El Sil, el río que quiso ser rebelde. Por Armando Muria Ibias.

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El Sil no es un río cualquiera. No se dejen engañar por la brevedad de su nombre, casi un silbido. También el recorrido de sus aguas es breve, intenso, profundo, con ecos donde anidan las rapaces.
 
Como sus hermanos, nace para correr hacia el sur mesetario, pero con los primeros pasos deja clara su rebeldía, da un giro inesperado y decide marcar una ruta diferente, por bosques y valles a los que quiere bautizar con sus aguas. Aunque en esta aventura no sale bien parado, según lo expresa el dicho popular: El Sil lleva el agua y el Miño la fama.
 
En tan corto recorrido, sus aguas nacidas de las nieves de la cordillera Cantábrica horadan tierras agrestes para buscar lo más profundo de los valles que forman cañones, y esa va a ser su desgracia porque los humanos lo domestican con docenas de embalses en los que la fuerza de sus aguas queda enjaulada. Esa riqueza hidroeléctrica no va a ser la única. Ya los romanos encontraron en su vientre las pepitas de oro más grandes del Imperio, desde el nacimiento hasta las Médulas. Además, toda su cuenca abriga las mayores vetas carboneras para teñirlo de negro, igual que las pizarras que cubren las casas de la ribera, negras y brillantes como las escamas de un lagarto que esconde su osadía agazapado en bosques milenarios.
 
Sobre su cauce levantaron los caballeros templarios los mejores castillos (Ponferrada y Cornatel) para proteger los caminos y los amores frustrados de los que nos habla Enrique Gil y Carrasco (nacido en estas tierras bercianas hace 200 años) en la novela romántica “El señor de Bembibre”.
 
Al final del recorrido no quiere dejarnos con mal sabor de boca y riega los terrenos con la uva tinta Mencía en el Bierzo, la blanca Godello en Valdeorras y los viñedos más escarpados de Europa donde maduran los vinos de la Ribeira Sacra, repleta de monasterios al borde del precipicio. En lo alto del cañón insondable siempre habrá algún monje de un convento medieval que bendiga las aguas amansadas por el ingenio humano antes de mezclarse con las del Miño.
 

 

 

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