Muñecas rusas
Trance, de Danny Boyle
Por José Havel
El cineasta inglés Danny Boyle, ganador del Oscar al mejor director gracias a Slumdog Millionaire (2008), obra premiada con ocho estatuillas en total, ya había trabajado antes con el guionista de Trance (2013), John Hodge, en dos de sus primeros éxitos: Tumba abierta (1994) y Trainspotting (1996), cuya secuela se espera para 2016. Como estos títulos primerizos, la última película de Boyle, remake de un oscuro telefilme británico sin gloria realizado en 2001 por Joe Ahearne, se erige en placentero juguete más allá de la dura peripecia que atraviesan los protagonistas.
Perito en arte, Simon (James McAvoy) roba El vuelo de las brujas de Francisco de Goya mientras se subasta, en connivencia con una banda de malhechores liderada por el mafioso Franck (Vincent Cassel). Pero durante la operación recibe un violento golpe en la cabeza. El percance le hace olvidar dónde ha escondido el lienzo español. Ni las amenazas ni la tortura le hacen recuperar la memoria. Para resolver el asunto, escudriñando los intrincados laberintos de la mente del amnésico Simon, Franck contrata a Elizabeth (Rosario Dawson), especialista en hipnosis, figura axial del relato a la postre. Entonces todo se confunde y resulta difícil hacer pie en una realidad cambiante, arremolinada, sin nitidez, difuminadas las fronteras entre la consciencia y el subconsciente.
Danny Boyle retoma el cine de entretenimiento puro en forma de rompecabezas gigante. Así se presenta este thriller lúdico, un heist film que pretende dinamitar desde dentro el subgénero de las películas de atracos con su caligrafía febril, en busca de elevarlo al clímax. El paroxismo formal, soporte de una mixtura de géneros de sorpresivo rumbo, corre vecino a la matización emocional de la narración. Al contrario de lo que sucede habitualmente en las gangster movies, en Trance los personajes son fueras de la ley inexorablemente solos. Seres en pleno triple salto mortal sin red, ninguno tiene un plan B, familia o estructura que sustente sus acciones.
Prima hermana del Origen (2010) de Christopher Nolan, esta pesadilla soñada con ojos abiertos nos invita a un alucinado juego de muñecas rusas, servido conforme al estilo característico de Boyle: montaje chisporroteante, ritmo adrenalínico, música en apoteosis. No hay aquí el sustrato espiritual de las obras inmediatamente precedentes del autor: Millones (2004), Sunshine (2007), Slumdog Millionaire, 127 horas (2010). Pero tampoco procede ponerse grave ni trascendental. Trance palpita, por voluntad propia, como vistoso espectáculo hecho de sensuales fuegos de artificio. Esa es su ambición prioritaria.