Marta Sanz es una de las escritoras más importantes de su generación, una generación que, en muchos casos, sólo se dedicó a pasar página y crear su propia estética, dejando atrás no sólo la Historia con mayúscula sino también cualquier cuestión que escapase al orden de lo coyuntural. Más allá del onanismo, el rock & roll, la sociología de a pie y los sentimientos en un mundo donde ya no tienen cabida, su obra es una indagación sobre nuestro papel en una realidad cada vez más caprichosa, en la que somos movidos por fuerzas extrañas que nos hacen ser lo que ni siquiera habríamos sospechado que somos.
1. Siempre que pienso en una novela negra, en una buena novela negra, tres veces buena, tres veces negra, pienso en la palabra tejido. Me encantan las arañas.
Urdir una novela negra puede ser fácil o muy difícil. Fácil porque, hablando de telas y puntos del derecho y del revés, el escritor puede ceñirse a un molde convencional, a una manera de concebir la trama y de dibujar los ambientes, en el que el esfuerzo de imaginación y la capacidad para resolver problemas narrativos se minimiza. Muy difícil porque creo que esa manera estereotipada de entender el género no sirve para dar cuenta de un mundo que ya no es el mismo que el de los creadores de la novela enigma o de la novela negra francesa y estadounidense… Reflexionar sobre el mundo en que se vive es a la vez reflexionar sobre los géneros, sobre los esquemas retóricos, que se utilizan para recrear la interpretación de la realidad que se ofrece en el texto. Por eso, uno de los temas principales de esta novela -que yo creo que es a la vez política y metaliteraria- es el discurso de seducción como ejercicio de la violencia, como representación del totalitarismo de las estrategias de mercado que se proyecta en los esquemas retóricos: la tela de araña es posiblemente la mejor metáfora para expresar esa belleza criminal de los discursos de seducción, de la complacencia, de la mosca anestesiada que cada vez se enreda más en la baba depredadora…
2. En las novelas negras más ortodoxas se cubren distancia entre puntos distantes, tú fatigas a tu detective subiendo y bajando escaleras. Tu mundo globalizado es un bloque de viviendas, un mundo donde conviven arañas e insectos (por si acaso, las arañas no son insectos).
Tú lo dices muy bien. Para mí, concentrar todas las contradicciones –las de clase, las de raza, las de sexo- en el espacio reducido de la escalera de una comunidad es un modo de representar ese mundo globalizado donde la globalización, lejos de ser una panacea universal, es un modo de agudizar los problemas homogeneizando falsamente el color del mundo. La globalización tiene incluso el efecto perverso de que a todos los lectores nos gusten las mismas cosas y de que ese gusto mayoritario configure demagógicamente el canon. Con la cultura, por la necesidad de vender, estamos haciendo ese “populismo” tan denostado en los medios. ¿Te acuerdas de esa película de Cuerda donde un escritor le decía a un personaje que no le dejaba leer su novela porque “se la estropeaba”? Nos hemos olvidado de que, además de escritores vanidosos, aburridos, plomizos o mesiánicos, también hay lectores que estropean las novelas y que no están dispuestos a empinarse hacia la “supuesta” altura de un texto: creo que todo esto tiene que ver con el mercado y con la globalización que, además, propicia un tipo de novela “descolorida” donde todas las ciudades, todos los individuos y todos los sentimientos terminan pareciéndose… El color es muy importante en Black, black, black y también la idea de que la presión es más intensa cuando se ejerce en superficies tan minúsculas como una escalera de vecindad.
3. Una muerte no aclarada transforma el mundo por completo.
Yo creo, Hilario, que lo transforma sólo bajo los efectos de la primera impresión: ese instante en el que cabe la credulidad respecto a que nada es lo que parece. La cuestión –y esto enlaza con uno de los temas de mi anterior novela, La lección de anatomía– es que todo acaba siendo lo que parece ser y las muertes violentas son consustanciales a una violencia sistémica y cotidiana. Lo raro sería que no se ejerciera la violencia en un mundo en el que casi cada movimiento es un esfuerzo de dominación. Por eso, Black, black, black es una novela negra y no una novela enigma, ni un cluedo, ni una peripecia a lo Sherlock Holmes: no se trata de resolver un reto intelectual sobre un tablero de juego que podría ser la metáfora de una realidad perfecta, sino de mostrar que el tablero está lleno de arrugas, que la anomalía y el crimen son el resultado de una relación de causa-efecto y que la aplicación de la psicología y la sociología, del análisis de los individuos y de la realidad social con la que interactúan, es útil y reveladora. Se propone otro modelo de investigación frente al de los forenses, elevados a los altares, sobre todo en un género negro televisivo en el que el crimen sólo se entiende como locura, excepción y marca de una patología: un psicópata mata porque está enfermo; sus crímenes no tienen ni pies ni cabeza más allá de la misma lógica de su enajenación, y entonces sólo la asepsia de la prueba sirve para resolver el embrollo criminal. En Black, black, black se marca una severa distancia con ese tipo de planteamientos artísticos, discursivos y, en definitiva, políticos.
