El Douro y su “resabio de brasa y de frambuesa”. Por Ángel García Prieto (20/07/2009).

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El Douro va a ir en descenso continuo en su recorrido por el país luso, discurriendo apaciblemente en una orografía al principio muy agreste, entre pardos pedregales adornados de almendros, para abrirse cada vez más, a través de las soleadas laderas de pizarra con bancales de viñas, en un amplio cauce, una vez superadas las sierras de Marão y Montemuro, donde el verde de campos cuajados, los frecuentes caseríos, las bodegas y las nobles mansiones de época hacen entrever la cercanía del bullicio de la asombrosa ciudad de Porto.La naturaleza fue en esta comarca “robusta, solemne y profunda”, como dijo Alexandre Herculano. El río luchó contra las rocas, y el hombre ha sabido hacer de ese cauce una tradición, una fuente de relaciones, un hilo conductor de riqueza, trabajo y el orgullo de un nombre que representa a esas tierras por todo el mundo. El río está transformado en “sucesivos y extensos espejos de agua”, como dicen sus poetas, que cantan los nombres de sus riberas y sus pueblos “mordidos por el sol y acariciados por el rocío”: Barca d’Alva, Riba-Tua, Pinhao, Tabuaco, São Salvador do Mundo – dicen que el mejor panorama sobre el río – Mesão Frio, Peso da Régua…

Aquí, en esta villa fluvial que marca el centro de la trayectoria, se creó en 1768 la Companhia Geral dos Vinhos do Alto Douro, donde hoy se sitúa la Casa do Douro. Aquí se percibe de modo especial la confluencia del río y el vino, de la cultura y el trabajo. Es también el centro geográfico de una comarca rica en arte: el monasterio románico de S. Martinho de Mouros, el puente fortificado de Ucanha, tapices flamencos en el museo de Lamego, arquitectura barroca de riquísima expresión en el Palacio de Mateus de Vila Real o el santuario de Nossa Senhora dos Remédios, erguido en la cima del monte Santo Estevão, y tantas expresiones más de la riqueza cultural de estos parajes, que Miguel Torga, nacido apenas unos kilómetros más allá de la orilla, evoca con frecuencia en sus escritos.

Un Oporto

El prestigiado vino de Porto tiene la primera denominación de origen del mundo y es en su integridad un producto del Douro. El Marqués de Pombal legisla en 1756 todo lo que se refiere a su origen, elaboración y comercio. Delimita con mojones reales las tierras de viñedos se distribuyen en terrazas trabajadas de una manera concienzuda y con mayor rendimiento según la inventiva y los medios de que han ido disponiendo los lugareños, para lograr un mejor acceso y producción. El suelo pizarroso facilita el reflejo del sol y del calor sobre la superficie inferior de los racimos que al mantener mejor la temperatura entre las diferencias diurnas y nocturnas de la atmósfera, consigue mayor riqueza de azúcar en las uvas.

En bodegas situadas en el propio terreno vitivinícola, tras la vendimia manual de septiembre y octubre, el caldo es enriquecido a las treinta y seis horas de obtenerse con una cuarta parte de aguardiente vínico y se mantiene hasta la primavera siguiente. Esta fórmula, que eleva el grado alcohólico del vino de Porto hasta alrededor de los veinte grados, se dice que nació de la necesidad de cortar la fermentación que dañaba el caldo en los viajes. Transporte que se hacía antaño en los pintorescos y típicos barcos rebelos, luego en tren y ahora en prosaicos camiones cisterna. El caldo se traslada a las cavas de Vila Nova de Gaia, en la orilla izquierda del río, enfrente de Porto, donde los vinos envejecen al menos tres años en barricas de roble americano, para luego seguir su maduración después de ser cabeceados y embotellados. Así se obtienen el Branco, Tawny, Ruby y los LBV (Late Blotted Vintage) y Vintage. El primero es de uvas blancas, aperitivo más o menos seco. El tawny está envejecido en barricas pequeñas, tiene aromas de frutos secos y vainilla. Los ruby, son rojos, envejecidos en grandes y anchas barricas. Y los LBV  y vintage, además de provenir de uvas especialmente escogidas en cosechas de mucha calidad, envejecen al menos cinco años en el primer caso y entre quince y veinte en los vintages.

Llega al fin, el río…

En Santa Cruz do Douro, a poca distancia río abajo de Peso da Régua, el gran escritor luso Eça de Queiroz sitúa el terruño de Jacinto, protagonista de la novela La ciudad y las sierras. A su estación ferroviaria llega de París el paisano triunfador, lleno de nostalgia de su patria chica, que en la novela se denomina Tormes. El propio autor vivió allí, en una preciosa casa de la parte alta del pueblo; una quinta noble de granito revestido de enredaderas que heredó de los padres de su mujer. Y desde 1997 es sede de la Fundação Eça de Queiroz, que guarda el recuerdo del autor, promueve las reuniones y congresos literarios especializados y el desarrollo turístico de la comarca. En esta casa vive alguno de sus descendientes, pero está abierta a la vista guiada, en la que se puede ver la biblioteca del escritor, muebles y objetos, fotos y recuerdos. Todo ello en un lugar de encanto, entre viñas, flores, manzanos pinos y robles, con una perspectiva amplia del valle y de otra de las numerosas aldeas y pueblos vecinos. Y el río “Viene de lejos sólo para morir en las manos de las olas. Y llega extenuado, pues el camino es largo y no siempre fácil, aunque se entretenga en ocasiones a contemplar las márgenes, a veces escarpadas, a veces en laderas verdes, entre oro y carmín”, escribe Eugenio de Andrade en Canção do Mais Alto Rio, de ése que ya conocemos como la “evidencia inconmensurable” del mapa que les tocó, pues la cartografía de la historia, la cultura y el alma lusas que el Douro representa es tan larga y ancha como el espíritu humano.

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