Todos tenemos esa película admirada que nos gustaría haber realizado. Dentro del ámbito de la no ficción nada me hubiese agradado más que firmar Workingman’s Death (2005), del austríaco Michael Glawogger. Confieso que cuando lo vi, hace seis años, en el 43 Festival Internacional de Cine de Gijón, este documental me dejó con la boca abierta. No es de extrañar que Sight & Sound, la prestigiosa revista del British Film Institute, la incluyera en su lista de los treinta filmes clave del primer decenio del siglo XXI, gracias a sus cinco retratos descarnados del trabajo manual en sendos países del mundo: Ucrania (minería de carbón), Indonesia (explotación de azufre), Nigeria (un matadero), Pakistán (desguace naval) y China (metalurgia).
Marcada a fuego en mi memoria quedó la secuencia de la tóxica mina de azufre a cielo abierto, por su seguimiento —mediante una dúctil steadycam— del infernal trayecto de las mulas de carga humanas. Ésas que, no pocas de ellas niños, pueden transportar más de cien kilos suspendidos de una barra cargada sobre las espaldas. No sólo se trata de registrar determinadas realidades y coyunturas, desfavorecidas y arcaicas, según hacen los ociosos turistas del filme con sus cámaras digitales; sino de sumergirnos además en ellas. Contemplamos el quehacer laboral de los protagonistas reales, enmarcado —a menudo sin necesidad de palabras— dentro de sus pensamientos, emociones, expectativas, frustraciones… La obra de Glawogger muestra y hace sentir; tal es su fisicidad, cruda y veraz, pero en absoluto exenta de belleza plástica, aun cuando más nos perturba.
Pese a los constantes avances tecnológicos, hay en muchas partes del mundo trabajadores operando en condiciones ínfimas, a los que las reglas del libre mercado no otorgan el estatus de persona, haciéndolos invisibles. Todavía existen trabajos en ínfimas condiciones que pueden entrañar la muerte de quienes los desempeñan. La sufrida clase obrera no ha muerto. Y Glawogger redescubre entre el ser humano y el entorno laboral su sentido perdido, y la dignidad, el heroísmo, de la labor manual, a través de imágenes espléndidas, a veces casi abstractas.