4. Primero queremos saber quién ha muerto, luego quién ha cometido el crimen y, por último, quién puede aclararnos tantos quiénes.
Desde el punto de vista del lector –que a lo largo de la novela mira por un agujerito, a través de las
mirillas, obteniendo visiones parciales que tiene que reconstruir para participar en la narración…- ésas son algunas de las preguntas básicas que incentivan la lectura. Para mí, la más importante es la última porque sería la que legitima todo el relato y, en ese sentido, la novela es polisémica y pretende reflejar la lucha de poder, la violencia intrínseca a toda narración. No sólo la realidad está atravesada de violencia, también las narraciones, las posiciones de superioridad o inferioridad que adopta el que cuenta y el que recibe el relato. En Black, black, black hay un juego de miradas y de voces que intenta ser la solución retórica de la idea que acabo de plantear: primero, él cuenta y ella recibe; después ella- otra ella- cuenta y él –otro él- recibe; por último, la primera ella cuenta y el primer él, recibe… Y en esa combinación de voces late la pregunta sobre quién lo ha escrito todo. Sobre quién tiene derecho a escribirlo. Como comentábamos antes, Black, black, black está interrogándose permanentemente sobre la realidad, pero también sobre los géneros que nos sirven para contarla y sobre la famosa sentencia de Humpty Dumpty: “Lo importante no es saber lo que las palabras significan. Lo importante es saber quién es el que manda. Eso es todo.”
5. La desconfianza es normal, casi tanto como el racismo y la xenofobia.
El racismo y la xenofobia, que están muy presentes en la novela, intentan abordarse desde una perspectiva que va más allá del buenismo de la corrección política. Se plantean desde una perspectiva de clase, a partir de la cual se entiende mejor por qué vivimos en una sociedad profundamente racista y profundamente xenófoba que necesita hacer campañas publicitarias y programas de educación para la ciudadanía con el objetivo de transmitir valores obvios que no deberían enseñarse ni publicitarse en una sociedad sana.
6. Arturo Zarco, el detective, ya cree saber quién es él mismo pero en realidad sólo sabe quién es su ex mujer y los jóvenes que le atraen.
Arturo Zarco es un personaje en construcción. Como su ex mujer, Paula. Como el muchacho que le atrae. Como Luz. Personajes en proceso de construcción o de pudrición, que conocen su máscara y saben que es muy difícil despegarla del rostro; personajes que tienen la necesidad de contarse, de saber cuál es su papel en la historia y que, a ratos, son capaces de distanciarse de sí mismos produciendo un efecto cómico que, para mí, era fundamental en la novela. Un efecto cómico que no quiere caer en ningún momento en el trazo grueso de la parodia.
7. Planteas un mundo lleno de desconfianzas en el que al final todos nos volvemos algo detectives. También sospechosos.
Planteo un mundo en el que la realidad se vuelve extraña e inhabitable, profundamente siniestra, no como consecuencia de los poltergeist o de los ectoplasmas, sino como efecto de la injusticia. Y esa perversión termina convirtiendo al débil en depredador, abonando la desconfianza, degradando valores como la solidaridad o la bondad, y enraizándose en lo más profundo para pudrirlo todo. En ese contexto, la reflexión sobre el entorno y sobre lo que uno mismo significa dentro de él, la capacidad para ver la viga en el ojo propio y no la paja en el ajeno, la habilidad para leer por debajo de las frases hechas y el intento de buscar la verdad es lo que define al detective y quizá también al escritor, al lector y al ciudadano.
8. De pronto rompes los capítulos, la voz narrativa, la historia…
Sí. Y se interrumpen con un diario de enfermedad que quiere ser la metáfora de esa enfermedad de la literatura a la que antes he aludido: la del regodeo en una seducción que el lector no experimenta como ejercicio de violencia o de superioridad por parte del escritor, sino como “deber ser” crónico de una literatura reducida a espectáculo. Una literatura con la que no se dialoga, sino de la que sólo se espera –se exige- el deslumbramiento y los efectos especiales. En el diario que deja en suspenso la trama de Black, black, black es inevitable la referencia a Patricia Highsmith; sin embargo, el diario, además de una interrupción, es un punto de vista nuevo sobre lo que sucede en la novela: está orgánicamente relacionado con el primer black –El detective enamorado- y el tercer black –Encender la luz…-
9. Mujeres, hombres, jóvenes, mariposas disecadas, psiquiatras, moros, latinos… Dominados, dominatrix… Arañas, insectos…
He intentado trabajar con situaciones y personajes que frecuentan el género negro, porque esta novela es la expresión de mi desconfianza hacia sus estrategias retóricas, pero también es la expresión de mi amor incondicional por él. El título de Black, black, black, una mezcla de contundencia y balbuceo, pretende expresar esa combinación de crítica y homenaje. El amor creo que se refleja en personajes como el detective Arturo Zarco y sus estados alterados de conciencia – ¡se enamora!- que colocan un filtro en su visión de lo real y de lo verdadero; hay amor al género en esa especie de mujer fatal bicéfala que es la combinación de Luz y de su hijo Olmo; con la sordidez y la oscuridad de los interiores he querido recrear las atmósferas de Simenon; hay amor en la constante presencia del cine, en Bogart, Bacall, Simone Signoret, y esa maravillosa película que dirigió Charles Laughton y que se titula La noche del cazador. También está el recuerdo de El coleccionista y posiblemente de muchos otros films que, ahora no soy capaz de recordar explícitamente, pero que forman parte de mi educación sentimental.
