Sebastián y Costa, director y productor, quieren rodar una película sobre Colón que dé la vuelta al mito. Quieren mostrar la conquista de América con la luz de un Colón obsesionado por el oro, y ser capaz de cualquier cosa con tal de conseguirlo, con la ventaja de tener a la religión y a un reino poderoso de su parte.
Para ello se van a Bolivia, que desde luego no tiene nada que ver con la historia original pero posee la ventaja de ser más barato. Asistimos, en una primera parte, a los intentos de un sensible director por reflejar la versión de una historia que nos ha llegado viciada, frente a un productor más frío, calculador, que de algún modo se asemeja a todo ello que denuncian. Asistimos también a conversaciones en el rodaje entre los actores que van a representar a Bartolomé de las Casas y Antonio de Montesinos, los primeros que denunciaron las atrocidades a las que se vieron sometidos los indios. Los primeros defensores de los derechos humanos en ese Nuevo Mundo que nos encargamos (los españoles) de destruir. Los actores están concenciados, contentos, pero sobre todo, encantados consigo mismos. Sólo el productor y el actor que interpretaría a Colón (Karra Elejalde) ven con cinismo las cosas de otra manera.
Pero en Cochabamba, donde se rueda la película gracias al bajo salario de los actores y extras, ha estallado otra guerra, la guerra del agua: el gobierno ha privatizado el sistema de aguas y lo ha vendido a una multinacional que hasta prohíbe que la gente pueda recoger el agua de lluvia. El agua de lluvia. Como si una multinacional fuera dueña de eso, o del sudor de la frente, o del aliento de las personas. Con el agravante de tratarse de un país que ni siquiera es el suyo.
Como si unos hombres fueran dueños del oro que nace en la tierra de otros. Como si unos hombres, bajo el lema del catolicismo, tuvieran derecho a apresar a gente en sus mismas tierras, derribar sus mitos, destruir su cultura. Como si también fueran dueños de eso.
Así, la historia se repite.
¿Y qué hará el sensible director? ¿Cómo actuará el frío productor? ¿Y el Colón de vuelta de todo? ¿Y los concienciados actores?
No es la primera vez que se utiliza un paralelismo, o una historia dentro de otra, para enseñar algo. Al fin y al cabo, la mayoría de los relatos son exempla, ejemplificación para servir de demostración a un objetivo moralizante; así que éste, siendo doble, también tiene un doble objetivo.
El extraordinario (y difícil) guión ha encontrado su justo equilibrio en la dirección de Bollaín, poca amiga de los sentimentalismos o lágrima fácil, más acostumbrada al pragmatismo, a la realidad de poca floritura, al documental. Consigue no cargar las tintas y además, enseñar el caleidoscopio de la condición humana.
Porque de eso trata esta película. No es histórica (aunque informa), no es política (aunque denuncia), sino filosófica: ¿qué es el hombre? Y, sobre todo, ¿de qué es capaz?