El Hotel Negresco y Henri Salvador, en Nice “la belle”. Por Ángel García Prieto y Miguel Ángel Fernández (01/11/2009).

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“La gente rica es la que traía el sur al sur”

(Joseph Roth, en Jefe de estación Fellmerayer)

 

El Paseo de los Ingleses es el balcón privilegiado de la ciudad más grande y más elegante de la Costa Azul, Niza, y quizá su enseña más significativa. Se extiende varios kilómetros sobre la bahía de los Ángeles de un mar Mediterráneo que se muestra luminoso y espléndido con su habitual suave oleaje y los tonos azul turquesa en el agua más cercana a la playa. Palmeras y numerosos edificios de la belle époque se mezclan con otros modernos en un conjunto homogéneo. Es la escena para el imaginario de la vida desenfadada, el turismo y el glamour  ambiental de la élite de los huéspedes de sus míticos hoteles, como el Negresco, que destaca desde lejos con su cúpula de color rosa; el Royal, clásico; el Westminster Concorde, con aire colonial, el West End también de la belle èpoque o el moderno Meridien y otros, como el que en la actualidad ocupa el antiguo Casino.

El Negresco, además de un establecimiento de lo más selecto, donde se han hospedado un buen número de personajes ilustres o mimados por la celebridad, es un verdadero museo rico en muebles, cuadros y esculturas, bajorrelieves y vitrales de autores destacados desde el s. XVI a la actualidad; tiene detalles de decoración magníficos y constituye un lugar mágico con ambiente de elegancia clásica y moderna en sus salones; en el patio Eiffel, cubierto con la cúpula de vidriera esférica; en el restaurante La Chantecler y en el salón Versailles, con mobiliario y decoración franceses de siglos pasados; en el restaurante La Rotonda, ambientado como un antiguo carrusel de caballitos de feria; o así como en su elegante cafetería de estilo inglés. Fue construido en 1912, por un hostelero rumano apellidado Negresco, ha tenido siempre una trayectoria de hotel del más alto nivel y es un de los pocos en el mundo que conserva el sello propio y la independencia de las cadenas multinacionales, pues tras ser hospital en la Segunda Guerra Mundial, en 1957 es adquirido y rehabilitado por la empresaria Jeanne Augier, que ha sabido mantener y quizá en algún aspecto mejorar el tono de un establecimiento cargado de historia y prestigio, además de ostentar desde el 2003 la categoría de monumento nacional.
 

Henri Salvador, elegante y cosmopolita. 

El poeta romántico por excelencia se preguntaba un día qué era la poesía. Una pregunta con una sencilla respuesta de la que, evidentemente, dudamos todos alguna vez en la vida. Del mismo modo, no pocas veces, me pregunto qué es la música. Qué contiene, de qué está hecha y porqué ejerce tan grande influencia. Influencia en nuestras vidas y, sobre todo, influencia en los que de una manera u otra acudimos una y otra vez en su búsqueda. Mi respuesta es igual de vaga e inconsistente, tal vez porque en sí importe menos que el sano ejercicio de cuestionarse las cosas para, simplemente, disfrutar con más clara consciencia de esa parte artística que si no nos mueve a diario sí hace nuestro vivir más bello, excitante y entretenido.

El sur de Francia, su Costa Azul, me recuerda más a un pasado relativamente reciente que al día de hoy; en que la belleza, teñida de modernidad, lujo exacerbado y glamour – ese engañoso y fatuo concepto – se ha dejado manchar y prostituir llegando a una altura que los pobres mortales nunca vamos a disfrutar. En otro tiempo, no menos lujoso, por otra parte, esa bohemia de colores pastel y clima benigno resultaba contenida y menos extrema. En ese contraste, me río pensando que el primer Negresco que conocí fue, hace muchísimos años, en una vieja población del Mercado del Puente, en la Sanabria interior zamorana. El Negresco era –ignoro si lo sigue siendo, aunque lo sospecho, pues por esos lares las cosas cambian sólo hasta un cierto límite -; era, digo, un bar sin más exotismo que su nombre. Un bar de pueblo donde, como en tantos de la comarca, el servicio y los buenos detalles brillaban por su ausencia. Nada más lejos del esplendor del célebre hotel de la costa azul.                                                                                                                      

Estrechamente ligado a la bohemia – la bohemia creativa y sincera – y a cierto lujo epicúreo, me asalta enseguida el nombre de Henri Salvador. Un raro ejemplo de artista completo que falleció en febrero del 2008, con noventa y un años, y habiendo publicado otro gran disco, Reverence (Emarcy, 2007), hacía escaso tiempo. Salvador fue un compositor y cantante dulce, delicado, gracioso y romántico al mismo tiempo. También ejerció de humorista. Guitarrista de jazz, personalidad en la radio, voz en películas, jugador de petanca y diseñador de bolas para este particular juego… un fenómeno del espectáculo en diferentes manifestaciones musicales, en especial en teatro de variedades. Fue apóstol precursor de la bossa nova y el rock’n roll en los tiempos en que estos géneros iniciaban su andadura y su influencia ha quedado marcada sobre varias generaciones. Un personaje entrañable y querido por el público francés, con una larga lista de canciones inmortales. Un disco queda marcado indeleble en su carrera, tras celebrar en 1999 sus cincuenta años de discos. Es Chambre avec vous (Emarcy/Universal), grabado en 2000. Tras la aparición de este CD – una joya de música tranquila, bella, relajante e inspiradora en su grácil bossa nova – llovieron premios, reconocimientos y homenajes ante tamaña obra maestra. Salvador nunca dejó desde entonces de actuar y participar en multitud de eventos, llegando a ser un raro ejemplo de dedicación y actividad sin desmayo. Su “Jardin d’hiver” será su canción definitiva, ya de vuelta entre los grandes de la música de nuestro país vecino. Un cariñoso y afable crooner anciano, elegante y cosmopolita que nunca dejaba de sonreír.

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