La última de todas las batallas
La noche del 26 de julio de 1972 un ejército de siux comandado por el jefe Caballo Loco viaja hasta Normandía para ponerse a las órdenes de los aliados europeos y colaborar en la liberación de una Francia ocupada por las fuerzas alemanas.
En el extremo opuesto del campo de batalla, Custer otea el horizonte desde la torreta del fuerte Laramie mientras un regimiento de soldados azules espera órdenes en el patio de armas, bendecido por la bandera Santillana que se sostiene rígida en el extremo del mástil.
Jesse James y su banda de forajidos se parapetan tras unas madejas amontonadas en una cesta de mimbre después de asaltar el tren de cuerda que recorre la zona de guerra y se interna bajo el túnel formado por el taburete donde reposa el fuerte Laramie.
La lucha será dura. Los aliados, tras un reguero de cadáveres esparcido por la tierra empapada de unas jardineras con azaleas desvaídas, consiguen internarse en la toquilla de lana que la abuela Reme ha llevado hasta el día de su muerte. Despejado el territorio de muertos y supervivientes extenuados, Custer lanza el séptimo de caballería contra los indios rezagados comandados por Caballo Loco. Aprovechando la falta de efectivos en el fuerte, Jesse James y su banda alcanzan la santabárbara y se hacen con la dinamita que después utilizan para reventar las cajas de caudales de varios bancos de Missouri emplazados en una lata de colacao rebosante de hilos de colores, un afilatero de madera y dos huevos de remendar calcetines.
Cansado de los excesos de la banda y camuflado en el bosque de un ficus benjamina ensartado en una maceta de barro, Robin Hood acierta con la ballesta y atraviesa el corazón del desalmado Jesse James dejando el condado de Sherwood libre de invasores extranjeros.
El año 1972 fue un año bisiesto y aquella noche del 26 de julio fue también una noche de grandes batallas libradas en los escasos metros de la galería acristalada que conectaba con la cocina y la habitación de los padres. Ese día, una luna llena invisible se columpiaba tras la máscara infranqueable de una masa de nubes que encapotaba el cielo. Ajeno a un mundo que se extinguía Álvaro Santillana desconocía que aquella sería su última noche épica y que aquellos escenarios inventados de ambientes postizos y argumentos apócrifos, no encontrarían acomodo más allá de aquel pasillo que inspiraba territorios de fantasía.
La mañana siguiente fue el preludio interminable de un viaje a ninguna parte. Con las primeras claridades arrancó un capitoné llevándose amontonada una historia de frustraciones y envueltos en la toquilla de la abuela Reme, los nombres de todas las guerras y las almas de plástico de sus héroes.
El silencio llenó el auto ahogando las esperanzas de todos. Un sol turbio se volcaba sobre la chapa blanca listo para atravesar el país por unas carreteras de soledades ocres y planicies eternas. El último adiós fue un aleteo blanco de cigüeñas descolgado de un campanario mudo y algunos saludos esquivos, evitando que el postrero recuerdo de los seres queridos fuese para siempre un gesto de desconsuelo. El interior del auto era un vacío desolador y del rostro del padre rescató un espasmo inapelable dibujado en el retrovisor, el gesto torcido tras un pulso perdido contra el desánimo.
El Servicio Sindical de Estadística informa que la penicilina ha sido el producto farmacéutico más fabricado en España en el mes de marzo. Las abundantes capturas hacen descender el precio del bonito en las lonjas. El Lute sigue sin aparecer y la séptima partida del mundial de ajedrez entre Spassky y Fischer termina en tablas. Se prevé un día nublado con chubascos dispersos en el norte, cordilleras Ibérica y Central y en algunos puntos de Castilla la Nueva. Las temperaturas presentan un ligero descenso.
Durante muchos minutos los noticiarios ponen dosis de vida impropia en un reducto de mentes desconectadas. En la pernera del pantalón Álvaro Santillana siente reanudarse la lucha enconada entre el último soldado azul y el jefe Sioux que montado en su caballo gris agita un majestuoso penacho de plumas.
