elegantes ambientes de clase media alta, provista de una presumible vuelta de tuerca final. La audacia corre más por cuenta de los diálogos, directos, y de los planteamientos de partida, prometedores —alguno con agridulce resolución—, que de la puesta en escena y de la cámara, pudorosas, pacatas incluso. A favor del filme juega su ausencia de pretenciosidad. Ello contribuye a nivelar una simpática función cuyo centro de gravedad y mayor punto de equilibrio están en las prestaciones del cuarteto principal, ni siquiera eclipsado cuando la picardía socarrona acaba cediendo ante el empuje de una apaciguadora sentimentalidad biempensante. 

 

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