La niña y la noria, de Mariano Arias. 30/08/2010. De próxima publicación en Una noche de verano

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La niña y la noria
 
                  Tuyo es cielo, niña que fuiste.
 
 
Este verano tuve la ocasión de verificar uno de los deseos más anhelados: revivir una historia verosímil, el impacto de una vivencia tan real y viva como memoria alguna pueda concebir jamás.
Había decidido viajar en el SNCF desde la Bretaña, de regreso a España. Al cabo de cinco horas recluido en un vagón me consideraba ya no un adorno más de la cabina sino prisionero de un tiempo y una velocidad extraña a mis días de descanso en la campiña francesa. Recuerdo que serían las diez de la noche y aún quedaba un largo viaje hasta la frontera. Fue entonces cuando se inició ­—así lo creo ahora, después de indagar en la memoria—, se inició, digo, esa vivencia real cuyas circunstancias me llevan a narrarla.
Sucedió en ese momento que el azar sitúa al arbitrio de las intenciones y de los actores participantes: un silbido largo, potente, sin armonía me hizo abrir los ojos y sacudir mi aturdimiento. Estaba leyendo Viaje desde el cielo, el libro que me acompañaba durante el viaje, pero sin embargo yacía abierto e inerte sobre las piernas mientras una dormida mano sostenía las gafas. En realidad el silbido me había despertado para hundirme en otro sueño más extraño aún.
De la penumbra puedo recordar ahora ráfagas de luces en la ventanilla, la luz de la cabina parpadeando, un ruido ensordecedor como si entrara en un túnel… Cuando los ojos dejaron de percibir el largo cruce de colores luminosos y el paisaje surgió en la ventanilla perdí esa noción de tiempo y de espacio que nos permite diferenciar el pasado del presente.
            No recuerdo la estación en la que se detuvo el tren, quizás fuera Royan o Santes, desde luego no era Bordeaux. El traqueteo y las máquinas dejaron de respirar y se impuso un silencio vago, amorfo, estable para mí, diría que deseado y buscado desde mi desorientado estado.
            Al poco tiempo el altavoz de la estación anunció una parada de cinco minutos. Algunos viajeros bajaron del tren. Fumaban, paseaban, sonreían… Mi vista se detuvo más allá del bullicio del andén. Fue cuando descubrí la noria, una vieja y enorme noria plateada, luminosa con sus bombillas de colores, destacada entre el resto de luces del parque y las barcas amarradas en el pequeño puerto. Decidí bajar, no con ánimo de despejar mi modorra sino para observarla, quizás para recordar aquella que en la infancia había significado tanto en mis primeros juegos, en los primeros mareos, y desde luego también para disfrutar del mar de espejos en el horizonte.
Desde el andén la bahía surgía hermosa, bella en el atardecer ya hundida en la noche: el pequeño puerto refugiado entre los espolones, el mar luminoso de gris y azul, las nubes anunciando tormenta, la arena dulcemente sometida al oleaje, los olores a frituras, el humo de las churrerías, el salitre en los sentidos… y la tarde, el sabor a tarde de infancia antigua…
            Pude ver entonces, cercana, a la niña.
            Ahí estaba, su pequeño brazo señalaba la enorme rueda de la noria girando ante sus ojos hipnotizándola con sus movimientos y el chillido de engranajes. La niña agitaba su mano, de vez en cuando buscaba a su madre con la cabecita. Y mientras la noria giraba oscilante, como un enorme monstruo rotando su cabeza, el ritmo de la música de violines y orquesta se imponía al ajetreo y bullicio de olores, gritos y voces de la feria.
            Al poco tiempo la niña miró en mi dirección, los ojos azules, la melena larga con una coleta, la boca abierta, el perro de peluche en sus brazos. Embobada me señaló la noria mientras abrazaba su perrito.
Luego todo sucedió muy rápido. El cielo descargó con fuerza y constancia, sin temor y con violencia la tormenta. Llovió en la mar, en el parque y sobre el puerto, sobre la noria también mientras giraba y giraba. Y llovió sobre la niña absorta en su noria, cándida niña refugiada con premura por la madre bajo la carpa de la tienda de helados. Yo retrocedí para guarecerme en el andén.
            La noria se detuvo. Quedó ahí, inerte, dormida. Un silbido largo, potente como anunciando el fin de su jornada estremeció el parque. Nos miramos: ella con su helado de frambuesa me saludó con su manita. Yo le envié un beso con la mano, en el silencio inquieto y lento del lluvioso atardecer.
            Al volver la vista atrás el tren había iniciado su marcha. Corrí por el andén, corrí sin alcanzar la puerta, los ojos cegados por la lluvia, un silbido en los oídos, un silbido potente… el silbido de la noria… el silbido del tren… eso es… corrí y en un instante el tren fue engullido por el túnel… y yo con él…
            Desperté, o me instalé en esa frontera a la vez cercana y lejana a la irrealidad, en donde reina el desconcierto y el frío, un intenso frío narcotizador de recuerdos, palabras e imágenes. Aunque la ensoñación —¿cómo denominar ese estado de inconsciencia y letargo?—… diría que sucedió fuera del control del tiempo. Pero la vieja noria estaba ahí, como la dulce niña o la tormenta sobre el puerto o el túnel absorbiendo sin piedad al tren… Imágenes que tardaron en difuminarse, en perder su imaginaria construcción… Luego entré en ese lugar donde los recuerdos no soportan la capacidad de existir…
Abrí el libro. En la última página en blanco anoté: “Quizás sea porque no siempre quiero ni puedo saber a dónde voy por lo que encontré el andén, la mar, la sonrisa de la niña, la antigua y vieja noria de la infancia, de la mía, que no era la de la niña, aunque sí su dulce mirada ante la seductora máquina de engranajes y poleas girando. Por eso quizás hice míos sus deseos, míos en la imaginac
ión, por supuesto, esa mágica aliada que en palabras y gestos nos entrega el poder del juego y la ensoñación”.
Fui consciente entonces de que gracias al azar había recuperado esas imágenes; ahora que el cansancio se diluye con el suave traqueteo del tren, siento al fin el sosiego del alma.
 
 
 

Foto: SMART-1 view of Shackleton crater at lunar South Pole. 13 de enero de 2006. ESA.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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