Cuando observo el Ávila lo que veo ante mis ojos es una majestuosa y mágica montaña. Creo que es un gran tesoro de la ciudad de Caracas; nuestro centinela y protector de cada día.
Colocándonos de frente a la montaña, vemos el hotel Humboldt con una altura de 2.159 metros. Esa es la parte denominada Ávila por don Gabriel de Ávila, un ciudadano español, compañero de Diego de Losada, que se estableció en las faldas de la montaña hacia la zona que hoy conocemos como San Bernardino.
La segunda altura es la Silla de Caracas, ubicada a mano derecha del Ávila. Su nombre tiene origen en las dos elevaciones que la conforman: el Pico Oriental y el Pico Occidental, las cuales le dan forma de una silla de montar.
Más a la derecha nos encontramos en pico Naiguatá con 2.765 metros. El nombre fue tomado en honor del cacique indígena Naiguatá.
El Ávila es un tesoro para todos. Una de las más maravillosas experiencias es mirarlo, subir sus laderas y llegar al hotel Humboldt en el teleférico, aunque la subida sea algo “aterradora” para los que puedan tener algo de miedo a las alturas. Estar allí arriba ayuda a conocer mucho más a nuestra maravillosa montaña. Podemos apreciar la gran altura de la cumbre. La niebla aparece a lo largo de la tarde y nos impide, algunos días, que nuestra vista llegue a divisar el mar Caribe. El Ávila nos separa de la costa y, a la vez, nos une.
La subida es una especie de intromisión en la montaña. Uno siente como si le tuviera que pedir permiso por estar acercándose a ella.
Al subir sus laderas en el teleférico pienso en Humboldt. Me lo imagino caminando por sus colinas observando esa vegetación y esa flora que para los europeos era algo, ya desde los cronistas de indias, maravilloso. Se quedó cautivado ante tanta belleza. Aún hoy podemos entender todo lo que él sintió. Sólo tenemos que observar cuadros de Manuel Cabré para poder comprender toda la pasión que esa montaña puede ofrecer a todo el que la contempla. El Ávila te observa, tranquilo y sereno. Uno lo mira, desde cualquier punto de la ciudad y se mantiene igual. Siempre está ahí, pase lo que pase. Sus laderas están iluminadas cada día.
Dentro de cada uno de los rincones del Ávila hay vegetación, flora… Cada uno de sus resquicios es reflejo de la exuberancia del trópico.
Nuestra misión es cuidarlo cada día para que siempre permanezca como reflejo de toda una sociedad y de una civilización.
El Ávila es uno de nuestros símbolos de identidad. Cada época ha tenido pintores que lo han reflejado, literatos que han escrito sobre él… Sólo hay que detenerse unos momentos a lo largo del día para poder contemplarlo y poder entender toda esa magia que desprende.