Lugares en el recuerdo, Aix en Provence – Francia. Por Maria Luisa Prada Sarasúa. 16/01/2009

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   Esta ciudad,  antigua capital de La Provenza hasta la Revolución,  es uno de esos sitios encantadores en los que la historia se mezcla con el paisaje y donde su conjunto hace que jamás la olvidemos.

    Orgullosa de ser el lugar de nacimiento del genial pintor Cézanne, precursor del cubismo, lo está también de su maravilloso conjunto urbanístico y monumental que la hace ser una de las ciudades más hermosas  de Francia.

    Son más de cuarenta las fuentes públicas que refrescan su paisaje, desde una de las cuales llamada la de La Rotonda, comienza  la Avenida el Cours Mirabeau, construida en el siglo XVII a imagen de Los Campos Eliseos de París, y que parte a la ciudad en dos, como dos también, son los tipos de visitantes que la frecuentan diariamente.

     El lado sur, con los palacetes del Barrio Mazarino, bancos, y oficinas, poco tiene que ver con la parte norte, la que bordea a la ciudad medieval, donde estudiantes, turistas y gente de la calle, se sientan tranquilos en las terrazas  de los bistros, cafeterías y restaurantes siempre llenas de gente, en las que se puede uno encontrar a alguien que nos llame la atención. Su famoso café “Deux Garçons” se siente orgulloso porque en él se dieron cita personajes tan ilustres con Churchill , Cocteau, o su ciudadano más querido, Cezanne, al que la ciudad tiene dedicadas calles y fuentes, y del que mediante paneles se informa a los visitantes de los itinerarios y  lugares en los que el maestro estudió, vivió, trabajó y murió.     

    Uno de estos lugares que guardo entre mis mejores recuerdos, fue la visita a su  “atelier”, situado en la Avenue Paul Cézanne, y conservado como el pintor lo dejó antes de morir, un pequeño espacio al que se sube por unas escaleras que salen desde el patio de la pequeña casa y en el  que al entrar se tiene la sensación de que los años no pasaron y que allí sigue viviendo y pintando el propietario de la boina, la capa, las gafas,  los pinceles y el caballete, utensilios estos últimos,  que le sirvieron para hacer conocer al mundo todo lo que el quiso representar.

  A un lado y en una pequeña mesa se conserva también una botella y unos vasos de vino uno de los cuales tiene el borde rojo.

    Desde allí y  a pocos kilómetros de distancia se llega al pueblo El Tholonet, desde donde se puede contemplar la majestuosa  montaña de Sainte Victoire, la obsesión del pintor que la  hizo estar presente en sus cuadros alrededor de cincuenta veces.  

  Otro recuerdo curioso de aquel día, es que solamente mi familia y yo éramos europeos. El resto, casi un centenar de personas que se habían acercado hasta allí con el mismo deseo que nosotros, eran japoneses, de diferentes edades y de todos los “tamaños” pero que habían llegado desde tan lejos a visitar un lugar encantador que a nosotros nos queda tan cercano y que es para muchos tan desconocido.

    Por todo ello, puedo deciros que merece la pena conocer  Aix en Provence. Su gente, su historia, sus palacios y monumentos son cita obligada para una vacaciones en las que sin prisa disfrutemos paseando por  una de las ciudades más elegantes y aristocráticas de Francia, que la hicieron un lugar único que nadie debe dejar de visitar.

 

 

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