Geografías: Entrevista a Marcos Giralt Torrente. Por Hilario J. Rodríguez (19/07/2010).

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La obra de Marcos Giralt Torrente buscaba eso que Peter Hanke llama «el momento de la emoción verdadera». Ahora acaba de encontrarlo. Su última novela, Tiempo de vida, no es sólo la confirmación de su talento sino también el cierre de un ciclo. Si antes se apoyaba en las formas para dar cuerpo a las emociones, ahora se ha apoyado en las emociones para dar cuerpo a las formas. El resultado: uno de los libros más estimulantes de la literatura española reciente.
 

Tiempo de vida parece un cuerpo sin forma.

 Soy incapaz de afrontar la escritura sin partir de una estructura previa bien definida. Me ocurrió con mis novelas París y Los seres felices, y me ha vuelto a suceder con Tiempo de vida. Otra cosa es que la estructura no aparezca en el primer plano. La estructura tiene que estar, no verse. Pero por hablar, por ejemplo, de Tiempo de vida, los principios fallidos a los que aludo al comienzo del libro lo fueron precisamente porque carecía de esa estructura. Cuando la tuve, pude arrancar. El libro parece estar escrito en un continuo sin capítulos, pero, aunque no se marquen, sí los tiene. Para empezar tiene dos partes que ocupan más o menos el mismo número de páginas. En la primera se narra toda mi vida hasta la enfermedad de mi padre, y en la segunda todo el período de su enfermedad hasta su muerte. Una abarca treinta y pico años, y la otra apenas dos; en una la prosa es veloz, para dar cuenta del transcurso del tiempo a través de someras listas de acontecimientos, y, en la otra, la prosa se adensa buscando el detalle. Además, en una y en otra, los segmentos de narración se alternan en un orden escrupuloso con segmentos más reflexivos, de forma que ambas partes tienen el mismo número de segmentos de un tipo y de otro. Por último, el capítulo inicial y el final son cada uno espejo del otro en una cierta intención metaliteraria.   

-La tuya es una obra realista con vocación abstracta.

 En pintura me molesta la distinción académica entre pintura figurativa y pintura abstracta, y en literatura me molesta la distinción entre ficción y no ficción. Hay un terreno muy fértil entre ambos extremos, el de muchos pintores y escritores, que no puede juzgarse según parámetros tan rígidos. Me gusta calificar Tiempo de vida de ficción sin invención  para socavar precisamente ese discurso tan monolítico. Por un lado, está claro que en Tiempo de vida los materiales proceden de mi propia vida, es decir, de la realidad más estricta, pero por el otro está claro que no está narrado como una autobiografía convencional, sino que empleo procedimientos ficcionales para lograr una tensión narrativa determinada. Todo arte, por otro lado, parte de la concreción para buscar la abstracción. Su fin es el mismo de la filosofía. La diferencia es que la masilla que emplea no es la razón sino la intuición poética o artística.

-Al principio parecía como si escribieses para poner orden a tu alrededor, en tu último libro, sin embargo, aceptas el caos de las emociones.

Escribo siempre para poner orden, para entender lo que me rodea. Poder decir que lo que sentimos hoy ante determinados estímulos no es necesariamente lo que sentiremos mañana ante esos mismos estímulos, que tendemos a pensar que la personalidad es inamovible cuando lo cierto es que cambia con el tiempo, poder decir que la mayoría de lo que nos rodea no es sólo bueno o malo, blanco o negro, que nuestra vida transcurre por lo general en zona de grises, no es renunciar a poner orden. Identificar ese magma complejo en el que navegamos sin rumbo, señalarlo, es una forma de buscar un orden. Y decir a qué obedece que veamos algo blanco o negro, o mesurar las consecuencias que sobre nosotros tiene, también. De hecho, toda la parte final de Tiempo de vida persigue ese objetivo. Puede decirse que no se hubiese producido la reconciliación, que no se hubiese cerrado el círculo, según la imagen que empleo en el libro, si no se hubiera dado un orden a las emociones.  

 -Yo definiría Tiempo de vida como «literatura de urgencia», similar a Esa salvaje oscuridad, El velo negro, Una pena en observación o El año del pensamiento mágico.

Sí, casi todos esos libros los menciono en el mío, y así es. Lo que distingue este tipo de libros de otros que el escritor se obliga a escribir para cubrir el expediente o seguir alimentando su carrera, es que este tipo de libros de duelo se imponen al autor, no pueden no ser escritos. Se siente como una absoluta necesidad el escribirlos. Lo ideal sería que toda la literatura que leemos estuviera dictada por la misma urgencia, pero desgraciadamente no es así. Quiero subrayar, no obstante, que se trata de una urgencia vital, no literaria, pues para que funcionen literariamente el escritor tiene que apartar la urgencia y tratarlos como lo que son, libros. Con todas las exigencias de oficio que ello conlleva.

