Óscar: ese dorado objeto de deseo

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Por Guillermo Rico

Según la pirámide de Maslow, el reconocimiento es el último escalón para que una persona se sienta plenamente desarrollada. Conforme a su teoría motivacional, la autorrealización del individuo no dependería solo de uno mismo, sino también de la opinión de los demás. Así, cada uno escalaría su propia pirámide desde la satisfacción de las necesidades básicas hasta alcanzar la culminación personal a través de la aceptación social y el aplauso ajeno (perdóname, señor).

Partiendo de una premisa probable en la cual tanto los nominados como los invitados a la gala del pasado domingo (o lunes, dependiendo de tu situación planetaria) ya han tenido alguna vez un doble tic en los niveles básicos de su pirámide, la gala de los Óscar nos puede servir como lienzo vital solo a la altura de las mociones de censura, las presentaciones literarias, los pregones de agosto o las comuniones. Es decir, un ejercicio de autocomplacencia con coartada más o menos placentero en el que cualquiera de los implicados debe de conocer las reglas variables y actuar en consecuencia. Después de todo, en unos premios en la que los nominados son obsequiados con una liposucción de brazos, una sesión de entrenamiento con una coach espiritual y una parcela, de un metro cuadrado, en Australia para favorecer la conservación de la flora y fauna autóctona, poco puede añadir un humilde servidor.

Dicho esto, la gran ganadora fue Todo a la vez en todas partes. Es una película curiosa, fulgente, confusa, divertidísima y olvidable a partes iguales, que, por mucho, mejoró el crimen del año pasado. Sus directores, provenientes de la escena indie y cortometrajista estadounidense, arrasaron la noche y, para algunos, le dieron la vuelta a lo establecido marcando un punto y aparte fortuito a la espera de lo que suceda en años posteriores. Todo sirva, también, para reivindicar su estupenda primera película, Swiss Army Man. Michelle Yeoh se alzó con el premio a mejor actriz (primera actriz asiática en alzarse con el galardón) por resumir gran parte de su carrera en estos mil papeles en uno. Su rol en Todo a la vez en todas partes estaba escrito para Jackie Chan, pero el multiverso tiene estas cosas. Brendan Fraser recibió la estatuilla por una de esas actuaciones con cambio de aspecto físico, lágrimas, redención, hijas perdidas, prótesis y todo lo que no le hizo famoso y tanto gusta en el oeste. Por el lado de los secundarios y por mucho que la queramos, Jamie Lee Curtis se llevó uno de esos Óscar de todo a cien por sus sketches en la cinta ganadora y Jonathan Ke Quan, aquel niño de Indiana Jones o Los Goonies, triunfó por seguir siendo aquel niño de Indiana Jones o Los Goonies. La mejor película extranjera fue para Sin novedad en el frente, tercera adaptación al cine de la novela de Erich Maria Remarque (seudónimo del escritor alemán Erich Paul Remark). Si no han visto ninguna película sobre la guerra, es una buena película sobre la guerra. Si han visto cinco, puede que algo les sorprenda. Si han visto más de diez, ahorren su tiempo.

Y sí, Spielberg, Blanchett, el alma de Elvis, Lady Gaga, Angela Bassett, Jimmy Kimmel y los camareros se fueron de la gala con la misma cara que aquellos ausentes en ella. Como se ha dicho antes, no es un tema de justicias o favoritismos, sino de aceptar las reglas del juego. No obstante, no se preocupen en demasía por ellos, cuando la petulancia se disfraza de ilusión suena mucho mejor. La pirámide de Maslow acabará algún día invertida bajo tierra.

El año que viene más y mejor. Al fin y al cabo, todo esto no tiene nada que ver con poliedros ni películas, sino con esa trampa llamada vanidad. El propio artículo, también.

Ah, se me olvidaba, ¡viva el cine!

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