Shrek, felices para siempre: un cansado ogro cansino. Por Tanja Pérez Hunte (13/07/2010).

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Con la saga Shrek, pastiche en animación de los cuentos de hadas puestos al día paródicamente, DreamWorks creó una de sus marcas de fábrica desde un tono más o menos irreverente, subversivo y satírico orientado a caricaturizar el edulcorado universo Disney. Y digo más o menos porque, ante todo, la franquicia se mantiene fiel a valores (norteamericanos) inmutables como la familia. La gracia (relativa) de su propuesta estriba(ba) en dirigirse no sólo al niño que hay en todos nosotros, sino también al adulto latente en cada niño.

Tras haber desafiado antes a un dragón malvado, rescatar a una princesa y salvar el reino de sus suegros, en la cuarta entrega el ogro verde protagonista parece tenerlo todo para ser feliz: está casado con su amada, la ogresa Fiona, con la que tiene tres ogritos adorables, y, por supuesto, sigue contando con sus amigos fieles, el asno y el Gato con botas. Pero ahora Shrek no es más que la sombra de sí mismo, entumecido por la rutina, lejos de la época aventurera en que sembraba el terror entre los humanos y su cabeza tenía precio. Nostálgico de aquellos tiempos, se deja engañar por un mago taimado, menos divertido que los villanos de los filmes precedentes, quien le propone un retorno faustiano a su vida pasada, borrando todo lo acontecido previamente.

De nuevo las situaciones narrativas juegan a propiciar el encadenado de gags burlescos dentro de la tradición de la serie, aunque con signos de agotamiento harto evidentes. Shrek está cansado. Y es cansino. Nada original emerge ya de este último capítulo, Shrek, felices para siempre (Shrek forever after, Mike Mitchell, 2010), centrado en contarnos qué sucede después del famoso «vivieron felices y comieron perdices». Los responsables de la saga reciclan sus recetas acostumbradas, con más ogros y mucha menos eficacia, en un largometraje desprovisto de cualquier sustancia, excepción hecha del Gato con botas al que vocalmente interpreta Antonio Banderas, única pieza del conjunto que se mantiene con dignidad (no por casualidad este personaje firmará en breve su acta de independencia cinematográfica).

 

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