Manuel García Rubio. Por José Havel y Javier Lasheras. (II). 13/03/2009

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Material sólo para adictos.

De algunas pequeñas cosas sobre Sal y Manuel García Rubio.

  

 

Asturiano de Montevideo, escritor y abogado, nacido en 1956 y residente en Asturias desde los diez años. Con Sal ha logrado ser finalista del Premio de Novela Fundación José M. Lara que se falla el próximo martes, 17 de enero. 

¿Cuánto hay de homenaje a Muros del Nalón?

 Hay un reconocimiento que a mí me apetecía. A Muros iba de joven –con catorce, quince, dieciséis años— a pasar algún tiempo del verano y tenía una pandilla de amigos. Guardo muy buen recuerdo. Y como desde hace unos cinco o seis años vuelvo a ir a un apartamento que allí tengo, quería agradecerle a Muros del Nalón la acogida que siempre me ha dispensado.

 ¿Cuál de las dos Españas le hiela más el corazón?

 No creo que existan ya dos Españas. Me parece que existen 43 millones de Españas. Y no sé que es peor. Quiero decir con esto que yo percibo mucho individualismo, o más bien poca importancia de lo colectivo, lo cual me preocupa mucho.

 Todos vivimos para buscarnos y así reconocernos. ¿Duerme usted tranquilo?

 Duermo muy bien, quizá por un tema puramente biológico. 

En Sal hay homenajes continuos a La Regenta. 

 

Para mí La Regenta es el mejor libro en español del siglo XIX. Me deslumbró la primera vez que lo leí y lo releo –no siempre por completo— bastante: lo abro por cualquier página y leo. 

El tema es recurrente en su novela así que, con respecto a buena parte del arte actual, ¿quién se ha vuelto antes gilipollas: el arte, los artistas o nosotros? 

¡Nosotros, nosotros! Toda forma de objetivación social es resultado de una determinada sociedad. Como decía Marshall McLuhan, el medio es el mensaje. El arte no es nada más que el medio que se ha dado la sociedad actual para objetivar la fruición estética. 

Por qué cree que les cuesta tanto a los personajes de su novela reconocer y distinguir los sentimientos y las emociones: amor/cariño, pena/recelo, justicia/venganza. 

Ese es un mal de nuestra época, la dificultad para reconocer nuestros propios sentimientos, o para hablar –y, por tanto, reconocernos— en ellos desde el diálogo con los demás. Un mal general. 

El terror ¿nos iguala a todos en todas las civilizaciones y culturas? 

En realidad esa frase no es mía. No es el terror el que nos iguala, sino la cobardía, la actitud frente al miedo. 

¿Cuánta gente sigue viviendo de la sopa boba desde la transición y cuánta gente se ha sumado a esa sopa? 

¡Muchísima! Eso es muy difícil de evaluar. Pero cada vez hay más intentos de buscar huecos artificiales en los que guarecerse con cualquier pretexto, ya sea de género, lingüístico, gremial… 

Los personajes parecen de antemano “condenados a una puta mala suerte”. 

Todos los personajes principales son perdedores. Sólo se salvan la señora Gladstone y su hijo. Pero, como el propio narrador dice, todo depende de dónde coloques el The End en la historia. Según esto, en la novela hay ganadores, aunque seguramente dos años después serán perdedores también. 

A su juicio, ¿tenemos los españoles un complejo de culpa ante los sudamericanos? 

No. Vivimos unos a espaldas de otros. Hay un poema precioso sobre eso de Pedro Garfias. Se trata de un tema muy bonito desde un punto de vista literario. 

¿Podría explicarnos en qué consiste la alexitimia? 

En la incapacidad para reconocer los sentimientos propios. 

Léolo como justificación de la penuria, la amargura y de la fatalidad? Mear, sudar y llorar: sólo faltaba algo escatológico y algo sexual. La infancia como patria maldita del hombre… 

Los tres personajes principales, cuando entran en momentos de tensión, liberan agua, bien por las lágrimas, bien por la orina, o bien por el sudor. Lo que eso viene a decir es conócete a ti mismo. ¿Cómo? En primer lugar por los avisos del cuerpo. A esos tres personajes el cuerpo les avisa con un “cuidado que te estás disolviendo en el ambiente”. Esa es la razón por la que cada uno de ellos pierde agua de manera distinta. 

