“Lisboa, ciudad antigua, ven por la orilla del río” canta Cristina Branco en un precioso fado, porque Lisboa es saudade; como no podía ser de otra manera. Pero también es el recuerdo inmediato de lo que no se ha visto todavía, como un déja vu sentimental del que Álvaro de Campos escribió: “Otra vez vuelvo a verte / Ciudad de mi infancia pavorosamente perdida / Ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí”. Por eso también tanta gente quiere ir allí por primera vez.
Con mil colores, la ciudad es azul, es amarilla o blanca y quizá rosa o bermeja; tiene un cielo luminoso, aire marino y un bullicio muy vital. Un tráfago de ruidos, olores y tranvías entre calles de edificios nobles con abolengo barroco, o casas pequeñitas y humildes, arracimadas con desorden moro, que parecen hacer de la gran capital del antiguo imperio trasatlántico un rosario de pequeñas ciudades de provincia; que desde nuestra óptica podríamos decir mitad andaluzas y mitad gallegas, aunque esto no dejaría de ser más que una mala traducción, pues Lisboa es Lisboa.
Lisboa es mucho más, es un lugar mágico de llegada y de salida. Y no hace sino responder a su nombre, pues fundada por el Ulises mítico, recibió el nombre de Ulisipo – Ulissipona – Lisbona = Lisboa. Quizá por eso es la ciudad abierta a los cantos épicos de Os Lusiadas, los descubridores y conquistadores que marchan a hacerse con el mundo, pero también es la ciudad cerrada de la Oda Marítima del poeta Álvaro de Campos, parada en el muelle del río, un muelle que no es sino “una saudade de piedra”.
La saudade a Lisboa le viene bien. Lisboa es, como se ha visto, una ciudad de viajeros que de allí han partido o que a ella han llegado alguna vez, como parte o llega todo viajero en busca de sí mismo en el viaje de la vida. También por eso en Lisboa se encuentra la incertidumbre de la irresolución y el deseo de volver. Los portugueses cantan en otro fado: “O Tejo nos faz partir / Lisboa nos faz voltar” —El tajo nos hace marchar / Lisboa nos hace volver—. Pero eso mismo también podríamos cantarlo los visitantes, al fin y al cabo el Tajo nos sirve de compañero durante un buen número de kilómetros cuando volvemos de la capital lusa por carretera…
Sí, Lisboa es saudade, recuerdo, estado del espíritu que revive el dolor de la ausencia y prologa la presencia. Lisboa siempre espera, allí, anclada en los muelles del Tajo, dorada por el sol o entrevista tras la niebla, cantando entre flores y brisas, en espera de todos los Ulises que regresan para alcanzarla, como diría otro poeta —Eugenio de Andrade— “de escalón en escalón”.