10. El género negro es profundamente filosófico, todavía persigue verdades aunque sean tristes, rutinarias, triviales, feas.
El filósofo francés Alain Badiou habla de la posibilidad de reivindicar un espacio y una utilidad para el ejercicio especulativo de la filosofía en un mundo tan pragmático como el nuestro. Parece que la “grandilocuencia” de la filosofía, de los metarrelatos, ya no tuviera cabida en una realidad donde las matemáticas han invadido el espacio ontológ
ico de la filosofía y la vida cotidiana parece hecha de pequeñas cosas y pequeños logros… Por eso, Badiou le da a la filosofía una proyección emancipatoria y política que a mí me interesa mucho. Badiou, más allá de relativismo también cree que es posible aspirar a encontrar la verdad, como los narradores o los personajes del género negro –no sé si los escritores-. Esa persecución de la verdad y esa vocación política y emancipatoria sintonizan perfectamente con las intenciones de una escritora como Maj Sjöwall, una de las artífices del género negro sueco, que insiste en el valor de la novela negra como herramienta de reflexión y de denuncia, de visibilización, de todo lo feo, lo triste, lo rutinario y lo trivial que mencionas en tu pregunta. Me parece que precisamente uno de los grandes retos de la novela negra es hacer un tratamiento de la realidad que no termine estilizando y convirtiendo en decorado – es decir, en algo estético y tolerable- el horror. Ésa ha sido para mí una preocupación fundamental que me ha llevado a buscar un estilo a veces fotográfico: sobre la fotografía se intensifican ciertos perfiles y se colorean con colores excéntricos ciertas zonas, para sacar a la luz las partes oscuras de la imagen. La intención no es hermosear sino hacer visible lo que está en la foto pero a veces no se quiere ver, contarlo desde otro punto de vista, con otros colores que le concedan un significado nuevo. Para mí, ése es el poder del lenguaje literario: abordar la realidad con un lenguaje que tiene la virtud de descubrirla y ojalá de intervenir en ella; un lenguaje que yo cuido porque me parece un instrumento de indagación que puede servir de contrapeso a las visiones planas, estereotipadas, monolíticas y rutinarias de lo real, que nos llegan cada día desde los medios de comunicación: unas visiones, casi incuestionables, que se van esclerotizando en nuestras conciencias conformando una ideología que ni siquiera percibimos como tal. Es importante arriesgarse a mirar y a hablar desde otro sitio: creo que eso es lo que llevo haciendo desde que escribí mi primera novela. Tal vez, el estilo de Black, black, black podría parecerse un poco a las técnicas pictóricas y fotográficas de Gerard Richter. Me gustaría.
TEXTO
Día 10
Hoy he salvado a unos niños del cazador. En un piso de esta ciudad, el cazador o la madrastra o la bruja tenían encerrados a dos niños muy pequeños para fabricar jabón con su grasa o para matarlos y vender sus órganos a los traficantes. Los alimentaban con engrudos, sobras recocidas y chocolate anestésico. No les importaba que se les picaran los dientes. Los dientes, que perduran a lo largo de los siglos, sólo pueden usarse como cuentas de collar; no sirven para transplantes ni tienen aplicaciones cosméticas. He salvado a dos niños pequeños de que experimentaran con ellos para sintetizar cremas y geles como hacen con las cobayas, con los perros y con los gatos en los laboratorios. He sido mucho más lista que la bruja, la madrastra o el cazador, tres en uno, santísima trinidad, encarnada en una mujer asténica cuyo volumen ocupaba la mitad del volumen de mi cuerpo y parecía un hilo grisáceo de humo.
“¡Toc, toc!”. Llamé a la puerta a la caída de la tarde, cuando la bruja estaba preparando su repugnante puchero para engordar a las criaturas. “¿Quién es?”, me respondió la bruja, desconfiada, porque todos los malos desconfían. Yo respondí: “Soy yo. Tu buena vecina.” Pero la bruja siguió desconfiando porque todos los malos creen que el mundo encierra tanta maldad como ellos. “¿Qué vecina?”. Le respondí bajito para que nadie me oyera: “Luz. Soy Luz.” Ignoraba, la oscura, hasta qué punto era yo la luz que iba a aniquilarla. “¿Y qué quieres?”, sin atender a mi nombre, el cazador, la bruja, la madrastra, quisieron tapar su miedo a las bombillas de cien vatios. “Contarte un secreto”.
Fragmento de Black, black, black (Anagrama, 2010).