Una de las metáforas cinematográfica más potentes que escribe Urbano es 2001: una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, cuando Sabrina se va y él se compara con Frank Poole: “quedé sentenciado a vagar por la inmensidad oscura, fría y sorda del Universo”. 

Era una manera de contar, con un icono clásico del cine, una experiencia propia. 

El artista que no es egoísta acaba absorbido por los demás, se menciona en la página 231.

Cualquier persona inmersa en un proyecto íntimo de largo recorrido –como pueda ser vivir como escritor— exige una buena dosis de egoísmo. Son los momentos de urgencia. Sin ir más lejos, yo tengo dos
vidas sociales distintas (soy abogado y soy escritor), ambas muy exigentes y con compromisos ineludibles, de los que procuro huir siempre que puedo. 

¿No cree que Urbano es demasiado duro con el mundo cuando afirma que “ya no es posible saber lo que somos y dónde estamos porque no somos sino el eco de lo que nos decimos que somos”? 

Es muy difícil saber quién es uno mismo cuando desde el primer momento la vida te pone deberes. La posibilidad de construir tu propia identidad en la sociedad moderna deja de ser una posibilidad para pasar a ser un deber. Desde el inicio estás obligado a escoger profesión, opción sexual, etc. Lo que en teoría son posibilidades en la práctica se convierten en deberes. 

Parece que el debate moral de Urbano aparece en la página 314: la elección entre Sabrina y la señora Gladstone es el debate entre la fidelidad a quien fue en el pasado con la posibilidad de alcanzar lo bueno por conocer, la esperanza de un futuro mejor. 

Urbano hace varios viajes. Uno físico, desde Muros del Nalón a Madrid. Y otro desde el punto de vista de su vida amorosa, primero estrecha, luego llena de posibilidades. También hace un viaje interior desde el Urbano humilde hasta el Urbano ambicioso. En definitiva, un viaje desde el mundo de la adscripción hasta el mundo del logro, que diría Zygmunt Bauman.

Habla de dejar el coche para acabar con la contaminación, comida rápida para no envenenarse, etc. Parece que el peso de la responsabilidad recae en el ciudadano y no en el gobierno o en el estado. ¿Cuánto hay de panfleto o de teoría social y política en los personajes de Avellaneda y Urbano?

 


Panfleto, no. Al menos he procurado rehuirlo. Lo que sí creo que hay es una crítica social. La clave, el común denominador está en las primeras frases de la novela, igual que en el cine conviene que en los tres primeros minutos esté planteada la película. Arranca con una alusión al complejo de Peter Pan, por cierto, una de las ideas que se nos suelen vender: sé niño, juega permanentemente, no te ates a las cosas, cambia de trabajo y de pareja, no te comprometas… La otra cara de esa moneda no es sino la irresponsabilidad. Y una de las cosas que están ocurriendo es que el ciudadano medio se siente poco responsable de todo, incluidas las barbaridades que haya hecho el gobierno que él votó, por ejemplo. Dado que la novela versa sobre la identidad, se refiere a que hay que acabar de construir la identidad y que, por tanto, uno no puede conformarse con el puro juego. Aunque yo reivindico el juego, incluso la infancia, siempre y cuando no nos impidan crecer. “Peter Pan, pero sin Campanilla…”, como escribo al inicio de Sal. 

Con cuál de los tres personajes principales se ha sentido menos cómodo: Urbano, Tino o Selmo. 

Con Urbano, porque tiene todas mis dudas y ninguna respuesta para ellas. 

La señora Gladstone parece salir de las mejores obras del género negro: la femme fatale. 

La señora Gladstone es uno de los personajes más mortificados de la novela. A pesar de ser una mujer rica, liberada, está marcada por una infancia torturada y un matrimonio tortuoso. Ha sido incapaz de ser feliz a través de sus posibilidades como mujer. En ese sentido me atraía muchísimo. Su perfil ilustra el de Urbano, a quien le apasionan las mujeres mayores que él: cita a Mónica Vitti, al principio, y la señora Gladstone le recuerda a Kim Novak, en la que está descaradamente inspirada. Ello me sirve para ilustrar que Urbano es un hombre adolescente, pese a su edad, con un complejo de Edipo importante. 

¿Le parece mal si le digo que su estilo me trae una mixtura de reminiscencias entre Alfredo Bryce Echenique y Eduardo Mendoza? 

Los tuve muy presentes. A ellos añadiría yo dos autores más: Cabrera Infante, en algunas cosas, y Luis Landero, en cuanto al tono.

 

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