En las tinieblas de la gruta horadada en su bolsillo le parece descubrir la sombra de El Lute acorralado por ejércitos de perros blancos y negros comandados por Spassky y Fischer. Deja que la incruenta lucha entre el soldado y el piel roja continúe hasta su extenuación. Después los sostiene estrechados en la palma de la mano, acurrucados en el regazo mientras el sueño le vence y la cabeza se le llena de los conflictos internacionales proclamados por el locutor.
La carretera es una recta interminable perfilada por choperas que verdean lanzando sombras contra los campos pajizos. El día se estremece donde la vista se pierde y el horizonte plagado de nubes se arrellana al final del camino.
La noche del veintiséis de julio del 2009 una resplandeciente luna nueva brilla en un cielo limpio y cuajado de estrellas. La agencia estatal de meteorología prevé temperaturas en ligero o moderado ascenso salvo en Galicia y Andalucía donde permanecerán estables.
Se auguran cielos despejados aunque cabe la posibilidad de que al atardecer se produzca algún chubasco aislado en las zonas altas del sureste y en el Cantábrico occidental. Hemos alcanzado los cuatro millones ciento treinta y siete mil parados y la situación no presenta visos de mejora. En España hay treinta y ocho especies de vertebrados en peligro de extinción y el gobierno vasco limpia las calles de fotos de etarras.
El día amanece al ritmo pautado del ir y venir de las enfermeras arrastrando los carros de curas. Al final del corredor los ventanales se asoman a un pinar encarado al sol de la mañana que crea urdimbres de luz entre las copas. Un sendero de tierra y pinaza avanza desde el fondo y termina flanqueado por la valla metálica que separa el bosque del recinto hospitalario. En un calvero sembrado de arbustos y cascajos se pudre un pino derribado por el impacto de un rayo.
Tras una fronda del llano asoman encrestadas las orejas de un par de conejos y de vez en cuando se ven ardillas pelirrojas que trepan hasta las copas y saltan de rama en rama hasta perderse en la espesura del bosque. Sopla una brisa que desde el pasillo sugiere frescor y calma cuando zarandea la
s hierbas y hace cabecear las cañas de las gramíneas.
s hierbas y hace cabecear las cañas de las gramíneas.
Álvaro Santillana mira desde las ventanas la quietud envidiable del bosque, pendiente de los cabeceos de las plantas y atento a las orejas inquietas de los conejos camuflados tras el soto. En la palma de su mano yacen tumbados el soldado azul y Caballo Loco sumidos en un letargo invernal de decenios. Coloca primero al soldado sobre el marco de aluminio iluminado por el sol y luego al indio y su montura que con los brazos abiertos y el pecho desnudo cabalga retador hacia el yanqui descabalgado que espera la embestida con el rifle en ristre. El paraje de pinos y tierra calcinada los envuelve y su lucha solitaria hará más épica la victoria.
Unos pasos más atrás se oye una voz desconsolada y urgente que reclama la presencia de Álvaro. El cuarto está gélido y zumba en alguna parte un motor camuflado entre paredes. Hay un silencio obligado, una marea de pensamientos dispersos que parecen perdidos en el aire.
Los incendios han devastado una superficie que casi dobla a la del año 2008. Un hombre mata a su expareja delante de su hija de seis años y el municipio de Lepe contabiliza ya diez asentamientos ilegales de inmigrantes. Un aparato de televisión encaramado a una peana lanza oleadas de bálsamo por donde los pensamientos se deslizan sin ni siquiera rozarse. Al contraluz de la ventana el rostro del padre dibuja una mueca rescatada en el tiempo, otra vez un mohín de rendición, esta vez inapelable. El último pulso perdido, ahora contra la vida.
Al final del corredor, contra los ventanales que dan al bosque de pinos, el más bravo de los jefes indios y el más heroico de los soldados azules libran una lucha sin cuartel desde las alturas del perfil de metal que brilla bajo la luz de la mañana. A sus pies, en un cascajar tapizado de pinaza y setos, una familia de conejos espera el desenlace olfateando el aire cada vez más denso de la mañana.
Foto: SMART-1 sees total lunar eclipse from space. 28 de octubre de 2004. ESA.