Geografías: Entrevista a Francesc Miralles. Por Hilario J. Rodríguez (19/04/2010).

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Francesc Miralles no es un escritor, es un mito. Tiene la capacidad de escribir para otros (como negro), escribir para sí mismo y corregir material ajeno. También idea guiones radiofónicos, participa activamente en el mundo del periodismo, lidera grupos musicales y dirige un teatro alternativo, La Huevera, donde se mezclan los magos y los artistas en general. Su obra se caracteriza por el entusiasmo y por la comprensión, por no ahorrar dramatismo a la existencia pero sin que eso borre nuestra capacidad para seguir hacia delante.

De momento, El cuarto reino (Martínez Roca, 2009) le colocó en la lista de los más vendidos durante meses. Y otras novelas suyas le han permitido ganar el Gran Angular y el Torrevieja. Ahora presenta Retrum (La Galera, 2010), una novela juvenil sobre amor y muerte, cuyos derechos ya están en manos de una productora cinematográfica. 

 −En contra de lo que se suele pensar sobre los negros literarios (o «ghost writers», escritores fantasma), yo creo que el suyo es un trabajo de alto riesgo porque tienen que saber cómo dar forma a la personalidad de otra persona sin que su propia personalidad sea demasiado evidente.

—Sí, lo fascinante de los escritores fantasma es que las personas para las que redactan los libros acaban creyendo verdaderamente que los han escrito ellas mismas. Y, ciertamente, un «negro» aprende a encarnarse en los anhelos del autor que firma la obra. Su personalidad queda totalmente afuera. 

−Los negros suelen trabajar con muchas limitaciones: temporales, espaciales e incluso lingüísticas. Tienen a su favor que cuentan con un salario preestablecido en la mayoría de los casos.

—Cobran un fijo por realizar la tarea, sin ninguna participación en los derechos de autor ni en la relevancia pública que pueda producir. La única ventaja es que es un trabajo que suele estar bien pagado.  

−Después de escribir para otros, el siguiente paso no tiene por qué ser escribir para uno mismo.

—No necesariamente, pero la experiencia me dice que todo el mundo que escribe para otros −incluso los traductores (que de algún modo hacen el mismo papel)− acaba queriendo pasar a un primer plano.  

−Falsificar obras de arte no ha alcanzado demasiado prestigio social, pero a veces puede invitarnos a pensar si algunas copias no superan a sus originales.

—Es muy posible. En el mundo de los libros de psicología, por ejemplo, hay «refritos» que son más claros y útiles que los originales a partir de los que se escriben.  

−A los novelistas, en general, ahora los imaginamos viviendo existencias sedentarias y aburridas; a los negros, sin embargo, los imaginamos viviendo experiencias trepidantes y peligrosas.

—La mayoría de los novelistas viven con la frustración de no ser aclamados por el pueblo y postulados para el Premio Nobel. Y eso sucede porque se toman demasiado en serio los elogios de familiares y amigos, que lógicamente nunca suelen ser objetivos. Los negros viven el mundo editorial de modo más sano, tienen claras las reglas del juego y lo que van a obtener de sus aventura. Como Han Solo con su Halcón Milenario.  

−Tu profesionalidad, de pronto, te convierte en autor.

—Bueno, toda persona que firma un libro, aunque no lo haya escrito, se convierte en autor a ojos de los demás.   

−La literatura, para ti, no tiene por qué ser un oficio individualista, puedes planteártelo a cuatro manos, con autores diferentes.

—Para mí, siempre ha sido un trabajo, por eso no me cuesta ponerme de acuerdo con otras personas si hay que escribir un libro a cuatro o seis manos. Cuando el papel de cada uno está claro, no hay problema de ego.  

−También te lo planteas como un cruce con otras disciplinas, como acabas de hacer en Retrum, llevando a tu banda Nikosia a las presentaciones, que tienen forma de conciertos, sin retórica ni teorías.

—Las presentaciones de libros suelen ser muy aburridas, por eso pensé en un formato más teatral, con música en directo para recrear la atmósfera del libro. Es una locura, porque te gastas 20 veces más dinero del que te producirán  los libros que puedas vender en las presentaciones. Ahí sí que hay romanticismo. 

−Además de mostrar un alto grado de solidaridad con tus compañeros de profesión, sobre todo con los principiantes o con los inseguros, a veces sirves como médico literario, haciendo diagnósticos de obras ajenas y ayudando a sanarlas de sus posibles enfermedades.

—Suelo ayudar a otros escritores, y me gustaría tener más tiempo para dedicarme más a ello. Hay gente que escribe maravillosamente pero que le cuesta montar el guión de sus propias novelas. A mí eso se me da muy bien y les ayudo a clarificar la trama. Y sí, cuando descubro a alguien con mucho talento, si puedo echar una mano, ahí estoy. 

−Entiendes la literatura con el espíritu de cooperación de los músicos, que tienden a fijarse más unos en otros y a unir fuerzas.

