Con El pequeño Nicolás (Le Petit Nicolas, 2009), adaptación cinematográfica en vivo, con personajes de carne y hueso, Laurent Tirard celebra el 50 aniversario del prestoso escolín creado en 1954 por el escritor René Goscinny —también padre de Astérix y Lucky Luke, entre otros— y el dibujante Jean-Jacques Sempé. En 1959, dentro de Sud-Ouest Dimanche y los primeros números de la revista Pilote, el personaje ya estaba rodeado de toda una pandilla de compañeros de aventuras: Alcestes, el gordito que no para de comer; Godofredo, quien tiene un padre rico que le compra todo lo que quiere; Eudes, el fortachón y broncas del grupo; Agnan, el empollón repelente de la clase, al que no se le puede pegar porque lleva gafas; María Eduvigis, la vecinita guapa… Un universo infantil, contado a través de los ojos de un niño, donde también hay adultos, otro mundo, expresivamente contrapuntual, igual de problemático y divertido o más.
En un principio, semejante apuesta fílmica con actores convencionales parecía harto difícil, si no destinada al fracaso, o al sacrilegio. Pero Tirard, que ya consiguiera un filme notable con su Molière (2007), hace vivir al pequeño Nicolás (Maxime Godart) en una película dignísima, gozosa, de cine familiar alimentado por la ternura y el humor. Más que dedicarse a espigar un ramillete de las andanzas del escolín francés, el cineasta y su coguionista, Grégoire Vigneron, optan por imaginar una historia original, eso sí, nutrida de anécdotas extraídas de los diferentes libros. Alrededor de la imagen —fidedigna— con jersey rojo, camisa blanca y pantalones cortos azules del pequeño protagonista, apenas falta nada en la reconstrucción meticulosa de la época en que se basan las novelas ilustradas del tándem Sempé-Goscinny. Ese sentido del detalle da un toque de realidad al relato sin que éste vea comprometido su ambiente irreal de fantasía, un álbum muy majo (très chouette) de tarjetas postales vivientes de una cierta Francia, entre el Jean Pierre-Jeunet de Amelie y el Jacques Tati de Mi tío.