La poesía de Karmelo Iribarren se nutre de las cafeterías que envuelven humo tras las cristaleras y de los paseos por la playa de San Sebastián a bocanadas de aire puro. Recientemente se ha publicado Seguro que esta historia te suena. Poesía Completa 1985-2012 (Renacimiento), buena ocasión para acercarse a unos versos que huyen de estereotipos y etiquetas. En medio de los desiertos inmensos de las ciudades Karmelo Iribarren deja su sello como si de un posavasos se tratase.
—¿Qué tienen la noche y los bares que son un imán para su poesía?
Mi poesía está muy pegada a la vida, y yo viví durante mucho tiempo de (y la) noche, también por motivos profesionales. De noche tienes el cielo, si no hay nubes, con su deslumbramiento estelar, y los bares, que son como generadores de esperanza, siempre puede pasar algo diferente ahí dentro. Y si no pasa hoy puede pasar mañana, en cuanto suban la persiana. La seducción permanece intacta durante muchos años. Pero ahora soy más diurno, y se nota en mi poesía. La noche y los bares siguen ahí, pero son geografías que yo ya no recorro, porque ahora soy otro, soy uno que observa, que recuerda, sonríe y sigue andando…
—Su poesía invita al lector a dejar una reflexión…
Eso sucede porque el lector se siente cómplice de lo que lee, se reconoce en las experiencias que nutren los poemas. En esta poesía tan cercana a lo vivido, al suceso cotidiano, se trata de contar tu vida de manera que el lector crea –o pueda sentir- que le estás contando la suya. De hecho a veces casi es así; todos nos enamoramos, a todos nos dejan, todos nos hacemos viejos, etc. y si cuentas esto de manera sencilla, coloquial, cercana, es lógico que el lector interiorice el poema, lo haga suyo, y lo prolongue tal vez en su memoria, con su vida, y eso le lleve a reflexionar sobre lo leído y quién sabe si sobre lo vivido.
—¿Radica la utilidad de la poesía en su apego a la vida?
Utilidad, poesía… Parecen antónimos. No entiendo del todo la pegunta, pero ahí va mi respuesta: No me interesa –es decir, no me es útil, dado que además tampoco soy profesor de universidad— la metapoesía, ni la poesía del fragmento, ni lo que se ha dado en llamar poesía metafísica, ni la poesía surrealista, ni la del silencio, ni la cargada de retórica, ni la culturalista, ni la incomprensible… Me interesa –me es útil- la poesía que puedo leer y entender y que me hace sentir cosas, recordar, soñar, sonreír, ponerme de mala hostia… La que me remueve por dentro. Y esta poesía tiene, sí, mucho más que ver con la vida que con “el lenguaje”, para entendernos. (Postdata: De toda esa poesía que no me interesa salvaría algún poema, claro).
—¿Ha de mantener la literatura la capacidad de sorprender?
Más que de sorprender hablaría yo de entretener, en la mejor acepción del término, que no excluye el hallazgo, la sorpresa… Se trata de hacer sentir, de emocionar, de tocar la inteligencia del lector… Esto último es muy importante, y una rareza, por cierto.
Gran parte de la literatura y del arte en general modernos lo que produce, al menos a mí me pasa, es perplejidad. Uno lee un poema, mira un cuadro o una escultura y se pregunta de qué va la historia, a qué están jugando…
—¿El malditismo en el arte no se elige?
¿Qué entendemos hoy por malditismo? ¿Es maldito un cantante millonario que muere joven por sobredosis? Seguramente los auténticos malditos estarán por ahí, en el anonimato, fumando tabaco de liar porque es más barato, y con unas ganas de dejar de serlo que ni te cuento. Contestando a tu pregunta: yo creo que nadie –tampoco los artistas— quiere pasarlo mal.