—Sí, para empezar hay que coordinarse con el editor para que no salten chispas durante la interpretación de la pieza. Pero el gran reto de un escritor es coordinarse con sus jefes, que son los lectores.

 
 

 EL INICIO DE «RETRUM»

Un guante en la nieve

La primera vez que escuché aquella voz fue un atardecer de invierno.

Había subido la cuesta del cementerio del pueblo, que estaba cubierta por una fina capa de nieve. Faltaban pocos días para que terminaran las vacaciones de Navidad y me sentía hastiado de las reuniones familiares. En el camino no me había encontrado ni un alma, sólo las huellas de las aves que ahora graznaban en el cielo crepuscular.

Sabía que el camposanto estaba cerrado a aquella hora, pero me gustaba la vista privilegiada sobre el Mediterráneo. Teià es un pueblo colgado en una montaña frente al mar. Sin embargo, al estar ligeramente hundido, el «gran azul» no se ve a no ser que busques un promontorio, como el del cementerio.

Apoyado en una de las tapias, me entretuve siguiendo con la mirada un barco lejano cuando aquello surgió…. El corazón se me disparó al oír el canto. Era una voz extremadamente fina, como de cristal. Y provenía del otro lado de los muros.

Sin salir de mi asombro, agucé el oído para escuchar aquella melodía fúnebre. Efectivamente, la voz de niña surgía del cementerio cerrado. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral mientras trataba de descifrar el canto: 

Sun was hiding into the clouds

Black birds flew over the graveyard

I was feeling half dead inside

Without knowing you were half alive


[El sol se escondía entre las nubes

Negras aves volaban sobre el camposanto

Me sentía medio muerta por dentro 

Sin saber que tú estabas medio vivo]

 
―Pero, ¿quién demonios…? ―me pregunté en voz alta para ahuyentar el miedo.
Justo entonces la tonada lúgubre se interrumpió, como si el ser que la había proferido hubiera detectado mi presencia. Atizado por la curiosidad, corrí hasta la verja cerrada, pero desde allí no era posible ver el lugar de donde había surgido la voz.
―¿Hay alguien ahí? ―grité ante la posibilidad de que un niño se hubiera quedado encerrado en el cementerio.
Silencio.
El rumor sordo del viento era la única respuesta, mientras la noche empezaba a caer como un pesado telón.
Entre perplejo y fascinado, opté por volver a casa.
Comencé a bajar la cuesta lentamente, cuidando de no resbalar con la nieve helada. Aquel cántico espectral me habría parecido una alucinación transitoria, de no haber resurgido cuando me hallaba a unos treinta metros del camposanto.
Tal vez porque el viento que bajaba por la ladera facilitaba la propagación del sonido, la vocecita se dejó oír nítidamente. Cantaba ahora notas más bajas y ásperas, como si adoptara el tono de un hombre.
 
  Why are you alone in here,

  so far and near?

 
 [¿Qué haces aquí solo,

tan lejos y tan cerca]

   

Eché a correr cuesta abajo, con el riesgo de resbalar y despeñarme por el barranco, y no me detuve hasta alcanzar las primeras casas del pueblo.
 
+         +         +         +
 
Tras una noche de insomnio ―no podía quitarme de la cabeza aquel canto―, regresé al cementerio bajo la luz de la mañana.
Llegué minutos antes de que el funcionario abriera la puerta, que crucé con paso decidido para dirigirme a la zona del cementerio donde había oído la voz.
Las tumbas y lápidas reverberaban con la nieve y la escarcha, que devolvían los rayos de sol con un resplandor fantasmal. Y yo era el único visitante del cementerio a aquella hora.
Me detuve cerca del muro desde el que había escuchado el canto. No había pisadas de ningún tipo en los caminos entre las tumbas, pero podía ser que las hubiera cubierto una suave nevada nocturna. Me disponía ya a salir del pequeño cementerio, cuando algo oscuro sobre una losa me llamó la atención.
Intrigado, me incliné sobre lo que resultó ser un largo guante negro de licra, como el de Gilda en la película. Lo despegué de su lecho de nieve. Desprendía un perfume suave y especiado, lo que significaba que no llevaba mucho tiempo olvidado allí. Como máximo una noche…
Mientras enrollaba el fino guante para guardarlo en mi bolsillo, entendí que pertenecía a quien había cantado la melodía fúnebre.
Recordé aquella voz extraordinariamente fina, como de una niña de coro. Quizás una mujer con tono de soprano había cantado desde el cementerio cerrado. Aquello era más extraño todavía, puesto que yo había sido el primero en entrar en el camposanto y no había encontrado a nadie. Sólo el guante sobre la nieve y un misterio que no alcanzaba a descifrar.
Tendrían que pasar meses para que, con el fin de la nieve, emergiera una respuesta más inquietante aún que el propio enigma. 

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