Por Guillermo Rico Gallego
Ha muerto Godard, rompedor, cascarrabias, influencer y genio. Ha muerto Tanner, inconformista, desilusionado, comprometido y olvidado. En realidad, ahora que se han ido, podríamos utilizar muchos adjetivos para definirlos, pero no acertaríamos con ninguno. Los dos han respirado esta vida como les ha venido en gana y han sido todo lo que han querido o elegido ser.
Jean-Luc Godard dinamitó el cine en la década de los años 60, fue vanguardista, se pegó con todos en mayo del 68, estuvo de marcha con los Rolling Stones, se pasó al maoísmo, teorizó, renegó de su propia obra, se encerró en su casa a jugar con el ensayo, recibió un Oscar® honorífico, tosió y se despidió dejándonos herederos de la respuesta a la pregunta que él siempre se hizo: ¿Qué es el cine?
Su primera película, Al final de la escapada, fue una declaración de desmantelamiento que ya había perfilado en un cuarteto de cortometrajes y en su trabajo como crítico para Cahiers du cinema. Y a partir de ahí, siguió su plan en una prodigiosa tanda de películas rodadas durante la década de los sesenta: El desprecio, Vivir su vida o Pierrot el loco inmolaron las pantallas del momento hasta que unos años después el director franco-suizo decidió cambiar el lenguaje de su idioma con varios desaciertos y algún que otro monumento como ese monstruo llamado Histoire[s] du cinéma.
Alain Tanner cogió el relevo en los 70, centró su mirada en los ojos de las personas, dio la espalda a lo establecido, nos enseñó relojes, psiquiátricos y desencanto, puso a Suiza en el mapa y justo cuando una de sus películas y personajes más importantes iban a cumplir 25 años desapareció del mapa sin dejar rastro como si se hubiera quedado encerrado en alguna de sus películas.
Charles, vivo o muerto fue el reloj que marcó el inicio de su obra. Después, siguieron La salamandra, Jonás, que cumplirá los 25 en el año 2000 y Messidor, de la que seguramente Ridley Scott sabe algo. En la ciudad blanca, así como una película rodada en español, El hombre que perdió su sombra, protagonizada por Ángela Molina y Paco Rabal, fueron el epílogo de una obra tan desconocida como más que reivindicable.
Ahora que ha llegado este día y apoyado en esa facultad de los muertos para recuperar el pasado, me tomo la libertad de hacerles un par de recomendaciones. Como texto, podrían acercarse a alguna biblioteca en la que aún pueda existir un ejemplar de Pensar entre imágenes, recopilación de artículos, textos y memorias de Godard. Como imagen, puede que en algún lugar se pueda encontrar una copia de En la ciudad blanca, de Tanner. Si tienen suerte, tendrán la oportunidad de dar un paseo junto a Bruno Ganz a lo largo de esa locura llamada Lisboa y olvidarse del ruido durante un buen rato.
Godard murió un día después que Tanner. Tanner murió un día antes que Godard. Semana movida por ahí arriba (o abajo).