A José Luis Piquero
Tu presencia me asalta inoportunamente en mitad del Paseo.
Siempre te gustó bordear los abismos de los desencuentros, roja y estridente
amapola al lado del camino expuesta con valentía al polvo,
a las inflexibles pezuñas de los dimes, sus hambrientas bocas.
Recuerdo las confesiones al clarear de la noche con olor a sidra y a serrín.
Las comidas en casa.
La complicidad tonta de escaparse a tomar una copa como chicos malos.
Creíamos ser dueños de algo importante, qué ilusos, y no teníamos nada
porque nada es cuando con tal facilidad todo fue arrastrado por la implacable
sonoridad de los días y la distancia, los nuevos rumbos que tejen los nuevos amores.
Hoy todo yace desvanecido, tan borroso como barcos hundidos
bajo la fría banquisa del olvido.
¿Es este el precio por envejecer?
¿La pérdida continua de aquello que nos hizo esenciales y queridos?
En tu luz todo es sombra, en la mía un pasar de puntillas sobre la vida
para no herirse los pies con los afilados bordes de la hierba.
Hoy todo yace desvanecido.
¿Recuerdas la foto de Cármenes?
¿Aquella cadena de abrazos de la que sólo tú y yo quedábamos?
Ahora también nosotros nos hemos ido, absorbidos inexplicablemente
por el cauce seco de aquel río donde un desconocido sacó la fotografía.