-Tu método se ha humanizado, por así decirlo.

No soy tan consciente de ello. Toda mi literatura apunta a las mismas zonas de reflexión. Antes de que la experiencia vital que narro en Tiempo de vida me apresara estaba escribiendo una novela, que ya jamás terminaré, que de alguna forma cerraba una suerte de trilogía heterodoxa de la que creía que formaban parte París y Los seres felices. París es una novela sobre la infancia, Los seres felices es una novela sobre el ingreso en la madurez, y la novela que dejé inconclusa al enfermar mi padre trataba sobre la siguiente etapa, la decrepitud, la preparación hacia la muerte, ese momento en el que se siente de una manera inequívoca que somos ya más pasado que presente y que lo que nos queda por delante es un remedo decadente de lo que fuimos. No lo pensé mientras lo estaba escribiendo, pero Tiempo de vida cumple la misma función de aquella novela fallida. Sin quererlo, cierra la trilogía heterodoxa en la que había pesado.  

-Comienzas estableciendo un inventario de lecturas y luego todo sigue el mismo patrón: la música, las emociones, los hechos…

Necesitaba utilizar algunos datos referenciales sobre los que anclar la narración. En algunos casos, como el de los libros que cito, me sirve para marcar la trama secundaria, la de cómo se escribe el libro. En otros casos, como las películas, los discos o las exposiciones, me sirve para fijar cronológicamente los acontecimientos a la vez que para contribuir a la fijación de ciertos rasgos de carácter de los personajes. Y todos juntos, fijan un ritmo, una suerte de letanía que esconde a los ojos del lector la estructura que hay detrás.  

-Muchos escritores de tu generación han establecido un paréntesis en su obra, realizando un retrato paterno o reflexionando sobre la familia y la memoria, que curiosamente les ha ayudado a encontrar su verdadera voz.

Es una tradición más anglosajona, o francesa, que española. En nuestra tradición los libros así no abundan. En mi generación, lo han hecho, por ejemplo, Lolita Bosh, Marta Sanz o Julián Rodríguez Marcos, pero son excepciones. De hecho, en este tiempo que llevo de promoción de Tiempo de vida he creído percibir en quienes me han interrogado cierto pasmo por el desnudamiento que supone el libro, lo cual se traduce en que el adjetivo que más se emplee para calificarlo sea el de valiente. Algo así no sucedería en Inglaterra, donde están más que acostumbrados. En cuanto a la segunda parte de la pregunta, si supondrá un punto de inflexión en mi estilo, está por ver.  

-La literatura puede ser una opción vital y también un complemento.

Sí, puedes conformarte con la lectura, quizá lo más inteligente, o además pretender escribir. Y puedes ser también un escritor de domingo, como se decía antes de un tipo de pintores, o escribir todos los días. Lo importante, como escritor, es que cada obra parta de una entrega radical. No puedes escribir nada bueno si no habitas dentro de lo que escribes, si no constituye una obsesión irrenunciable. Es necesario ese pulso porque ese pulso es el pulso de la verdad y sin verdad no hay literatura. El cómo lo consigamos, si a lo largo de muchos domingos o escribiendo todos los días, es irrelevante. Lo que importa es la obra, no las condiciones en las que fue escrita. Eso ni le añade ni le resta. Interesa sólo a los autores y lectores de biografías literarias. El pintor que lo es de verdad, como el escritor que lo es de verdad, como Nabokov, que en su etapa berlinesa escribía por las noches metido en el retrete de su casa, no considera nunca su arte un complemnento sino una opción vital. 

-A veces la literatura, aun la mejor, puede entenderse como una forma de fracaso.

La vida rebosa fracasos. Por cada triunfo que vivimos acumulamos cientos de fracasos. Desde el momento en que no podemos elegir todos los caminos que se nos abren, fracasamos en todos los que dejamos atrás. Y luego está la muerte, el fracaso principal. La literatura da cuenta, entre otras cosas, de esa realidad. De ese fracaso que es vivir Y en cierto modo, como ella misma forma parte de la vida, cualquier libro, hasta el más excelso, es el fracaso de todos los libros que pudo ser y no fue. Cualquier libro se hace con una mezcla de azar y de control, y el azar, por pequeño que sea, siempre distorsiona. Casi ningún libro es exactamente tal y como su autor lo concibió en primera instancia. De todas formas, un buen libro, aunque esté condicionado por nuestras muchas imitaciones, no es nunca un fracaso. Como no lo es un buen cuadro. 

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