Y bailaré sobre su tumba, de Pilar Sánchez Vicente, 30/07/2010

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Y bailaré sobre su tumba
 
Odio la música, ese chunda-chunda desquiciante me pone los nervios de punta, pero él nunca quiso entenderlo. Al contrario, empeñado en llevarme a todos los conciertos. Y a discotecas, a pubs… a antros donde es imposible cruzar una palabra si no es a gritos. Y a mí me gusta hablar. Se lo razoné cientos de veces, hasta la saciedad, pero incluso cuando estábamos en casa, se empeñaba en poner un disco. Se los fui rayando todos, poco a poco, no fuera a sospechar. No entiendo como puede ser, con lo que los cuido. Más que a mí, pensaba yo, pero le decía: Es de tanto ponerlos, los vinilos de mercadillo son de baja calidad. Se empeñó en que era el tocadiscos, pero cuando fue a cambiarlo ya no los fabricaban. Apareció con una torre musical de esas carísimas. Es a plazos, podemos permitírnoslo. Claro, con mi dinero, aquí la única que curra soy yo, en ese maldito supermercado, de nueve a nueve. Y al llegar a casa, los cacharros sin fregar, la música al alto la lleva y él en el sofá, sin despeinarse el tupé ni para follar. Cada vez menos, por cierto.
Lo peor es el verano. Él moreno como un gitano, de estar todo el día en la playa y yo blanca como la leche; cuando pasaba a recogerme a la salida me daba hasta vergüenza. Y venga: hoy toca este grupo aquí, mañana estos allá… Podría dejarlo ir solo, pero bien lo conozco: se junta con los amigos y a ligar como si fuera un soltero más. Y no. Hasta ahí podíamos llegar. Es mi hombre, solamente mío, ante el altar me juró eterna fidelidad. No soportaba verlo en las pistas, las llenaba con su sola presencia, llamaba la atención, con su pantalón pitillo marcando el paquete y esa chupa de cuero que me costó un dineral. No piensas más que en el dinero. ¡No te jode! Alguno lo tenía que ganar y, por supuesto, no era él. Él a gastarlo a manos llenas y yo con un bolso de hace dos temporadas.
Así que anoche me decidí. Llegamos a las tantas, como siempre, como si no tuviera que madrugar al día siguiente. ¡A él que más le da! Primero a Plaza Mayor y después a Poniente. No me pregunte quién tocaba, para mí son todos iguales, me ponen la cabeza loca y punto. Y él dando voces y saltos como un chiflado. Podía gustarle el fútbol, como a otros, ser forofo del Sporting o del Barcelona, por ejemplo. Un partido a la semana y santas pascuas. Maldita la falta que me hizo a mí nunca la música y menos la de esos peludos degenerados que cantan en inglés. ¡En inglés! Para que no se les entienda nada, ni falta que hace, cuando me traducía las letras eran de parvulario, sin más. Aunque Dios me librara de decírselo. Y eso que anoche…
En realidad le miento, sí sé cómo se llamaba el grupo de Poniente. Algo que tiene que ver con el seguro del coche… ¿Todo riesgo? ¿No? ¡Sí, sí! Eso era, Siniestro Total. Ya están un poco viejos, ¿no cree? Bueno, en eso como nosotros, por todos pasa el tiempo. ¡Tendría que habernos visto cuando éramos jóvenes! Hacíamos buena pareja, pese a las diferencias, porque a mí esto de no soportar la música me viene de antes. Ya desde cría, si lo pienso. Por eso nunca le puse interés, me sacan de Julio Iglesias y no conozco más. Se agudizó en el supermercado, claro, veinte años llevo trabajando allí, y no me quejo, tal como están las cosas. Lo peor son las doce horas diarias con el hilo musical puesto, cuando no son los villancicos es la canción del verano. ¡Menuda tortura! Una clienta me dijo que era musicofobia. A él, al principio, le hacía gracia incluso. ¡Hasta llegó a regalarme unos tapones de cera de esos de farmacia! Ahora pienso si no sería por reírse de mí…
¿Le conté que se compró una guitarra eléctrica? Para Reyes, como lo oye, y yo tuve que conformarme con un frasco de colonia. Y, no contento, consiguió un amplificador de segunda mano. Por culpa de ese trasto dejó de ir a buscarme, con eso lo digo todo. O sea, que yo llegaba a casa a las diez y, encima, aguantar a las vecinas: que si va a tirar la casa abajo, que aquí no hay quien duerma la siesta, que porque no se va a ensayar a un local del Ayuntamiento… Y él: Son unas brujas, mujer, y unas protestonas. No lo pongo tan alto, lo que pasa que de algo se tienen que quejar… El muy zorro no tocaba cuando estaba yo en casa, faltaría más, así que no puedo asegurárselo, pero decían que el volumen era brutal. Y yo las creo. A veces pensaba si estaría sordo.
Vale, vuelvo a lo de anoche, no me disperso. Yo iba con mi vestidito nuevo, los hago yo misma, con estas manos, para abaratar, y me quedan divinos, se lo advierto. Me hubiera ganado bien la vida de modista. La noche estaba preciosa, ideal para pasear a la luz de la luna por la playa o por el puerto, y eso que en verano la ciudad se llena de turistas y apesta a meados. Se lo propuse, pero tuvimos que hacer lo que él quiso, por variar. ¡Harta estoy de conciertos! ¿No se pueden gastar el presupuesto municipal en otra cosa? Todos los años igual… Y menos mal que era gratis, porque fuimos a cantidad de ellos pagando entrada, encima. Los de ayer cantaban en español y, cosa rara, les entendí la letra, igual era porque mi marido gritaba los estribillos como un poseso… ¿Siniestro Total, dice que se llaman? Pues ellos me iluminaron, vi la luz, no le puedo decir más. Trepanar no sé muy bien lo que significa, pero como no tengo un órgano Hammond me dio igual. Un disco de los Rolling sí lo tenía en casa, todos, cómo no. ¡Menuda colección! En eso invertía nuestros, mis ahorros; ni piso tenemos en propiedad. Afilarlo no me costó, fue lo de menos. Y como estaba con los cascos puestos, no me vio llegar. Ahora estoy esperando que lo entierren. No se cuántos años me caerán ni me importa, se lo juro, señor juez. Por lo menos en la cárcel estaré en silencio. Y cuando salga, no tendré que aguantarlo más. ¿Sabe qué le digo? Bailaré sobre su tumba, yo, que nunca fui de bailar.
 
 
Foto: Location of Smart-1 impact. 3 de septiembre de 2006. Esa

 

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