Wall Street, el dinero nunca duerme: Un Gordon Geeko descafeinado y un Oliver Stone desafinado. Por David Fueyo (02/11/2010).

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Vuelvo del cine de ver Wall Street, el dinero nunca duerme y lo primero que he hecho al llegar a casa ha sido lavarme los dientes. Enjuagarme la boca del mal sabor con el que vuelvo de la gran superficie de turno con sus impersonales multisalas. He de reconocer el cierto morbo que me ha dado volver a reencontrarme con la gran pantalla, yo, que me confieso devorador de DVDs, DIVX y de cualquier otro formato extraño relacionado con el mpg4, y que conlleve alguna película a la que he de presuponerle calidad.

¿Qué porqué hago eso?, por el miedo al cine actual. Temo encontrarme tostones vacíos, sucesiones de escenas porque sí, explosiones sin ton ni son, historias de amor tan lejanas como Plutón del sol, es decir, temo desilusionarme con el cine de hoy en día y por eso sólo pico un poco en pequeñas joyas de festivales menores o en alguna rareza uruguaya a la que Fotogramas dedique un par de líneas. (Vale, cuando pensaba el ejemplo se me vino a la cabeza Salt, el último bodrio de la Jolie, creo que la he definido perfectamente)

Se puede decir que he ido a ver El dinero nunca duerme para encontrar otro “documental” del tipo de la ochentera Wall Street en la que encontré uno de los más malvados personajes que el cine me ha presentado, el gran Gordon Geeko. Digo “documental” porque aparte de la trama propiamente dicha, la primera parte mostraba un fiel retrato de una época, finales de los ochenta, donde en negocios todo valía, allí se gestaron las primeras insuflaciones de la burbuja que acaba de explotarnos en la cara, pero eso es otra historia. Ese retrato de la época en la que se ambienta es casi carente en la nueva versión, quizá con el fin de dotarla de atemporalidad. Unas breves referencias a la crisis actual, un ejemplo suelto en tres escenas por ahí colgado y ya está, creo que no seré el único que esperase algo más.

¿Por qué me apasiona (ba) Gordon? Porque encarnaba las peores pesadillas de cualquier ahorrador medio, de cualquier trabajador que guardaba las pocas sobras de su sueldo en el calceto bancario, de todo aquel o aquella que cuando viene el fontanero a casa tiembla por la factura, es decir, de todo aquel o aquella que alguna vez se ha sentido pobre, con poco dinero, y con un futuro gris-cielo-asturiano.

Gordon es (era) la peor versión del jefe del que está en la ventanilla de nuestro banco. Encarna (ba) el gordo castrón al que alimentamos sin merecerlo, el maduro poseedor del Porsche Cayenne que nos ha adelantado a 200 por la autopista, el que está detrás de las grandes puertas de los grandes bancos, un lugar al que jamás los curritos de a pie llegaremos. Sí, Geeko representaba un gusano codicioso (yo que soy pedagogo freiriano, y sólo conozco la solidaridad) encarnado por un maravilloso Michael Douglas y dirigido por un original Oliver Stone que sabe como guardárnoslo, como desear verlo tras esa puerta de cristal que todavía hoy, 23 años después, no desentonaría en ningún despacho con poseedor o poseedora con gustos cool, es decir, Stone nos presentó un retrato en tonos dorados (en fondo y forma) de su tiempo prorrogable en el mismo. Poco (o nada), han cambiado en la realidad las cosas; cuando veo al Geeko de la primera Wall Street todavía me sigue dando miedo.

¿Cómo conocí a Gordon? Fue un amigo economista, recién colocado en Madrid, en la banca privada, esa banca que carece de ventanillas y que juega con cifras de, al menos 5 cifras (menos es nada, y trabajar para nada, es tonterías). El amigo amaba a Gordon, repetía su nombre continuamente e idolatraba al personaje como si fuera un gurú de la realidad, el aceite que faltaba para que arrancase la fabrica de hacer pasta, Gordon, siempre Gordon, y en la mesita el Sun Tzu, para aprender a ver enemigos y guerra donde sólo hay corbatas y despachos. La guerra sin sangre, sin disparos, sin cadáveres. Guerra de despachos. Puedes pasar por allí y ser tú la víctima de esa ambición sin límites (yo que llevaba a cabo dinámicas de aprendizaje cooperativo, yo que no entiendo eso de ser competititivo). El amigo, (gomina, dockers, camisa con un jugador de polo sobre su caballo), sabía de memoria todas las frases de Geeko. Las repetía una y otra vez mientras bebía un cacharro del Campa. Podría imaginármelo como Vin Diesel, en la irregular Boiler Room, viviendo los primeros días del resto de su vida, siempre al calor de la llama que simboliza el logotipo de su empresa, preparándose para la guerra. Créanme que existe gente así.

Y en esto que anuncian una segunda parte, hace un año más o menos, tiempo suficiente para imaginarme más de lo mismo, más de lo que quiero, temer, como en “Tiburón”, nunca el mar fue el mismo después de aquello, nunca el mármol inmaculado de mi sucursal bancaria volvió a ser el mismo tras Geeko. Quería renovar sensaciones, el verano sería largo.

Y llegó hoy, y sorprendentemente sigo siendo el mismo. En la rampa mecánica del centro comercial voy deslizándome mientras veo a Geeko y a un joven sentado a su lado. Me recuerda al Padrino 3. Promete, buen cartel. Me acomodo y dejo pasar las siguientes dos horas en lo que va pasando lo siguiente: Gordon sale de la cárcel después de haber cumplido condena por sus negocios sucios en el mercado de valores. Un viejo móvil indica que corren otros tiempos, el tiburón puede haberse quedado en una pequeña piraña. Lo veremos. Sigue el metraje y nada es sorprendente. Gordon tiene una hija, primera noticia que tengo. En la primera parte tenía un hijo, mimado y hermosote, con su gorro de cumpleaños es el estereotipo perfecto de hijo único, total, que a la chica parece que la han inventado y ahora tiene ya ventipico años. Esa será mi única sorpresa En Wall Street: El dinero nunca duerme no he encontrado más de lo mismo, sino un paso atrás más del, en otros tiempos enfant terrible del cine norteamericano. Una película previsible, sin intriga, sin emoción, pero con gore del bueno. Los personajes de la primera parte que sobreviven son destrozados irremisiblemente. A Charlie Sheen ya no le gustan los aceros Anacot, y en los 20 segundos de metraje en los que aparece destroza su personaje protagonista de la primera parte. Bien. Sigue sin haber trama. Aparece algo parecido a la sensiblería. Gordon es bueno o al menos lo parece, nada que ver con lo que esperaba. El personaje protagonista Shia LaBeouf no me dice nada. Me entra modorra, sueño, y no son ni las 11 y media. Sigue el metraje y poco cambia. Gordon un poco, pero nada que ver. Descafeinado, muy descafeinado y sin sabor. Unos cuantos números bailan por la pantalla. Susan Sarandon haciendo el peor papel de su vida, encajado con calzador, totalmente superfluo. Josh Brolin bien, pero no se salva en el conjunto de la historia. Bailan números fluorescentes por la pantalla. Termina. De la imagen del cartel ni rastro &i
quest;dónde está el malvado Gordon que esperábamos? ¿Dónde está el Stone de The Doors, de JFK, de Platoon, de Asesinos Natos? Parece ser que ya no son, que simplemente “-eran”. Más café descafeinado, siempre nos quedará que casi es noviembre y llega Gijón.

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